Yucatán

A cuatro meses de haber comenzado las nuevas administraciones, no está de más recordar la función que tienen los servidores públicos

Pilar Faller Menéndez “Saber lo que es justo y no hacerlo es la peor de las cobardías.”

Confucio

Aquellos que afirman que la política es una actividad sucia, mienten. Es un trabajo que requiere de personas con sólidos valores y acciones morales, ya que es muy difícil caer en la tentación, por lo que constantemente deben vigilar el cumplimiento de una sola moral que lleve a la rectitud, ya que es la vocación de la que se desprende.

Se ha hablado y escrito sobre el tema de los valores hasta el cansancio, pero vale la pena tenerlos presentes, porque muchas de las razones del saqueo que vivimos fue por la falta de ellos, que nublaron la conciencia de quienes se hicieron de bienes públicos para enriquecer su patrimonio personal.

Estamos a tiempo de romper con los vicios que se han manejado en muchas instituciones públicas para que la historia no vuelva a repetirse y exista más respeto y confianza de que quienes han sido elegidos para trabajar en el sector público, serán personas que no seguirán atentando contra la salud de las instituciones públicas. Existen muchos vicios, entre los cuales se pueden nombrar algunos: la ambición, la adulación, la avaricia, la codicia, la complicidad, el compadrazgo, el desenfreno, el desorden, la desconfianza, el “dedazo”, la deslealtad, la estafa, el fraude, la injusticia, la ineptitud, la malversación de recursos, el nepotismo, el soborno, el tráfico de influencias, los cuales pueden resumirse en una palabra: la corrupción.

Una vez más acudimos a las urnas para elegir las mejores opciones de candidatos en los que firmemente creímos (y todavía creemos) cambiarán nuestro destino y mejorarán nuestras comunidades, nuestra ciudad, nuestro Estado y nuestro país. No se trata de ingenuidad, se trata de una necesidad auténtica de cambio, en la que los funcionarios deben servir, en vez de servirse. Valdría la pena citar un proverbio que reza: “Toma de una vez y para siempre, una regla conforme a la cual vivas y ajusta a ella toda tu vida.”

Desgraciadamente muchos de los altos funcionarios en su vida diaria practican con ética y compromiso sus funciones, pero la cabeza no siempre sabe qué es lo que están haciendo sus pies, y es imposible, ante la magnitud de las instituciones, conocer a fondo aquellas acciones corruptas a fin de corregirlas.

A pesar de que se dice que los gobiernos están determinados de acuerdo a los principios que posea, los cuales se establecen de acuerdo a la naturaleza de cada pueblo en la cual influye su historia, cultura y tradiciones, no podemos basarnos en esa creencia si tomamos como ejemplo los gobiernos que nos han precedido, ya que no podemos afirmar que todo fue malo (aunque la mayoría lo haya sido), porque sí hubo gobernantes que ejercieron sus funciones con respeto a la ciudadanía que representaban.

La prevención o denuncia han sido tradicionalmente desoídas y subestimadas, es necesario brindarle al pueblo una voz que cuando se alce sea escuchada con seriedad y no sea parte de esas peticiones que van recogiendo los subalternos y que es muy difícil conocer su destino, pero que raramente llegan a quien va dirigido. La denuncia ha ido acompañada del miedo a las represalias, porque cuando existe la corrupción hay muchos coludidos en el acto, que sin miramientos pueden acallarlas algunas veces por medio de amenazas, y en otras cumpliéndolas.

No existe un manual sobre la ética en el proceder de los funcionarios, pero pueden nombrarse algunas acciones en las que debe estar basado su trabajo, como lo son, la actitud de innovar, teniendo siempre la iniciativa de resolver conflictos y cumplir con aquellas metas que le han sido encomendadas. Reconocer y validar si la persona que ocupa el cargo tiene la capacidad para ello y es competente.

