'El 2 de Octubre sí se olvida', reveló un sondeo realizado por esta casa editorial, porque solamente cuatro de 10 personas encuestadas tienen algún recuerdo de lo ocurrido en el año 1968, con los estudiantes de la UNAM que se manifestaron para exigir mejores condiciones educativas, ya que el resto de la población de Playa del Carmen confunde la Matanza de Tlatelolco con la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Diario Por Esto!, al acercarse a la comerciante Raquel Rodríguez, y preguntarle sobre qué sabía del Movimiento del 68, contestó, “desconozco el tema porque nací en 1990, yo soy de Choapas, Veracruz y mi mamá me enseñó que no debía de meterme en problemas y que de mi casa a la escuela y viceversa. No me inculcó eso de ir a hacer mítines y vandalismo; Solo terminé la primaria, porque se enfermó mi mamá y tuve que trabajar”.
El ciudadano originario de la comunidad de Trinitaria, Chiapas, Óscar Díaz confundió el artero crimen que hubo en la Plaza de Las Tres Culturas de Tlatelolco con la desaparición de los 43 normalistas, “desconozco el tema de la Ciudad de México, yo tengo 16 años viviendo en Playa y solo me concentro en mi trabajo”. Titubeó al agregar, “la desaparición de los 45 estudiantes es porque hubo una confusión y el gobierno los mató, al fin de cuentas algo tenían que guardar las autoridades”. (sic)
Una herida abierta
Mientras que en el Sureste de la República Mexicana, las manifestaciones conmemorativas al homicidio de estado que se cometió contra los estudiantes de la máxima casa de estudios en Ciudad de México se realizan de manera pequeña, existen familias que tienen la herida aún abierta, por la tragedia estudiantil, porque perdieron a un ser querido.
Tal es el caso de Gustavo Aguayo, quien relató para diario POR ESTO!, que él y su familia siguen buscando a su hermano mayor, Juan, desaparecido en la manifestación que hubo en la Plaza de Las Tres Culturas.
El ahora playense, informó que un día de agosto de 1968 se manifestaron alrededor de 300 mil personas sobre el régimen “nazi” de Gustavo Díaz Ordaz, en el que la marcha obstruía las calles del centro de la ciudad, “recuerdo que algunos policías se quitaron su gorra e inclinaron la cabeza en aprobación a esa marcha de estudiantes, que se quedaron frente al Palacio Nacional”.
“Sin querer la gente nos fue llevando hasta ese lugar, iba con mis tías y el resto de mi familia llevamos la comida de mi cumpleaños, conforme nos acercábamos a la aglomeración estábamos buscando a mi hermano Juan, yo no entendía mucho lo que decían en los discursos”, explicó.
Gustavo Aguayo informó que cuando creció entendió que los estudiantes pedían lo que era justo y era la libertad de expresión, desaparecer un grupo de granaderos, también derogar un artículo de la Constitución que habla que nadie puede hostigar a la población, “mi abuela y mi tía no encontraron a mi hermano, entonces repartieron el pastel a la gente que estaba allá, era como un Carnaval”.
Al igual que en la Guerra de Troya, parte del problema estudiantil inició por un concurso de belleza, en donde los estudiantes de la vocacional número 1 de la UNAM tuvieron una gran pelea, en respuesta la policía llegó para derribar una puerta con una bazuca y este fue el motivo para que los alumnos vieran que no hay libertad.
“Ayudaba a mi hermano que era brigadista a repartir papelitos, aprendí a usar un mimeógrafo; Con el paso del tiempo se sumaron trabajadores de ferrocarriles y de la empresa Luz y Fuerza. Mi hermano contó que entraron policías con bayonetas cargadas para desalojarlos”, contó.
Gustavo Aguayo contó que su hermano participó en la manifestación de La Plaza de las Tres Culturas, en donde él y su familia vieron pasar el helicóptero y la luz de bengala hacia la multitud de gente que se dispersó. “Empezamos a escuchar disparos, los militares empezaron a masacrar a todo el que se moviera; mi abuela a punta de golpes nos tiró al suelo. Vi que cayó mucha gente, mi abuela se puso a llorar y a orar por los disparos que seguían escuchándose, entre los gritos, lamentos y mentadas de madre”, dijo.
Gustavo Aguayo contó que su abuela resguardó a compañeros de su hermano, quien no regresó a su casa y se le perdió el rastro a Juan, “como a los 15 minutos, los soldados se metieron a la fuerza a mi casa, golpearon a mi tía y a mi abuelita y se llevaron a los muchachos que habían dado refugio. Los militares me vieron con mi otro hermano escondido en el ropero, solo éramos unos niños, con las bayonetas picotearon los muebles. Siguieron entrando a más departamentos, se escuchaban sus botas caminando en los pasillos”.
Los padres de Gustavo, no pudieron ingresar a la zona y recorrieron diferentes lugares para buscar a Juan en hospitales y prisiones, con tristeza concluyo, “escuché que había cadáveres en hospitales, a otros se los llevaron en autobuses. De ese tiempo para acá se sigue buscando al hermano perdido, no se sabe en dónde está o quedó, simplemente desapareció. Recuerdo que en la mañana mis hermanos y yo, nos asomamos por la puerta rota, todos los pasillos estaban llenos de sangre y en las paredes estaban las marcas de las bayonetas. Podemos ver que cuando alguien abusa del poder hace daño, pero también prende a la gente, pero al final de cuentas tiene que haber justicia, ojalá algún día podamos estar tranquilos y saber en dónde quedó el cuerpo”.
Síguenos en Google News y recibe la mejor información
MA