Yucatán

Pilar Faller Menéndez

Diógenes de Sínope, filósofo griego perteneciente a la escuela de los cínicos, que valoraban la pobreza como una virtud, la llevó a su máxima expresión. No se trataba de la pobreza por la pobreza, sino que era vista como un ejemplo de independencia, ya que consideraban no existía nada más valioso que un hombre pudiera vivir solamente con lo justo y necesario.

Con ese pensamiento que Diógenes llevó al extremo, hizo de su hogar una tinaja de barro y se vistió con un solo manto sucio y raído caminando descalzo con la ayuda de un báculo (bastón) llevando en una bolsa una cuenca para comer, de la cual se deshizo al ver un día a un niño bebiendo directamente con las manos, lo que le hizo pensar que era un lujo innecesario.

Diógenes no concebía un término medio en las cosas: todo aquello que no fuese necesario, lo convertía en superfluo, considerándolo un lastre para poder alcanzar la plenitud de la vida, y en el caso de los sentimientos tenía un objetivo claro: debía deshacerse de cualquier deseo que le generara dependencia.

Esta disciplina estricta que practicaba desarrolló en él señalar esas faltas en los demás, lo cual lo convirtió en uno de los filósofos más fascinantes y revolucionarios e irónicos de la antigua Grecia, a pesar de ser tildado muchas veces de loco y mendigo.

Veía en el mundo de su época un verdadero problema moral, ya que consideraba que la gente no se forjaba a sí misma ni tenía opinión propia, por lo que actuaban en función de la opinión de los demás, lo cual hizo que su objetivo en la vida fuera demostrar por qué aquello era una estupidez.

Una de sus principales características era la de ser provocador, por lo que en una ocasión alguien le dejó junto a su tinaja un candil, para que pudiera ver en la oscuridad, por lo que empezó a utilizarlo y pasearse por las calles de Atenas gritando que buscaba a un hombre “justo”, con el ansia de incomodar a la gente.

Platón lo llamaba “Sócrates delirante” y un día, al tener un encuentro con Aristipo, filósofo de la corriente hedonista que acostumbraba vivir a costa de nobles y gobernantes, así como lisonjearlos, Aristipo le preguntó irónicamente, si no sabía que adulando un poco a ciertos hombres de las polis (ciudades) podía dejar de comer gachas (un alimento sencillo que consistía básicamente en agua y granos), a lo que Diógenes le respondió: “Si tú comieras gachas, también podrías dejar de adular y mendigar”.

Probablemente la anécdota más famosa fue la de su encuentro con el emperador Alejandro Magno, quien se encontraba paseando con su séquito por la ciudad, y se encontró a Diógenes descansando en medio de la calle. Alejandro Magno tenía conocimiento de la fama y el mal genio de Diógenes, así como su visión de la vida, por lo que acercándose a él, le dijo que pidiera lo que más deseaba, que él lo haría realidad, a lo que el filósofo le respondió ante el asombro del emperador: “Apártate, me tapas el Sol”.

Este rey de Macedonia, que había sido discípulo de Aristóteles, quedó sumamente impresionado con la respuesta de Diógenes que mostraba coherencia con lo que pensaba y vivía, por lo que respondió con una frase que se volvió muy famosa: “Si no fuera Alejandro, querría ser Diógenes”.