Yucatán

Ecos de mi tierra

Francisco Otero

 

1118

Cundeamor

Tesoro de la espesura

alargada del lindero,

te le antojas al viajero

un melón de miniatura.

Celoso de tu hermosura

en los paisajes te alojas,

y el pájaro entre las hojas

–ladrón con llave de pico–

franquea tu estuche rico

y carga las perlas rojas.

1119

Manantial

Por oscura galería

se desliza el manantial,

¡qué alboroto de cristal

buscando la luz del día!

Apura su boca fría

con música de paloma,

y plásticamente asoma

entre matojo y matojo,

igual que si fuera un ojo

en la cara de la loma.

1120

Arrollo de la infancia

Cuando mi arrollo crecía

–relámpago de agua y liebre–,

se burlaba de la fiebre

temporal de la sequía.

Con hambre de geografía

lo vi tragarse el palmar,

y en los puentes enredar

sus crines de lluvia nueva,

como caballo que lleva

estrellas en el ijar.

1121

Arcoíris

Alta visión, hermosura

de innumerables fulgores.

Adolfo Martí

Envidia de los pintores

que no te pueden hacer,

¡quién pudiera retener

tu piñata de colores!

Cuando enseñan tus fulgores

la mitad de una cintura,

el potro de la llanura,

tras un golpe de chubascos,

está luciendo sin cascos

una mentida herradura.

1122

Araña

Tejedora, en el derroche

de tu trabajo nocturno,

consumes un solo turno

del tamaño de la noche.

Nunca le pones un broche

de conclusión al tejido,

y el insecto sorprendido

entre tu cárcel de nieve,

paga con su vida breve

el precio de su descuido.

Nadie ve cuando dibujas,

en ramas verdes o secas,

la inmensidad de tus ruecas

ni el cuerpo de tus agujas.

El brocado que no estrujas

siempre se mira estirado,

porque tu mejor brocado,

que con dos hilos empatas,

es un trapecio de patas

que el hombre no ha caminado.

1123

Cocuyo

Cuando el sol ya no madura

los canisteles del agua,

enciendes un sol jimagua

que descubre tu figura.

Multiplica tu negrura

el color de tu chaleco,

y vas a dormir al hueco

que un pájaro en su faena

fabricara sin barrena

en un tronco de árbol seco.

Alumbras muchas regiones

–brújula del caminante–

con una hoguera volante

que no consume tizones.

Tu vientre tiene carbones

para todo el que te mira,

y cuando alguien te retira

de tu casa de matojos,

cierras de golpe los ojos

en un sueño de mentira.

Fuiste juguete barato

de los niños sin juguete,

saltando en un taburete

para júbilo de un rato.

El infantil arrebato

te miró solo y en yuntas,

y cuando las voces juntas

preguntaban sin sosiego,

seguías el mismo juego

sin saberte las preguntas.