Yucatán

Ariel Avilés Marín

Después de las intensas emociones de los dos últimos programas, el noveno concierto de la XXXII temporada de la OSY fue como un refrescante y ameno programa, de esos que levantan el ánimo. Cuatro obras brillantes, alegres, amenas. Un programa que transitó del alto barroco al romanticismo más puro y emotivo. Las cuatro obras cayeron como lluvia refrescante en el numeroso público que ocupó todos los niveles del Teatro “Peón Contreras”. La joven y ágil batuta de Miguel Salmón del Real fue otro elemento que contribuyó a dar brillo y alegría al programa; el talentoso director mexicano supo arrancar a la orquesta gran sonoridad en las partes que así lo requerían, y en las sentidas y delicadas, logró la emotividad en su justa medida.

Pocas veces tenemos la oportunidad de oír en vivo conciertos para oboe, este delicado y difícil instrumento, es uno de los de más difícil ejecución, además, las cualidades de las cañas de bambú que integran su boquilla, le agregan otro reto para el ejecutante; un oboísta que prepara un concierto en calidad de solista, tiene que elaborar entre veinte y treinta cañas de bambú, para que, al final, una o dos sean apropiadas para su uso en la ejecución de la obra del concierto. No es gratuito que, al salir el violín concertino, antecediendo al director, para afinar la orquesta, solicite al oboe principal dar el LA de doscientas setenta vibraciones, para, sobre él, proceder a la afinación general del grupo. La afinación del oboe es tan difícil y delicada de lograr que es la pauta general de afinación de todo el grupo orquestal. Dos delicadas y selectas joyas del alto barroco nos brindaron la oportunidad de deleitarnos con la dulce voz de un par de oboes, cantando a dúo, jugando en formato fugado, en delicados y ricos contra puntos. La actuación del oboísta invitado, Héctor Fernández, y la de nuestro excelente oboísta principal, Alexander Ovcharov, dieron vida a las partituras de Vivaldi con maestría y precisión absoluta. Un deleite pocas veces a nuestro alcance, en vivo.

Las otras dos obras del programa fueron totalmente del período romántico. La Obertura Semíramis de Gioachino Rossini, y la Sinfonía No. 4 “Italiana” de Félix Mendelssohn; ambas rebosantes de entusiasmo y alegría que corren de principio a fin. Abre programa la Obertura Semíramis, de Rossini, obra en la que nos relata con música la historia de la reina fundadora de Babilonia. La inician las flautas, el oboe y el corno inglés, la fuerza va subiendo y, de pronto, suenan dos fuertes acordes que dan paso al suave canto de los cornos, canta el fagot y se le unen los cornos con gran dulzura y entra el tutti con fuerza; se van alternando las madreas con las cuerdas en pizzicato, los platillos suenan y son la señal para que la fuerza de la música vaya subiendo; al final, el tutti hace una verdadera explosión musical que termina la obra brillantemente. Sonora, larga y cerrada ovación corona el trabajo de la orquesta y del director Salmón del Real.

Vienen en seguida dos conciertos para dos oboes; ambos son breves, pero muy bellos y delicados. El primero en Re menor, y con armadura francesa, pues se compone de dos primeros movimientos lentos, es hasta el tercero que sube el entusiasmo. Los movimientos son: Largo-Allegro, Largo y Allegro Molto. Vivaldi, es entre los compositores del alto barroco, uno de los más accesibles y menos complicados. Los solistas son acompañados por una reducción de la orquesta, que se adapta a orquesta de cámara de cuerdas. Es una obra llena de serenidad en la que la dulce voz de los oboes juega alternando la melodía con el acompañamiento, de un concertista al otro; la partitura juega con la polifonía y los solistas ejecutan pasajes en estilo fugado, en el que las voces se repiten y juegan haciendo y deshaciendo el tema. El tercer movimiento es una manifestación de alegría que los solistas desparraman por la sala y las cuerdas acompañan brillantemente. Un alegre final marca el fin de la obra. Suena fuerte y cerrada la ovación. El segundo concierto, en La menor; este tiene corte italiano, pues está compuesto por un primer movimiento rápido; un segundo lento y delicado; y el tercero es un rápido desborde de alegría sonora y entusiasta. Nuevamente, los concertistas hacen gala del difícil dominio del oboe, y juegan con las voces y la forma de fuga; al final del tercer movimiento ejecutan rápidas y alegres cadencias que dejan clara constancia del dominio de ambos concertistas del difícil oboe. Tremenda ovación con gritos de bravo premia a los solistas y al director.

Después del breve intermedio, se reanuda el programa con la Sinfonía No. 4 Op. 90 “Italiana”, que es un verdadero tributo a las alegres danzas de la campiña de la península itálica. La partitura de Mendelssohn rebosa de entusiasmo de principio a fin, y tiene una gran alegría contagiosa que invita al baile. Está integrada por cuatro movimientos: Allegro vivace, Andante con moto, Con moto moderato y Saltarello: Presto. El primer movimiento tiene un entusiasta y conocidísimo tema que prende la alegría en las almas de quien lo escucha. El segundo movimiento es un poco más sereno, pero siempre alegre; tiene un grave inicio de los chelos en stacatto, y luego las madreas cantan dulce y suave, las voces de flauta, oboe, clarinete y fagot se van alternando y el movimiento termina con profundo sentimiento y suave final. El tercero tiene también conocido tema alegre, que se repite y se aborda con variaciones, y también concluye en un suave final. El cuarto es un movimiento saltarín y entusiasta, es brillante y muy alegre; las voces juegan y se alternan, destaca la pesada carga que en este movimiento final tiene el fagot que alterna con flautas, clarinete y cornos. Tiene un prolongado y sonoro final que prende al respetable, que premia muy fuerte la obra y lo acompaña con gritos de bravo.

Salmón del Real, tiene que salir varias veces al escenario y va dando los créditos a los ejecutantes solistas.

Salimos del “Peón Contreras” con el alma alegre y el entusiasmo desatado.