Yucatán

Jorge A. Franco Cáceres

Sucumben los yucatecos a la fantasía de que Mérida es una gran urbe del orbe civilizado cuando, circulando por las vías rápidas de la zona metropolitana, miran las torres de departamentos, acceden a las plazas comerciales, encuentran las privadas residenciales y ven los hoteles de clase mundial. Tropiezan también con las obras turísticas, hospitalarias y de entretenimiento que se construyen desde los negocios de los inversionistas locales y foráneos.

Les gusta hablar de que la capital yucateca ha cambiado mucho y de que lo ha hecho tan prodigiosamente rápido, que es imposible pensar que el cambio metropolitano alguna vez se detendrá. Ajenos al movimiento especulativo de interés comercial, turístico e inmobiliario que se impone desde el mercado global a las metrópolis dentro y fuera de México, creen que el crecimiento urbano en nuestra ciudad es resultado de la actividad económica y la planificación sectorial que se realiza en el mismo Yucatán.

Sin lugar a dudas, Mérida fue durante décadas una ciudad tradicional de costumbres medianeras, donde lo correcto y decente era vivir en casas cómodas con servicios indispensables y amplios patios, acudiendo con regularidad a centros comerciales, estudiando en escuelas religiosas, celebrando fiestas con los parientes y amigos, pasando temporadas vacacionales en las playas, comiendo antojitos yucatecos en establecimientos cercanos los domingos y gastando los ingresos provenientes de los negocios o de empleos paternos.

Todo comenzó a cambiar a fines del Siglo XX y otra realidad se estableció como nueva forma de vida metropolitana con la llegada de migrantes foráneos en lo que va del Siglo XXI. Se postula desde los documentos municipales y las publicaciones privadas que este cambio poblacional-territorial fue resultado del desarrollo comercial, turístico e inmobiliario, ocultándose que sucedió debido a la incorporación de la economía local a los servicios especulativos de interés global, operados desde el triángulo urbano de La Ceiba, Cordemex y Altabrisa, a lo largo de las avenidas que atraviesan las comisarías ahí existentes.

Cautivas de las nuevas tendencias mercantiles, las colonias tradicionales del triángulo señalado, fueron cediendo sus espacios a los comercios extranjeros y los negocios transnacionales, mientras sus propietarios iban reubicando sus residencias en desarrollos exclusivos localizados más allá del Anillo Periférico, siguiendo las presunciones hegemónicas de que la Mérida del futuro estaba naciendo y que sería una gran urbe del orbe civilizado.

La publicidad transnacional sobre la Mérida del Futuro comenzó a divulgarse desde las revistas de las empresas de proyectos arquitectónicos y las páginas de los negocios de obras urbano-metropolitanas, especialmente de los que vendían servicios comerciales, turísticos e inmobiliarios. Estos señalaban una y otra vez que la grandeza emeritense consistiría en varias ciudades satélite, una multitud de malls, tiendas de cadenas comerciales en las esquinas, restaurantes franquiciados con especialidades gourmet, hoteles boutique de clase mundial, cascos de ex haciendas convertidos en centros de hospedaje de lujo, nuevos centros de convenciones, grandes museos, la mayor cantidad de privadas dentro y fuera de los límites de la ciudad y un nunca antes visto boom de edificios verticales y multifuncionales. No se trataba de una bella ciudad humanizada y democrática, sino de una cínica metrópolis más estratificada y, desde luego, más policéntrica.

No cabe duda que ningún observador libre e independiente de lo que sucede en la capital yucateca, debido a los intereses especulativos del mercado global, puede ratificar nada de lo reiterado por la publicidad privada sobre la Mérida del futuro, ni menos llegar a la misma conclusión de que avanzamos hacia una gran urbe del orbe civilizado.

Muy falso sería decir que nuestra ciudad está creciendo de modo sostenido por el gran impulso de las inversiones extranjeras a la economía yucateca, gracias a los altos niveles de seguridad, ignorando que tan sólo se trata de una de esas burbujas artificiales que los mercados globales disponen para los mayores retornos de negocios especulativos de las empresas transnacionales.