Pilar Faller Menéndez
Hace 23 años, en 1996, el gran campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov, ante la mirada atónita de millones de espectadores, perdía la primera de las seis partidas contra la computadora “Deep Blue” de la IBM, la cual tenía la capacidad de poder evaluar 200 millones de jugadas por segundo. Las tres partidas posteriores fueron ganadas por Kasparov y las dos restantes tuvieron como resultado el empate. Fue un duelo del hombre contra la máquina, lo cual mereció el reconocimiento de la maestría del entonces soviético, que no se amedrentó ante la presión y que le valió un premio de 400 mil dólares.
Sin embargo, se cree que Deep Blue cometió un error durante una de las partidas al mover aparentemente una torre sin sentido, cuando pudo haberle hecho un jaque al rey, sin embargo, ganó esa partida. Se especula que ese movimiento hizo perder la concentración a Kasparov y lo mantuvo en vela las siguientes noches ya que después de ese errático movimiento de la máquina, nunca volvió a ganarle. La explicación ante tal jugada, fue que pudo haber fallado algo en la máquina.
Un año más tarde, en 1997, a pesar de representar a nuestra especie con orgullo en medio del auge de la inteligencia artificial, se enfrentó de nuevo contra una mejorada “Deep Blue” por la revancha, en la cual no resultó victorioso lo cual fue tal vez la derrota de la que nunca pudo reponerse, ya que fue la más recordada e inmerecida.
Ser derrotado por una computadora, resultó un trauma para el ajedrecista, quien pasó a la historia por haber perdido una partida ante algo no humano, y sin embargo creado por el hombre. Se lo tomó tan mal, que hizo algunas insinuaciones de que había sido una partida manipulada aunque años después, en su libro Deep thinking en alusión a ese evento y a su contrincante, reconoció con una humildad que no se le conocía, que no había estado a la altura de la sexta partida, y que su comportamiento en la rueda de prensa al ser derrotado tampoco.
Su rendimiento no fue incondicional, y después de dos décadas de reflexión, continuó pensando que aquel duelo contra Deep Blue no fue un ejemplo de deportividad, y en eso probablemente todo el mundo esté de acuerdo, porque una justa deportiva se da entre dos competidores de la misma especie, e incluso hizo algunas insinuaciones de espionaje a su equipo, a fin de ganar a cualquier costa, a fin de lograr el triunfo, y demostrar la superioridad de una computadora sobre la mente humana, cuestión que Kasparov consideró irrespetuosa citando: “A IBM no le interesaba mi respeto ni mi colaboración; querían mi cabellera”.
No le fue concedido un tercer duelo para así tener el desempate definitivo, y la máquina fue desmantelada una vez que hubo vencido a Kasparov, quien la compara con el islandés Bobby Fischer, que se retiró siendo campeón para convertirse en un mito. Definitivamente esa partida contra Deep Blue no se olvida, debido a la genialidad de Kasparov a quienes muchos consideraron invencible, y que solamente una máquina lo pudo derribar.
Valdría la pena hacer una reflexión de que Kasparov no compitió en igualdad de circunstancias, no se midió ante un ser de su misma especie, que está expuesto a la presión, cuya memoria puede fallar, y que sobre todo: no somos computadoras. Lo justo hubiera sido que dos marcas de computadoras hubieran sostenido un duelo de ajedrez entre ellas, para entonces vanagloriarse de cual marca posee más inteligencia incluida.
A pesar de que las computadoras sean creación del hombre, éstas no deben fungir para degradar la mente de su creador, sino para que éste se sirva de ellas. La genialidad humana es única, y jamás seremos sustituibles, a menos de que un día (espero que muy lejano) le demos mayor valor a una mente artificial que a la humana.