Pilar Faller Menéndez
Los valores deben inculcarse desde la niñez
En definitiva, es necesaria una reflexión sobre los valores de los que mucho carece hoy en día nuestra sociedad. Los primeros responsables de transmitirlos y fomentarlos con ejemplo y con disciplina, son los padres, no las escuelas, aunque estas últimas tienen una función muy importante en este aspecto, y es un tema que debería tocarse a lo largo de los años escolares, para que éstos sean conocidos y practicados amén de cuando se aprenden en la calle, en circunstancias que muchas veces nos dan una lección.
El Papa Francisco ha insistido en que nos humanicemos, porque sin valores no estamos completos, ya que en definitiva la bondad, el afecto, la justicia, la honradez, la solidaridad, la tolerancia, el respeto, la dignidad, son parte de nuestra formación que muchos creen que la preparación académica es suficiente para salir adelante en la vida.
Desgraciadamente, a pesar de que las personas adultas son las encargadas de transmitirlos a las generaciones venideras, claramente podemos constatar que tenemos una crisis al respecto, porque no basta con transmitirlos, es necesaria la coherencia en aquello que predicamos e inculcamos y, desgraciadamente, a pesar de que las familias son el lugar principal donde se descubren, muchas veces no están preparadas para este reto que más que eso es una obligación, para formar hombres de bien.
Esta tarea, la cual los padres deben asumir como parte de la educación de sus hijos, está vinculada con la consciencia de su importancia, así como la forma de ser y hacer, la escritora española Victoria Cardona, experta en educación familiar opina que “los padres deben saber que en la primera infancia los niños imitan todo, por lo que es muy importante ser coherentes a la hora de dar testimonio. Los valores no se enseñan. Los valores los descubren los hijos a través del ejemplo de los padres.”
La escuela juega un papel muy importante en este tema, a pesar de que los profesores son solamente los subsidiarios de esta educación, ya que los valores por sí solos en realidad no son nada, tienen sentido cuando están ordenados y es cuando entonces podemos reconocer un valor central, porque la importancia de los valores no tienen la misma jerarquía y van acrecentándose en importancia y comprensión con la edad.
Es importante que un niño como experiencia básica en la familia, tenga la oportunidad de conocer el significado del amor incondicional, ya que la tolerancia y la incondicionalidad son una premisa básica de la humanización, que nos enseña que, pese a todo, existe el perdón. La responsabilidad, otro valor fundamental que debe ser inculcado desde la infancia, es el que forma a la persona en la proporción de cómo se responsabiliza de los demás y el mundo.
En el seno familiar se aprende a discernir y poder llamar a las cosas por su nombre, conocer lo que es verdad y lo que es mentira, así como poder distinguir los signos de los mensajes, para así saber que las cosas pueden ir más allá de nosotros, la trascendencia la aprendemos al pensar en antepasados y en las generaciones venideras, somos parte de una historia que nos trasciende.
Una vez fincados estos valores iniciales, es necesario conocer los antivalores, que desgraciadamente nos hacen perder las referencias: en nuestros días la superficialidad puede encontrarse flotando en el ambiente, ya que los que gozan de una vida acomodada puede ocasionar que se pierda el verdadero valor de las cosas.
La pereza es un gran reto a vencer y superar ya que requiere un esfuerzo de vencer esa debilidad de hacer las cosas de las que somos responsables. Otro antivalor a vencer es el ensimismamiento, el cual tiene como característica vivir centrado en sí mismo sin tener la capacidad de distinguir los valores de lo humano.
El gran mal que no sacude actualmente es el autoengaño, porque nos impide identificar los valores, así como poder examinar la conducta que tenemos ante la vida.