Conrado Roche Reyes
Hace ya varios años, un primo mío, con grandes aptitudes artísticas ya que tocaba la guitarra y sabía hacer las tres, cuatro y hasta cinco voces para cantar en alguna agrupación; era muy jovencito y ya hacía sus pininos como compositor.
Era la época del romanticismo más acendrado que ha existido en el país, del cual el trío Los Panchos eran abanderados y ejemplo a seguir.
El primo formó un trío en la ciudad primigenia, es decir, en Izamal, en donde él vivía. Comenzaron a ensayar y fueron los más solicitados de la “Ciudad de los Cerros” para las serenatas, veladas escolares o alguna variedad que llegaba con las compañías yucatecas o nacionales de variedad.
Sus composiciones fueron puliéndose conforme pasaba el tiempo. Tuvo alguna en verdad hermosa, la escuché hace mucho tiempo cantada por él mismo. Pero llegó el momento en que Izamal ya se le hizo chico y vino a la ciudad de Mérida, en la que formó un trío al que denominaron “Trío Los Héroes”.
Eran muy buenos, al grado de tener un programa diario en una difusora local con bastante éxito de audiencia. Recuerdo cómo cosa chusca que la rúbrica de sus músicos al término de su programa había una parte en la que la letra de la melodía. Terminaba con las siguientes palabras : “Tu almaaaa…sencilla… illa illa illaaaa” , pero la primera voz del trío era un izamaleño de hacienda que decía : “Tu alma, sencía..ia…ia..ia”. Me cuenta mi primo que se pasaban horas y días tratando de que pronunciase bien dicha palabra, hasta que “mataron su pavo”.
Saliéndome del tema del primo, le invito a usted a que intente que alguna persona que dice por ejemplo “Tiya” en ves de “Tía”, a que pronuncie lo segundo…. ¡imposible! es hasta hoy uno de los misterios del habla maya que no he entendido, cuando pronuncian en castellano y trastocan la “I” en “Y”, y viceversa.
Continuando con mi primo, llegó el día en que se decidió ir a probar suerte en la capital, estaba firmemente decidido a hacer el viaje. En la casa paterna aquello fue como una tormenta borrascosa, su papá suplicándole que desistiera, mi tía llorando y es que por aquellos años la capital del país era considerada como muy peligrosa, que no se bañaban y que abundaban los rateros.
El primo no pudo ser disuadido y, finalmente, aceptaron que siguiese el llamado de su vocación. Si en Mérida desconfiábamos de los “huaches”, imagínate, amigo lector, en Izamal.
Previsora, mi tía le cosió en la funda de su flus un lugar secreto y guardo allí el dinero fuerte, que no lo era tanto, sin embargo ahí no lo podían robar los famosos “dos de bastos” (carteristas) que abundaban en la Ciudad de México.
Finalmente, en camión viajó a la gran urbe (este viaje por entonces era otra odisea), se hospedó en un hotel barato, recorrió varios cabarets y lugares en donde se presentaban artistas y tríos. Todos le dieron la espalda. Hubo uno que fue más allá. El Gran, ¡Oh, Maestro! quien no le ayudó, sino que al mirar la partitura de las composiciones del primo, se las compró por una bagatela. Con esta miseria que le dio el consagrado, pagó lo que debía en el hotelucho.
Sin embargo, aún tenía el dinero que su mamá le cosió en el flus. Dado que en el hotelucho no había agua caliente y el primo ya llevaba tres días sin bañarse, acudió a unos baños públicos. Tomó una relajante ducha con agua caliente. Pensaba ir a visitar a otro paisano, este sí doble paisano, ya que era de Izamal y comenzaba a despuntar por su grandiosa y preciosa voz.
Al salir de la regadera, se quiso vestir y… ¡Oh sorpresa!, le habían robado su flus con el dinero que le quedaba, así que, en pelotas y sin ni un quinto, le habló al paisano cantante que además era pariente de él -y mío-, quien lo fue ver con ropa y un poco de dinero para que regrese a Mérida, cosa que esta vez sí hizo.
Siguió componiendo y una de sus composiciones tuvo un éxito más que regular. Estábamos en la época de la locura del chachachá y en ese ritmo compuso “Patolandia”, que se grabó con la orquesta de Ponciano Blanqueto.
Hoy vive retirado, pero en ocasiones de fiestas familiares empuña la guitarra y nos deleita con sus bellas melodías, algunas famosas firmadas por otro compositor.