Roldán Peniche Barrera9º. Programa de la Sinfónica
Antes de Beethoven
Existen 15 grandes sinfónicas antes de las nueve de Beethoven, summun de la nobleza sinfónica en toda la historia musical. Son, a saber, las 12 llamadas “de Londres”, de Haydn, y las 3 postreras de Mozart (39, 40 y 41). Son éstas todas obras maestras que han logrado sobrevivir más de dos siglos sin evidenciar signos de decadencia ni nada por el estilo.
Con las nueve de Beethoven el panorama cambia con su creación de una nueva percepción técnica y armónica, que abrirá el camino a los románticos alemanes primero, y enseguida a los del resto de Europa.
Las tres últimas de Mozart
Son tres joyas las últimas tres sinfonías de Wolfgang Amadeus Mozart, que coronan su total de 41, incluyendo, por supuesto, sus inaugurales, breves partituras de adolescencia y primera juventud. La culminante 41 conocida como la “Júpiter”, sin que se sepa, a ciencia cierta, quién la nombró de tal forma, si algún musicólogo (se habla del empresario alemán Johann Peter Salomón, que lo fue también de Haydn, como una especulación, y aún del propio compositor, sin que se llegue a un acuerdo) como se quiere ver, esto de llamar “Júpiter” a una sinfonía nos da una idea de la grandiosidad de la obra, que lo es en verdad. Mozart, siempre fiel a su causa, no abandona los cánones del clasicismo dieciochesco, tanto en su estilo como en el orden severamente exactista. Los “allegros” van y vienen, así como los “andantes” y “menuettos”. Este último movimiento, tan socorrido de los clásicos, Mozart y Haydn lo continuaron empleando hasta el final. Para las épicas ideas de Beethoven, aquella pieza danzable y dulzona no tenía razón de ser y en sus sinfonías del siglo XIX la sustituyó con el poderoso Scherzo, invención suya de grande y espectacular sonido.
La Sinfonía 41 de Mozart data de 1788 y ya desde el Allegro vivace intuimos que la obra es digna sucesora de sus hermanas anteriores. Ya no sólo son las cuerdas las que imperan en la arquitectura musical, sino que se da más espacio y mejor rol a los instrumentos de viento y a las percusiones en el coloquio orquestal. El Andante Cantabile nos mantiene atentos a su bella línea melódica mientras que el Menuetto nos contagia su alegre ritmo de antigua danza. El Finale. Molto Allegro es de gran fuerza expresiva y festiva, muy distante de aquel Réquiem que nunca pudo concluir y que es doliente y nos provoca la noción de la muerte.
Cierra así, con brillantez y maestría, su producción sinfónica el fenómeno de Salzburgo. Muy buena actuación de la orquesta dirigida por el Mtro. Lomónaco.
La bella “suite” del Lago de los Cisnes
Para algunos, a pesar de su inmensa popularidad, “El Lago de los Cisnes” no es el mejor ballet de Tchaikovsky. Prefieren el “Cascanueces”, dejando el último “La Bella Durmiente”. Cuestión de gustos; nosotros pensamos que los tres poseen lo esencial que se exige para el ballet, tal como lo concibieron los románticos del ochocientos. Ocho partes integran esta “suite” (una de las varias compuestas). En ella se revela el genio musical y la oportunidad que brinda a sus músicos de participar abiertamente de la partitura. La Escena, el bello Vals, la bellísima danza de los Cisnes, Escena, Danza Húngara, Danza Española, Danza Napolitana y la animada Mazurka forman el cuerpo de las partes de esta suite de la que no sabemos quién arregló pero que lo hizo con excelente gusto. La orquesta sonó fuerte y poderosa, pero combinó con dulces notas en varias de las partes, tal como es el estilo de Tchaikovsky, desde luego, el mayor músico ruso del siglo XIX. La ovación fue general y generosa, echándose a la bolsa un triunfo más el Mtro. Lomónaco. Lo felicitamos.