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Yucatán

¡Hoy escribo lleno de indignación!

Ariel Avilés Marín

Hoy, debería haber escrito una crónica de teatro, una crónica sobre una obra de Juan García Ponce, pero no puedo, no puedo porque la indignación no me lo permite, no puedo porque mi pluma tiembla de rabia, no puedo porque mi razón se nubla y las lágrimas de coraje contenido amenazan con salir, y así, mi pluma no corre como debe hacerlo en circunstancias normales. Y no quiero llorar, porque como diría Guillén “no lloro porque la hora / no es de lágrima y pañuelo / sino de machete en mano”. Mi alma arde de indignación, de cólera plena y justificada. ¡Qué asco de Poder Judicial tenemos! La sangre de Lucely Peniche y Juan Campos, violentan mi alma y enardecen mi espíritu. Su sangre reclama venganza. Pero no una venganza de baja estofa, de ir a linchar y masacrar a los asesinos y con ellos a los corruptos juzgadores que les han otorgado la injusta gracia de la libertad, no; la venganza debe partir de la sociedad en pleno que, con su rechazo, con su descalificación, los haga sentir segregados, rechazados; que no encuentren paz, que se sientan incómodos y rechazados en cualquier lugar en donde pongan sus sucios pies. La muerte civil de un infame es un correcto y pleno castigo para su ser reprobable e inadmisible en cualquier ámbito.

Lucely y Juan eran gente de bien, incapaces de hacer daño alguno a nadie; vivían un tranquila y justa vejez en su casona de la avenida Colón. Las puertas de ese hogar familiar estaban siempre abiertas para la cultura, la música en especial, pues Juan era un enamorado del violín, que tocó toda la vida, y militó en prácticamente todas las orquestas sinfónicas del pasado en Yucatán. Y Lucely era una encantadora anfitriona, generosa, y que cuando había en su casa alguna reunión o velada musical, recibía a los comensales con un amplio y delicioso buffet, todo salido de sus laboriosas manos. Así era el hogar de los esposos Campos Peniche. Juan, además, era un gran promotor de la cultura, como activo integrante de la Sociedad Artística José Rubio Milán ponía de su peculio para llevar a cabo múltiples actividades que se ofrecían sin costo a los amantes del arte. Eran un par de personas de calidad superior, queridos y respetados por todo el mundo.

Una noche nefasta, un par de engendros llamados Pedro Pablo Moo Miranda y José Rodrigo Villanueva Pérez, saltaron la barda que separa la casa de los Campos Peniche del Hotel Villa Mercedes, subieron a la parte posterior de la casa, empujaron la puerta del comedor que da a la terraza trasera, y se introdujeron al hogar donde la pareja de ancianos dormía tranquilamente. Por sucios treinta y cinco mil pesos y un puñado de alhajas, estos desalmados materialmente masacraron a la pareja de indefensos e inofensivos ancianos. Para lograr sus aviesos planes, con dar un empujón a la pareja, los hubieran dejado tirados en el suelo, y hubieran podido llevarse lo que les viniera en gana. Pero no, sus almas negras los llevaron a perpetrar uno de los crímenes más horrendos en la historia de Yucatán. Juan Campos recibió catorce cuchilladas de manos de estos bastardos. ¡Hágame ustedes el favor! ¡Catorce cuchilladas a un anciano de noventa y un años! Y Lucely, que apenas si podía caminar, primero fue estrangulada con un cable para obligarla a revelar el lugar donde estaban guardados dinero y alhajas, y luego fue acuchillada también. ¡No existe razonamiento lógico posible para entender este crimen nefando!

¿Cómo se descubrió a los culpables? Muy sencillo, las cámaras de seguridad del hotel contiguo permitieron ver el momento en el que los infames saltaban la barda y se dirigían a la casa. Un caso claro, obvio, sin recovecos ni confusos argumentos. Y claro, se hizo justicia a medias, pues se les dio una condena de treinta años por este doble homicidio con todas las agravantes. La familia de los asesinados, en su momento, externó su inconformidad con la sentencia e interpuso un recurso en tribunales.

Hoy, amanecemos con la increíble sorpresa de que, el Tribunal Primero de Enjuiciamiento ha emitido un fallo de “no culpabilidad” y lo ha hecho por unanimidad de votos de sus integrantes Fabiola Rodríguez Zurita, Nidia Celis Fuentes y Kenny Martin’s Burgos Salazar, por lo que hoy mismo, este par de engendros del mal, saldrán libres a las calles de esta nuestra muy segura ciudad de Mérida. ¿Qué sucederá en el futuro con las acciones delictivas que Pedro Pablo Moo Miranda y José Rodrigo Villanueva Pérez puedan cometer? ¿Quién podrá garantizar que no vuelvan en seguida a delinquir? Esas incógnitas quedan en el aire y en la conciencia de estos juzgadores que hoy quedan en duda ante la opinión pública.

Hay otra pregunta también. ¿Qué abogado o despacho de abogados se hizo cargo de la defensa? Cuando cursé en 1970 el primer año de la Licenciatura en Derecho en la UADY, la clase de Etica la impartía el inolvidable maestro Raúl Vallado Peniche, y el Lic. Vallado nos inculcó profundamente: “Un abogado que se precie de serlo, no debe aceptar defender una causa injusta. Por ética elemental, debe rechazar el caso”. ¡Qué falta nos hacen estos maestros el día de hoy!

Hay varias cosas pendientes en este lamentable caso y su terrible desenlace de hoy. Los juzgadores nos deben una clara, fundamentada y sustentada explicación de su fallo, la sociedad tiene todo el derecho de ser informada de las causas que devolvieron la libertad a dos asesinos, porque de guardar silencio, las magistradas se pondrán en un grave predicamento ante todos los ojos de la ciudadanía del Estado de Yucatán. Quienes llevaron el proceso de defensa, también deben una explicación a la sociedad, no es válido recurrir a cualquier artimaña legaloide para servir a los intereses de un delincuente.

Hay respuestas pendientes. Mientras tanto, ¡hoy escribo lleno de indignación!

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