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La anécdota de los elefantes ofrecidos como obsequio a Alemania revela una de las paradojas emanadas de las realidades del Tercer Mundo, que aún no logra deshacerse de la tutela y los estigmas con que el destino lo marcó

En días pasados, la prensa alemana se hizo eco del extraño ofrecimiento de Mokgweetsi Masisi, presidente de Botsuana, quien propuso regalar 20 mil elefantes a Alemania. Botsuana, un país en vías de desarrollo del Sur de África, con más de medio millón de kilómetros cuadrados y menos de tres millones de habitantes, alberga una población de 130 mil elefantes.

Al respecto, en el 2019 el actual Gobierno levantó la prohibición de la caza de esos animales, expidiendo, de forma controlada y supervisada, permisos a los buscadores de trofeos, único motivo que pueden tener los cazadores a quienes no se les permite apropiarse del marfil.

Desde entonces, la ordenanza ha originado críticas diversas, comentarios y amenazas de medidas que, desde distintas ópticas, la evalúan. Entre ellas estuvo la de funcionarios alemanes que especularon sobre la posibilidad de prohibir la importación de trofeos de ese tipo. Al respecto, con visible ironía, el presidente Masisi declaró: “… Alemania podrá convivir con los elefantes del modo como intenta decirnos a nosotros que lo hagamos… Propongo enviarles, como regalo, 20 mil elefantes salvajes”.

La licencia para cazar elefantes y otras especies silvestres, así como la venta de trofeos de caza formados con piel, plumas, pelo o huesos de los animales sacrificados, es una autorización legal que se expide principalmente a turistas adinerados. El negocio gestionado por el Estado, beneficia a unas 50 comunidades rurales.

Según expertos locales, la práctica contribuye al control de la enorme masa de animales salvajes. Actualmente, Botsuana tiene más de un tercio de los elefantes existentes en África. La población de los paquidermos crece a razón de unos 6 mil al año. Dado el exceso, se han donado miles a países vecinos que disponen de regiones selváticas donde albergarlos, pero aun así el incremento es insostenible.

Los elefantes son el animal terrestre de mayor tamaño y de los más longevos. Puede medir cuatro metros de altura y pesar hasta ocho toneladas. Viven unos 70 años. La hembra puede procrear hasta los 55. El período de gestación es de 22 meses, de modo que paren cada 4-5 años.

En toda su vida pueden criar hasta 12 hijos. Debido al valor de sus enormes colmillos de marfil, que pueden medir hasta tres metros de longitud y pesar 120 kilos, probablemente sea la especie más perseguida de todas las existentes. Las poblaciones de elefantes se redujeron drásticamente, en un siglo pasó de 12 millones, a unos 400 mil.

Según datos creíbles, anualmente se matan en África al menos 20 mil. De ahí la justificada preocupación de organizaciones dedicadas a la protección de la fauna salvaje y diversos gobiernos, entre ellos el de Alemania.

Al respecto, un vocero del Ministerio de Medio Ambiente aseguró que se trata de un malentendido, puesto que en Alemania no existe ningún plan sobre restricción de importaciones de trofeos de caza, aunque se habla de ello a nivel europeo. Tampoco se conoce ninguna oferta oficial sobre donación de elefantes de Botsuana a Alemania.

La anécdota de los elefantes ofrecidos como obsequio a Alemania revela una de las paradojas emanadas de las realidades del Tercer Mundo que, saqueado y preterido, aún no logra deshacerse de la tutela y los estigmas con que el destino lo marcó. Una de ellas son las limitaciones impuestas por patrones culturales ajenos que les impide utilizar sus recursos naturales.

Recuerdo un texto de ficción inédito que recrea la historia de un recién electo mandatario latinoamericano que, interesado en el desarrollo de su país: “… Se fue a Europa y reclamó la plata de Potosí, el oro de México y del Perú, las maderas, las pieles, los salarios, las prestaciones y los subsidios dejados de abonar a los indígenas y a los esclavos”, pero se burlaron de él… Encontró una firma interesada en las maderas del bosque tropical, a lo cual se opusieron los ecologistas.

No pudo represar los ríos porque los países ubicados aguas abajo protestaron. Intentó comercializar pieles de pumas, iguanas y yacarés, así como plumas de cotorra, más los europeos boicotearon el proyecto. Quiso avanzar con la petroquímica, pero le advirtieron que era necesario mantener limpio el aire.

Polemizó argumentando que el aire no es más importante que quienes lo respiran, pero fue vencido por tesis mejor inspirada. Así se enteró de que allá, en el Primer Mundo, donde se elabora el nuevo pensamiento y los mendigos tienen alto el colesterol y reciben pensiones, las boas son más importantes que los niños.

Es verdaderamente difícil establecer estándares globales, como ocurre con el caso de los elefantes en Botsuana, ni realizar generalizaciones respecto a la convivencia entre los humanos, las especies salvajes y las necesidades ligadas al desarrollo económico y social y la urbanización.

En cualquier caso, lo importante es que exista conciencia de la necesidad de compatibilizar estos procesos y colaborar a escala nacional e internacional para resolver cada caso con el humanismo y la cultura alcanzada.