El objetivo del terrorismo no es liberar a ningún país, solidarizarse con alguna causa o vencer a algún imperio, sino generar terror. No hay terrorismo bueno ni políticamente aceptable, en los terroristas no se puede confiar, ni con ellos se puede hablar ni negociar.
Estados Unidos no fue más débil porque Al-Qaeda derribara la Torres Gemelas y asesinara a casi tres mil personas, ni la vida cultural en Rusia va a cesar por el atentado del pasado fin de semana. No obstante, la capacidad para sobrevivir y vencer al terrorismo, no disminuye su peligrosidad ni excusa el máximo nivel de alerta.
El ataque en enero pasado en Irán, mediante el cual fueron asesinadas 84 personas, todas islámicas y el de días pasados en Moscú, evidencian que Al-Qaeda, el grupo Estado Islámico, Al-Nusra, Boko Haram y otras entidades, específicamente ISIS-K, una de las facciones más agresivas del grupo Estado Islámico, a pesar de haber sido diezmadas en Siria y Oriente Medio, no sólo son capaces de accionar en el extranjero, sino de atacar en plazas fuertemente protegidas, y realizar acciones de impacto global. ISIS-K, el llamado Estado Islámico del Gran Jorasán, es una entidad yihadista, sunita, desprendida del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) en el 2015 que opera en Afganistán, Pakistán, Rusia, Irán e India.
La llaman enemigo de todos porque actúa contra todas las confesiones diferentes a la suya, musulmanes chiítas o moderados, liberales, cristianos, occidentales, principalmente estadounidenses y otros. Peter Bergen de CNN alertó: “Si ISIS fue responsable del ataque en Moscú, significa que, desafortunadamente, el grupo terrorista está de regreso”.
En marzo, una agencia estatal de noticias rusa dijo que el país había frustrado múltiples incidentes relacionados con ISIS, incluido un plan para atacar una sinagoga en Moscú. El pasado 7 de marzo, en una nota de advertencia a sus ciudadanos, la embajada de Estados Unidos en Moscú comunicó que: “…seguía informes de que los extremistas tienen planes inminentes de atacar grandes reuniones en Moscú, incluidos conciertos”.
Según CNN, citando un portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, “el Gobierno de Estados Unidos compartió esta información con las autoridades rusas. La pregunta del momento es: ¿Qué crédito dio la Seguridad rusa a esta alerta?
Según se ha comentado ISIS-K, que tiene motivos para querer atacar a Rusia en venganza por los golpes que le ha propinado en Siria, así como por las bajas causadas a los musulmanes en Chechenia, ahora tiene también la capacidad para hacerlo.
Mientras Estados Unidos y otros gobiernos Occidentales basados en informes de sus Servicios de Inteligencia y Contrainteligencia, sin revelar sus argumentos, afirman que se trata de ISIS-K que se atribuyó el hecho, otros comentaristas, sin ninguna evidencia, sugieren que Ucrania pudiera estar detrás del atentado.
Ese país ha negado su implicación en el hecho. Según algunos expertos, Rusia puede haberse cometido el error de no atender la advertencia de Estados Unidos, y, a su vez, Estados Unidos puede haber errado cuando, al retirar todas las tropas de Afganistán, favoreció la recuperación de ISIS.
Seguramente las investigaciones depurarán responsabilidades e individualizan a los culpables, pero hechos puntales aparte, la verdad es que la ausencia de cooperación internacional, las reservas y la hostilidad de las grandes potencias, la tolerancia ante la violencia desmesurada como ocurre en Palestina y la guerra en Ucrania, distraen a las fuerzas y recursos que deberían dedicarse a la lucha antiterrorista, cosa que, de hecho, favorece a ese flagelo.
Procurar la paz, cesar la violencia y trabajar juntos para eliminar el terrorismo es más importante que propalar recriminaciones mutuas.