Quintana Roo

Cada imagen desde el interior de la Santa Cruz, representa una victoria de la fe, proyecta paz y tranquilidad

Desde la lejanía, entre el verdor espeso de los árboles que han florecido en estos días de primavera, se levanta majestuosa la parroquia central de Felipe Carrillo Puerto, la iglesia de la Santa Cruz.

De lejos se observa solamente la nave del techo, asemejando una señorona antigua, tapizada de musgo, mostrando una altiva figura que despierta el interés de propios y extraños, gente que quiere conocer su interior y sumergirse en el mar de emociones encontradas que emanan del edificio.

Iniciada su construcción todavía con el fragor de la Guerra Social Maya en 1856, la iglesia de la Santa Cruz es, fue edificada por personas que capturaban en los poblados yucatecos y militares durante la Guerra Social Maya, para hacerle un santuario a la Cruz Parlante, el símbolo de los mayas, que era su fuerza, su coraje e inspiración en la lucha contra los opresores, esa iglesia que es desde entonces y hasta hoy, la iglesia de la Santa Cruz.

El templo se levanta imponente, sin más pretensiones que las de cobijar a todos los creyentes entre sus gruesas paredes, personas de toda condición social, de diferente ideología política, pero que llegan ahí para dejar escapar y salir sus penas, sus confesiones y a veces hasta sus arrebatos emocionales, la parroquia cobija a todos, cumpliendo aún a más de siglo y medio de su edificación, el objeto de divulgar entre todos los que lleguen a ella la fe y la esperanza.

Es un edificio que llama la atención, impone con sólo mirarlo. Por las tardes soleadas o cuando las misas se imparten a media luz, uno parece transportado a los tiempos aquellos, cuando la recién edificaron, cuando los cánticos, rezos y oraciones se elevaban entre el humo de los cirios, convirtiéndose con el paso de los años en una fábrica de relatos, historias de aparecidos que dan vida a las leyendas que se vuelven cotidianas en este lugar.

En el centro de la ciudad de Felipe Carrillo Puerto, nominada hace algunos años como capital cultural de Quintana Roo, se encuentra esa iglesia, apacible, tranquila y bella, resguardada por los árboles y las sombras del parque, pero cuidada desde siempre por la fe de cientos de personas que desfilan todos los días en su interior, donde se encuentran imágenes y pasajes de la vida del creador, que con sólo recorrerlas representan por si mismas, cada una, un triunfo de la fe y del cariño por esta tierra.

MR