Algo que frecuentemente se olvida es para quién trabajan y el objetivo que persiguen: trabajan para una nación, estado o municipio, por lo tanto deben servir a la sociedad no en un plano meramente retórico, sino con un compromiso y dedicación como si estuvieran trabajando en la iniciativa privada en donde deben rendir resultados satisfactorios para conservar sus puestos, a pesar de vivir del servicio público, tienen como obligación primordial servirlo.

Pocos han sido intolerantes a la mentira, a pesar de ser una de las herramientas más eficientes para combatir la corrupción, con lo cual se ganarán la confianza de sus gobernados, así como la credibilidad de los hechos que reporten en su gestión. Con el liderazgo y el ejemplo es como se puede influir en la conducta de los subordinados y mejorar su actitud, con la intención de una búsqueda de mejora continua con métodos más eficaces que produzcan mejores resultados.

La transparencia es probablemente el sustento más creíble de que se están realizando acciones honestas que buscan el bien común y cimientan la credibilidad de los gobernantes, no debe considerarse un fracaso o una mala decisión el haber considerado a una persona para ejercer un puesto, y cesarlo por no haber cumplido con honestidad sus funciones, aprovechándose de la posición que ocupaba para sacar ventajas de la misma.

Carecemos muchas veces de la claridad para poder definir las características que debe poseer un servidor público, ya que el carisma es explotado al máximo en el momento de las elecciones, o cuando se integra al equipo de trabajo, y es después cuando conocemos las capacidades reales con las que cuenta para ejercer la tarea que debe realizar.

En algunas comunidades indígenas de nuestro país todavía se ejerce la política como lo hacían otras culturas en la antigüedad, cuando los aspirantes a ser políticos desde temprana edad tenían un comportamiento que los hacía dignos de la confianza del pueblo que reconocía las virtudes de la persona, muy por el contrario de lo que hoy es considerado un buen candidato, cuando carecen de valores éticos, pero presumen de títulos universitarios en prestigiadas universidades. Si no posee principios sólidos, no podrá gobernar con la justicia que un pueblo requiere, por muy capaz o inteligente que sea.

El quehacer político está íntimamente ligado a los rasgos morales del individuo, los cuales por desgracia no son el sinónimo de la educación escolar, ya que en nuestros días la moral está subvaluada y el intelecto es más reconocido, así como los valores facultativos, hoy conocidos como tecnológicos.

Es de valientes enfrentarse a situaciones difíciles y tener la habilidad política para poder resolver problemas críticos, sin provocar tensiones sociales que se salgan de control, con el fin de alcanzar el objetivo perseguido que no sea otro que el bien común, habilidad que puede apreciarse en el momento de una decisión que recae en el que la toma, es cuando el sentido y capacidad política aparecen en esa capacidad para la negociación con diferentes agentes.

Según el maestro español Jaime Rodríguez, el perfil de los servidores públicos basados en una ética debe ser: “la promoción de la lealtad institucional, el uso racional y económico de los recursos públicos, la búsqueda de criterios de mérito y capacidad como requisitos para acceder a la función pública, la denuncia de la corrupción, la búsqueda constante de los intereses colectivos, la promoción de los derechos fundamentales de los ciudadanos, el orgullo del servicio público, el deseo de mejorar la propia formación profesional y, en fin, la ilusión para asumir el papel de auténticos representantes del interés público.”

Lo ideal es que cada institución pública cree su propio código de conducta, debido a la complejidad de funciones que cada una tiene, el cual debe tener una combinación de una ley general de conducta ética y el código específico de la institución a fin de complementar la normatividad ética de los servidores públicos, a fin de que este documento especifique claramente lo que se espera de ellos y no se preste a interpretaciones. Sin importar la forma de los códigos, éstos deben tener como función el poder potenciar y fomentar siempre los valores y actitudes positivas, así como proporcionar un criterio sólido que les permita adecuar su conducta en el ejercicio de sus funciones.