Yucatán

Pilar Faller Menéndez

“Una tragedia es una herramienta para que los vivos adquiramos sabiduría.”

Ken Follet

Narrar los hechos acontecidos hace unos días donde trágicamente murieron 85 personas debido a la explosión de una toma clandestina de Petróleos Mexicanos en la comunidad de Tlahuelipan, en el estado de Hidalgo, sería redundante cuando todo el país está al tanto de los lamentables hechos.

¿Qué ha movido al país para enterarse de la explosión? Desgraciadamente a muchos el morbo de ver los videos que estuvieron circulando una y otra vez en las redes sociales. Pareciera ser que el dolor ajeno causa una cierta adicción de mirarlo varias veces, cuando se encuentran las imágenes disponibles. Tal ha sido este hecho deplorable, que se ha instruido una Policía cibernética, la cual estará al pendiente de censurar aquellas escenas de dolor que sean difundidas en las redes sociales. Hay que estar muy enfermo para estarlas mirando y compartiendo.

Una vez más, la pobreza abraza una tragedia que refleja las carencias que tienen tantos y que hacen hasta lo imposible por hacerse de algún medio para tener algo de dinero para su sustento y conseguir un poco de gasolina gratis, mientras que, por otro lado, hay quienes están en una queja permanente sobre el desabasto, sin darse cuenta con este ejemplo lo importante que es erradicar estos ductos clandestinos sumamente peligrosos.

Si lo que movió a muchos fue el deseo de ayudar y solidarizarse con el Gobierno federal que se está haciendo cargo tanto de los funerales, así como de la hospitalización y reconocimiento de los cuerpos, bastaba solamente una vez mirar esa tragedia, y bloquear cualquier video que pretendiera seguir despertando ese morbo que mueve a muchos, porque no se puede hacer gran cosa, cuando la tragedia ya ocurrió, cuando todavía hay 65 familias que no localizan a algún familiar, y el Secretario de Salud federal ha dicho que identificar los restos, podría tomar meses.

Hay que tratar de ser empáticos con el dolor ajeno, y sobre todo con la vulnerabilidad que tiene la gente que se encuentra en extrema pobreza. Dejar de sentir esa atracción hacia este tipo de acontecimientos, debe saberse y difundirse que van contra la moral establecida, y que en casos extremos constituyen un desorden mental.