Yucatán

Pilar Faller Menéndez ¿Realmente nos hace falta hablar hoy en día? Los sonidos han empezado tenuemente a desaparecer: los audífonos sustituyen en las oficinas a las bocinas, nos aíslan, los mensajes de los teléfonos celulares se usan más que las llamadas telefónicas y son pocos los teléfonos fijos que utilizan las nuevas generaciones y la interacción personal es casi nula. Hoy en día, los dedos comunican más durante el día que la voz…

Hablamos menos y escribimos más, y desgraciadamente, la palabra escrita no muchas veces muestra las emociones, y no tiene lenguaje corporal que marca muchas veces la diferencia y la intención de lo que queremos comunicar. Si al menos nuestra palabra escrita fuera correcta, diríamos que lo estamos preservando, pero hay una total falta de respeto hacia la sintaxis y la construcción de las palabras, que ya carecen de vocales, y empiezan a utilizar consonantes que no son propias de nuestro idioma.

La tecnología nos está despersonalizando y nos está alejando del contacto personal: reenviamos mensajes electrónicos para hacer saber a los recipiendarios “que todavía estamos vivos” mandamos mensajes de texto a través de celulares ya que nos ahorran tiempo porque son más precisos y breves, aunque también tienen la ventaja de poder crear grupos familiares que acercan a los que están lejos, y que nos permiten mantenernos en contacto al mismo tiempo, ante la falta de tiempo de poderse reunir debido a las distintas agendas que cada uno de los miembros de estos grupos lleva.

Hemos empezado a crear realidades virtuales en las que tenemos cientos de amigos que no conocemos en persona desarrollando un mundo cibernético, en el que muchos nos refugiamos, y en donde somos campeones de torneos y juegos, donde podemos publicar a través de nuestros celulares, paso por paso nuestras actividades cotidianas que incluyen fotografías en las que muchas veces (tal vez por vanidad) la persona muestra una imagen de ella llamada “selfie”, con el afán de recibir halagos, o en otras ocasiones, aparentar una vida perfecta, que dista mucho de la real.

Estamos ante una forma nueva de socializar, aunque ésta sea virtual, ya que podemos no salir de nuestra casa, y aun así estar al tanto de la vida que nos quieren mostrar los demás, o bien, debatir temas actuales que discutimos con gente que no conocemos que algunas veces aporta y otras desinforman.

Hemos desarrollado la habilidad en el ámbito laboral, de comunicar las cosas en el momento en que suceden, hemos aprendido a optimizar nuestro tiempo, logrando reducir los procesos de comunicación a instantes, que muchas veces son importantes y oportunos, pero desgraciadamente la mayoría no lo son, por lo que valdría la pena cuestionarnos el objetivo que impulsivamente nos lleva a querer ahorrar tiempo, que contrariamente al dinero, éste no produce intereses.

Una investigación sobre los hábitos en internet registró que el promedio que un mexicano está conectado, es de ocho horas, que es el equivalente a una jornada laboral, y esa conexión es por lo general durante la comida y al final del día, sin importar si se está solo o acompañado, por lo que surge una pregunta que deberíamos hacernos: ¿Cuánto tiempo dedicamos a nuestra intimidad y a nuestras relaciones?