Yucatán

Amado Nervo, un destacado poeta mexicano

Pilar Faller Menéndez

La poesía no muere, se transforma, no necesariamente evoluciona, pero se va adaptando a la palabra de las generaciones, pero a los grandes poetas no se les olvida, porque se obra ha dejado huella y sigue presente en quien tiene el aprecio por la buena lectura y encuentra en ella la sensibilidad de poesía.

Este es el caso de José Amado Ruiz de Nervo, quien naciera en Tepic, Nayarit en el año de 1870 quien realizó sus primeros estudios en el Colegio Jacona, y después se trasladó al Seminario de Zamora, Michoacán en sonde permaneció 5 años.

Como es el caso de muchos artistas, son forzados por la situación económica de sus familias a dejar sus estudios, y en el caso de Amado Nervo, tuvo tal vez una influencia personal en la que tuvo que ver su falta de vocación eclesiástica, a pesar de que seguir alentando en su interior esa espiritualidad mística que lo inspiró en su primera etapa lírica, en la cual meditó profundamente sobre la existencia humana, así como sus conflictos y misterios sobre ese eterno dilema que muchos tienen sobre la vida y la muerte.

El periodismo suele ser un refugio que muchos escritores encuentran y este fue el caso de este poeta al abandonar sus estudios, en donde ejerció esta profesión, primero en Mazatlán, luego en Sinaloa hasta llegar a la Ciudad de México, en donde empieza a residir en 1984. Sus colaboraciones fueron publicadas en la Revista Azul y más tarde, junto con su amigo Jesús Valenzuela, funda la Revista Mexicana Moderna, como resultado de aquellas ansias e impulsos modernistas que sentía en aquella época que fue característica en muchos rincones del continente americano entre los artistas.

Iniciaba el siglo XX, y el diario El imparcial, lo envía como corresponsal a la Exposición Universal de Paris, en donde permanece dos años, durante los cuales conoce y entabla una gran amistad con el también poeta de origen nicaragüense Rubén Darío, quien más tarde se referiría sobre Nervo expresando: “Se relacionó también con el grupo de literatos y artistas parnasianos y modernistas, completando de ese modo su formación literaria.”

Los estudiosos de la poesía de Nervo, parecen coincidir en que ciertamente adoptó los principios y la filosofía del Parnaso, perteneciente a un grupo de creadores franceses cuya pretensión era reaccionar contra la poesía utilitaria y declamatoria que en esos tiempos se encontraba en boga, rechazando el romanticismo lírico en el cual los sentimientos y las pasiones encendidas así como las convicciones íntimas de los autores, interferían con su producción literaria e impedían, que floreciera de su obra la belleza artística pura.

Es en París donde conoce a la mujer de su vida, Ana Cecilia Luisa Daillez, con la que compartió más de diez años de su vida, quien falleció de forma prematura, lo cual provoca en el poeta el surgimiento de doloroso manantial del que emanan versos sobre aquella dolorosa pérdida en un compendio titulado La amada inmóvil, el cual no se hizo público hasta después de la muerte del poeta, mostrando con aquella obra una prueba de que la poesía era parte imprescindible de su más dolorosa intimidad. Sin ningún género en duda, Ofertorio representa uno de sus momentos más líricos y de mayor emoción, considerado uno de los más importantes de toda su producción poética

A su regreso a México, ya como un poeta reconocido, ingresa al servicio diplomático mexicano, en donde en 1906 se le encomiendan diversas tareas en Argentina y Uruguay, y finalmente es nombrado secretario segundo de la Legación Diplomática de México en España.

Doce años más tarde, en 1918 recibe el nombramiento de ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay, en donde un año más tarde fallece en Montevideo, no sin antes conocer y sembrar una estrecha amistad con Zorrilla de San Martín, quien fuera un notable orador y ensayista.

En retrospectiva de su obra, a pesar de haber sido poeta y prosista, no destaca en lo segundo, pero sus versos le reconocen como un auténtico poeta modernista, al que se le considera el “hijo literario” de Rubén Darío. Un sobresaliente poeta mexicano cuyas intuiciones religiosas de su juventud, inspiraron grandes poemas en las páginas de Místicas en donde puede encontrarse su célebre poema A Kempis, en cuya lírica ya es imposible superar el poeta que era.

Probablemente uno de sus versos más conocidos, y a la vez desconocido su autor, es el último de esta poesía llena de melancolía y serenidad de alguien que vivió a plenitud su vida:

EN PAZ

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,

porque nunca me diste ni esperanza fallida,

ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

porque veo al final de mi rudo camino

que yo fui el arquitecto de mi propio destino;

que si extraje la miel o la hiel de las cosas,

fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:

cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:

¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas noches de mis penas;

mas no me prometiste tú sólo noches buenas;

y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!