Los frailes fueron otra historia en la ocupación que hicieron los españoles en Yucatán. Ellos fueron ingeniosos, artísticos, beligerantes con los ejercedores del mando ocupacionista, perseverantes y…bueno...hasta me siguen cayendo bien, me gustan por su interés en la cultura maya y por sus relaciones con los habitantes originarios de esta tierra.
Cuatro años después de fundada Mérida llegó la primera delegación de frailes franciscanos encabezados por Luis de Villalpando, a quien acompañaban Juan de Albate, Angel Maldonado, Juan Herrera, Lorenzo de Bienvenida y Melchor de Benavente. Desde que pisaron la nueva ciudad cada uno de ellos se preocupó por aprender el idioma maya. Villalpando lo hizo con piedritas, juegos, señas y entretenimientos, llegando de esa manera a tener tal dominio del idioma de los naturales que escribió un tratado sobre la forma de aprender el maya con cierta facilidad. Ese documento fue utilizado por todos los frailes de aquel tiempo y los posteriores, incluyendo a Diego de Landa.
Al año de su llegada –es decir, 1547-, Luis de Villalpando decide abrir la primera escuela para jóvenes mayas. La ubicó en un convento. A ella acudieron los hijos y parientes de los caciques y principales de la provincia, dando inicio, con ella, a la educación clasista. Los demás frailes se diseminaron por distintos rumbos de la entidad, convirtiéndose, de hecho, en los pioneros de las campañas de alfabetización que luego se harían en la península de Yucatán.
El sistema empleado para la enseñanza de la nueva religión fue el de viva voz; esto es, después del oficio, un misionero ocupaba el púlpito y explicaba, en lengua maya, los principios del cristianismo. A ello agregaban la enseñanza de la escritura y la lectura en español, relacionados con el canto, la liturgia y el rito católico.
Canto o lectura, o viceversa, o ambas cosas a la vez, esas fueron las tres formas artísticas empleadas para obtener la dominación psicológica de los jóvenes mayas. Con seguridad eran las letras de los cantos utilizados durante el servicio de la misa. En un documento se narra que “algún sacristán recitaba varias veces alguna oración que era repetida por los jóvenes hasta memorizarla”. No hay que olvidar que en esa época la música era de carácter religioso y casi todos los trabajos artísticos eran realizados para la Iglesia.
Después de la de Villalpando, se establecieron escuelas en los conventos existentes en la entidad. Así, la enseñanza religiosa llegó hasta lugares muy apartados. Iglesia y escolaridad tenían una misma orientación y un mismo interés educativo.
En 1549 Montejo inauguró su residencia, mientras en España, Nicolás de Albate integraba una nueva misión evangelizadora con destino a Yucatán. Un sacerdote de apenas 25 años se suma a ella. Era Diego de Landa, quien desde muy joven había llevado una vida conventual.
Al encontrarse en Yucatán, Diego de Landa lleva una vida vertiginosa. Utilizó el tratado de Villalpando para aprender el habla natural de Yucatán, dominándola en muy poco tiempo. Después, se puso a viajar por la península, deseoso de conocer las costumbres y forma de vida de los mayas. Después de haber adquirido suficientes conocimientos de la cultura local, fue nombrado Guardián del Convento de Izamal.
Su intransigencia y radicalismo las expuso en las poblaciones de Yokhuitz y Dzitás, lugares a los que llegó abruptamente para interrumpir celebraciones tradicionales de los mayas, rompiendo vasijas y destruyendo dioses de piedra y barro, utilizados por los nativos para sus ritos. Era un antecedente del Auto de Fe de Maní.
Diego de Landa no daba tregua a nadie. Lanzaba acusaciones igual contra sacerdotes que sobre encomenderos y conquistadores. Y ellas las planteaba personalmente. Fue hasta Guatemala a exponer un caso, consiguiendo regresar acompañado del Visitador Jufre de Luaysan. Quiso formar un provincialato que facilitara la libre actuación de los misioneros ante el clero regular. Su meta era no tener que rendir cuentas a nadie del poder colonial.
Aunque la actitud de Diego de Landa dista mucho de la de los primeros frailes no deja de resultar muy interesante en comparación con la de los fundadores de Mérida, a los cuales también combatió.
La vida de los frailes merecería mayor hondura, pero lo dejo aquí, en las coincidencias y arribazones. En el espejo del tiempo.
(Víctor Salas)