Yucatán

¡Feliz Navidad!

Conrado Roche Reyes

Chabelo anunciando en su longevo programa televisivo los juguetes de la marca “Lily Ledy”, que abarcaba toda la gama de los juguetes habidos y por haber, tanto para niños como para niñas. Todos escogíamos alguno, seguramente el más hermoso y el de más avanzada tecnología, que hoy sería considerado de la edad de piedra por los adelantadísimos niños actuales: “papa, ¿cuándo viste por primera vez desnuda a mama?” pregunta hoy un niño de cinco años a su padre, por poner un ejemplo al azar.

El 24 de diciembre, desde la mañana, ya se respiraba el ambiente de los futuros regalos, todos los chamacos contentos preguntándose unos a otros, incluidas ellas que eran consideradas como nuestras iguales, qué le habíamos pedido a Santa Claus. Todos habían hecho fabulosas cartas pidiéndole los “más mejores” juguetes y… aunque en un 95% de los casos a nadie cumplía dichos pedimentos, lo que nos traía era en realidad lo que los diversos y tambaleantes bolsillos de los papás alcanzaban a comprar.

Sea lo que “haiga” sido, todo mundo estaba feliz con su regalito nuevo. Había una familia a la vuelta de mi casa, en el barrio Santa Ana, que estaba literalmente en la miseria con dos niños pequeños, un padre alcohólico y miserable, y su pobre madre hacía de criada ocasional; apenas le daba para darles de mal comer a los niños.

Sin embargo, eran nuestros amigos, jugaban en nuestro equipo de béisbol. Entonces, entre todos los chiquitos, al igual que nuestros padres hicimos una colecta según nuestras posibilidades.

Una amiguita que su padre era beisbolista profesional, dejó brillante y rechinante una pelota marca Spalding (espolin), decíamos que era un trofeo muy codiciado, ya que por entonces no era tan fácil conseguir una de éstas, en la calle y en los solares y baldíos jugábamos con puras pelotas de hilo.

Otro niño del rumbo reunió toda su colección de marcianitos de plástico, los lavó y dejó como nuevos, el riquillo del barrio aportó una buena cantidad de efectivo, y así, aquellos vecinitos pasaron una feliz Navidad, sin tener aquella carita de tristeza que miró en ocasiones a los niños de los barrios marginales; es devastador ver cómo se les van los ojos tras los juguetes de algunos amigos de ellos a los que sí les visitó el trineo con Rodolfo el reno a la cabeza.

Desde el día 23 no paraban los juegos y la felicidad, “The brotherhood of man”, que decía John Lennon fue para mí aquellas épocas. Kimbomba, peca pesca, guarda guarda, encantados, prendas sin faltar los juegos mixtos de “doctor” o “papá y mamá”.

Como estábamos en vacaciones, todos los días íbamos al cine y nos acostábamos muy tarde, sentados en la escarpa de alguna casa contando cuentos de espantos.

El mero día 24, desde el mediodía, se sentía el enervante olor a los pavos que en casi todas las casas se estaban cocinando. Cantos y alabanzas en la Iglesia, bajo la mirada severa del padre Ricalde y los jalones de patillas de una catequista sádica. Y así nos la pasábamos en la noche del 24, intentando no dormirnos en nuestras respectivas hamacas para descubrir la entrada de Santa, quién sabe por dónde porque en Mérida las chimeneas son inexistentes.

Por otro lado, “los grandes”, y por grandes me estoy refiriendo desde los adolescentes, iban a “misa de gallo”, que se verificaba en punto de las doce de la noche, con tres padres y cantada.

Lo clásico. Antes, durante y después de la cena, en muchas casas le entraban con fe al “chupe” los papás, mamás, hermanos, hermanas, sobrinos, tíos y toda la prole.

En dichos hogares, siempre muy bien focalizados, era infalible que en medio de la celebración algunos parientes comenzaban a hacer remembranzas. “Ahora que me acuerdo, tú, Caralampio, cuando éramos chicos me robaste un lápiz, ahorita me lo vas a devolver o te rompo la madre”. “Eso lo veremos, si no estoy manco puchis”.

Y ahí entraban todos los mediadores de uno y otro bando para calmar a los rijosos, mientras a la mamá le daba su soponcio. Generalmente no pasaba a más, pero este tipo de altercados eran comunes en aquella noche de paz, noche de amor.

La alegría del despertar y abrir los regalos es indescriptible, imborrable… Hoy día, la petición general de los niños, desde el más rico hasta el más pobre es una “tableta”, Tienen una fatal obsesión, para ellos poseer un artefacto de estos significa la agonía y el éxtasis. Ya los vaqueros “pasaron bola”, al igual que los “marines”.

El colmo llega cuando no uno ni una, varios adolescentes ofrecen vender su riñón para poder comprar una tablet. ¿Brinca soga?, no hombre, juar juar juar.

A lo más que aspiran que no sea de tecnología de punta, es a una camiseta del equipo de fútbol Mánchester “iunaited”, del Barcelona, del Milán y últimamente del “Liverpul”.

Después de la sabrosa cena venían los abrazos y los deseos de prosperidad y paz y amor en la mayoría de los casos, diría en un 99%.