Yucatán

El futuro de las inversiones advenedizas en bloques y ladrillos

Jorge A. Franco Cáceres

Las inversiones nacionales y extranjeras que han mantenido la burbuja inmobiliaria de Mérida durante tres sexenios, se han concentrado en los desarrollos residenciales, los edificios múltiples y las plazas comerciales, siempre en zonas estratégicas para los intereses especulativos de los negocios globales y las empresas transnacionales.

Durante este tiempo, activos ejidales, dominios privados y bienes públicos en las comisarías emeritenses de la zona de más alto valor inmobiliario, han sido adquiridas con los inagotables fondos señalados para transformarlos en áreas cerradas y venderlos como presuntos prodigios urbano-arquitectónicos. No ha sucedido nada parecido con urbanizaciones a medio construir, polígonos industriales en abandono, segmentos tradicionales en decadencia, etc., del resto de nuestra ciudad.

Sin importar que se justifique o no la necesidad social o la utilidad pública de esas estructuras aplaudidas como fantásticas –que acaso sirven para pretender que la capital yucateca es una gran urbe ante las calificadoras privadas y los organismos globales–, nadie puede negar que sus ubicaciones urbano-metropolitanas son los factores determinantes de sus viabilidades para la especulación privada nacional y extranjera.

Tampoco tienen nada que ver sus construcciones espectaculares con que hayan cambiado las necesidades locales y las demandas sectoriales con respecto a las que había anteriormente en el mercado, sino que están siempre en funciones de los criterios privados para las recuperaciones ventajistas de las inversiones transnacionales. Nadie puede decir y sostener que no es así.

Las condiciones antimercantiles que imponen las inversiones especulativas al sector inmobiliario, no permiten pensar en nada más que una burbuja inmobiliaria. Todos los patrones de una burbuja de negocios globales de empresas transnacionales, sean los asuntos técnicos, administrativos, publicitarios o legales que sirven para imponer un destroyer urbanístico-metropolitana, están presentes en el caso de Mérida.

El sector público ha cedido ante los empresarios inmobiliarios para facilitar los trámites para la inversión nacional y extranjera en la capital yucateca. Inclusive el presunto Observatorio Nacional de Mejora Regulatoria en México ha distinguido al Ayuntamiento de Mérida con el primer lugar a nivel nacional en facilidades municipales para hacer negocios transnacionales, señalando que la simplificación de trámites ha convertido en Mérida en una ciudad incondicional para la inversión privada.

No ha ocurrido una crisis brutal que permita entender a los promotores regionales y los agentes locales lo que es el reventar de una burbuja inmobiliaria. Sin regulaciones oficiales para evitar que se engañe a las comunidades ejidales para cumplir con despojos patrimoniales, y se maree también a las personas físicas para que realicen adquisiciones residenciales y contraten servicios múltiples, el problema inmobiliario será un asunto serio cuando haya una crisis sectorial y muchos inversionistas vean perderse sus dineros.

A pesar de las evidencias de una burbuja especulativa y aunque reconozcan que la normativa inmobiliaria propicia desconcierto patrimonial e incertidumbre mercantil, el sector empresarial y el Cabildo emeritense no son partidarios de regular nada concerniente a la calificación del suelo y la concesión de licencias construcción. Pareciera como si el Ayuntamiento de Mérida y la Asociación Nacional de Bienes Inmobiliarios no entendieran nada al respecto o temieran el repudio de los desarrolladores inmobiliarios.

No se asume, ni siquiera desde el INPLAM y el PMDUM, que las leyes y las instituciones ayudarían en esos sentidos a reducir tantos casos de corrupción catastral e impunidad inmobiliarias que se han producido en Mérida, pugnando por certidumbre en la adquisición, la transformación y el destino del suelo urbano-metropolitano.

Falta mucho para que los inversionistas regionales y locales entiendan que, si los depósitos en bancos son malos en rendimientos, las inversiones advenedizas en bloques y ladrillos pueden resultar fatales en recuperaciones.