Yucatán

En esta obra su autor, Edgardo Arredondo, también reconoce el apoyo que brindó Cuba al país africano

Detrás del horizonte, De médico a sicario y Me llamo Juan no le han bastado al escritor yucateco Edgardo Arredondo para seguir explorando el complejo y fascinante mundo de la narrativa, pero sobre todo de la novela histórica, más complicado aún pues a veces implica la rigurosa sujeción a ciertos eventos y personas, y esa característica apenas concede cierto margen de maniobra para la imaginación.

Bungo -editado por Felou y que será presentada el próximo 25 de enero en el Seminario de San Ildefonso y Nuestra Señora del Rosario- es una muestra de esa imperturbable voluntad suya por recrear las aristas de un pasado reciente en el cual la ficción trabaja en favor de un solo concepto: los sucesos reales hasta ahora desconocidos. Fernando del Paso decía: “No olvidemos que los novelistas no mienten, acaso inventan una realidad”.

“Y la literatura; es decir, la novela histórica, es una de las formas más bellas para dar a conocer esa verdad que muchas veces ignoramos”, explica Edgardo Arredondo (1961).

Ortopedista de profesión, es también un narrador vocacional, un conversador ameno, que más que estudiar y curar huesos suele adentrarse en las fisuras del alma. Las articulaciones del miedo, la pérdida y el desencuentro siempre están en el diagnóstico de sus obras.

-¿Cómo definiría Bungo, doctor?

-En lo personal, creo que es la novela a la que le he dedicado más tiempo y es la que más me ha gustado de las cuatro que hasta ahora he podido escribir. Para el público lector, para la gente, creo que es una novela histórica con un mensaje de esperanza y de cómo el dolor humano sirve para cambiar no sólo a las personas, sino a pueblos enteros. Pienso que después de un trago amargo, viene un trago de aliento, de esperanza. Todo con tal de disfrutar un sabor distinto, casi siempre mejor al que pasaste antes y eso es lo que pretendo reflejar con Bungo.

Usted conoce la pobreza, no la miseria

-¿Cuáles son los antecedentes de esta novela?

-Hacia 1988, el entonces Arzobispo de Yucatán, Manuel Castro Ruiz, envió a un grupo de religiosas y sacerdotes a labores de auxilio en la guerra de Angola. Era la Congregación de las Hermanas de la Luz y algunos padres que llegaron a ese país africano para instalarse en una villa llamada Bungo. Por eso digo que la novela está inspirada en hechos y personas reales. Por supuesto, también figuran personajes ficticios… Yo conocí a una de las protagonistas, que sobrevivió al estallido de una mina: la hermana Eunice. Ella y otra religiosa iban por un camino cuando estalló la mina. La otra hermana falleció; la hermana Eunice logró sobrevivir y cuando regresó a Mérida tuve la oportunidad de atender sus lesiones, tenía un problema en el tobillo.

-Ella fue víctima directa de la guerra…

-La guerra, oficialmente, terminó en 1991. Lo dramático de la realidad es que la guerra sigue matando gente después de acabarse: hoy en día hay millón y medio de minas enterradas en Angola. Se calcula que nueve personas al día –pero esto a nivel mundial- mueren o se lesionan por estallidos de esas minas terrestres.

-¿Qué pasó entonces con la hermana Eunice?

-Fue mi paciente. Le practiqué una cirugía y me contó todo lo que estaba ocurriendo. El detonante para que yo escribiera Bungo fue cuando le hablé de la pobreza en Angola, a pesar de ser un país que goza de petróleo y minerales. Entonces ella dijo: “Usted conoce la pobreza, lo que allá hay es miseria y usted no conoce la miseria”. Eso fue lo que más me impactó. Yo la seguí viendo y ella me relataba algunas cosas; me hablaba, por ejemplo, de los sacerdotes Raúl Moguel y Fabio Martínez, hombres excepcionales. Así que le insistí para que escribiera sus memorias, hasta que un día llegó al consultorio con un cuaderno; ahí estaban sus experiencias, su vida. Era oro molido para cualquier escritor.

-¿Qué ocurrió después?

-Tardé dos años en escribir esta historia. Mi libro abarca de 1988 a 2013. Fui muy cuidadoso con los nombres, con los lugares y con los hechos más representativos. Pero descubrí, mientras investigaba el caso, el valeroso gesto del pueblo cubano que aguantó ahí, sin ningún otro interés que ayudar y evitar el aplastamiento de Angola. Por eso creo que la intención final de mi novela es dar a conocer el apostolado y el sacrificio por parte de la Iglesia católica y de Cuba. A Cuba nunca se le dio crédito, nunca se le reconoció ese mérito de brindarse por completo a Angola.

-¿Cómo estructuró ese relato?

-Construí tres escenarios en el periodo que ya mencioné. Aunque mi principal preocupación narrativa era imbricar la guerra civil de Angola y su post guerra con un final contundente. Es una novela que tiene una estructura de episodios engarzados; la prosa posee velocidad y me encanta el epílogo que es, en el fondo, un verdadero final. Los testimonios están novelados lo mismo que algunos personajes como el de un cubano que, para mí, es la suma de la idiosincrasia de esa nación… La literatura no debe ser una relatoría de sucesos, sino una recreación. La literatura es más allá de la pura anécdota. La bondad de servirse a cucharadas con las letras. Por ejemplo, para darle más realismo, más verosimilitud, construí diálogos en portugués, que no son exactos, claro, pero los incluí para establecer la barrera del lenguaje entre los protagonistas, tal y como sucedía en Angola. Eso es lo maravilloso de la literatura, como dice el subtítulo de mi novela: nunca se irá del todo…

-Doctor: una última receta.

-Ya lo dije: servirse las letras en grandes cucharadas.

(Joaquín Tamayo)