Yucatán

Pilar Faller Menéndez

“Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida.”

Chabela Vargas

Como si fuera una narración antigua, hace algunos años, las fotografías no se tomaban con los celulares, tener una cámara fotográfica era tener un tesoro, y los carretes iban de 12 a 36 cuadros para poder tomar el número de fotografías, según el escogido. Era por este motivo, que tomar una fotografía implicaba “gastar” una de nuestras posibilidades que nos brindaba el film que tenía la cámara, por lo que una “selfie” constituía un verdadero desperdicio, porque entre más gente saliera en la fotografía, mayor valor tenía.

Lo anterior lo sabemos los que pertenecemos a la llamada generación “X” o los niños del “Baby boom”, y generaciones anteriores, que vivieron concibiendo las fotografías como recuerdos que se atesoraban, ya fuera en un álbum, o eran enmarcadas en pequeños portarretratos si éstas eran familiares, para poner en algún lugar especial de la casa.

Parece ser que esa nostalgia y recuerdos de nuestra niñez o juventud se está presentando a flashazos porque los antiguos envases de refrescos están volviendo al mercado, la moda nos es familiar porque así vestíamos algunos, y se ha vuelto una pasión todo aquello que represente los años ochenta.

No creo que el estar haciendo “remakes” o refritos como coloquialmente decimos, de películas o canciones, sea una falta de creatividad, sino es una invitación a las generaciones precedentes a los años ochenta, a integrarnos en ese mundo que marcó una era tecnológica en la que se produjeron cambios sociales, así como la forma de entender y utilizar el tiempo de ocio, la educación, la cultura, las relaciones familiares y personales que dieron un giro de 180 grados.

Probablemente muchos sentimos en algún momento nostalgia de aquellos tiempos, ante los cambios que constantemente vivimos, lo cual no quiere decir que el progreso sea una cosa mala, o “nuestros tiempos” como algunas veces lo llamamos eran mejores. Nuestro tiempo es hoy pero también es cierto que ciertas canciones, reencuentros con amistades, y hasta ciertos olores, nos transportan a la niñez o nos provocan recuerdos felices del pasado.

Sin embargo, la Real Academia Española de la Lengua la define, en su segunda acepción, como una “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”. Rafael Bisquerra, director del Posgrado en Educación Emocional y Bienestar de la Universidad de Barcelona (UB), lo desarrolla un poco más: “Acordarse de tiempos pretéritos como momentos maravillosos vividos con amor no es nostalgia. Solamente se convierte en ella cuando pesa más la sensación de que eso se ha perdido por encima de la experiencia de lo vivido”.

¿Qué hemos perdido? Hemos ganado un sinnúmero de recuerdos que vamos acumulando, hemos vivido maravillas de un siglo pasado y el presente que estamos viviendo, la vida es un cúmulo de posibilidades para aprender algo nuevo cada día, pero de vez en cuando, el pasado nos jala porque no quiere ser olvidado, porque los tiempos pasados son parte de lo que somos, y añorarlos, sentir nostalgia de vez en cuando, es algo con lo que estoy en desacuerdo con la definición que propone la RAE sobre la definición de nostalgia y coincido más con la del sociólogo norteamericano Fred Davis (1925-1993) quien la describió como un anhelo sentimental por personas, lugares o situaciones que nos hicieron felices en el pasado.

¿Cuántas veces no hemos escuchado a alguien contarnos recuerdos de su juventud? El pasado es sumamente importante para poder entender nuestro presente, y tan importante es, que en la senectud, cuando muchas personas de la tercera edad comienzan a sufrir demencia senil, solamente hacen alusión al pasado, probablemente porque es algo que idealizamos, o del que solamente nos quedan recuerdos felices.