Yucatán

Semana Santa

Roger Aguilar Cachón

La vida de los católicos se ve enriquecida desde semanas antes, cuando se comienza la preparación de lo que será denominada Semana Santa o Mayor. Cabe recordar que uno de los elementos importantes que marcan el inicio de este período de reflexión es la llegada de Jesús a Jerusalén montado en un burrito y en donde es aclamado con palmas por los habitantes del mismo lugar, este momento histórico se conoce con el nombre de Domingo de Ramos.

La vida pública de Jesús comenzó cuando fue bautizado en el río Jordán por su pariente Juan el Bautista, es ese momento en que se manifiesta cuál sería el designio de Dios sobre su hijo, ya que en el acto en que las aguas del Jordán mojan su cabellera, el cielo se abre y de él baja una paloma -el Espíritu Santo-, de ahí en su misión de dar a conocer la verdad pasa por muchos eventos hasta que se ve en la necesidad de manifestar de manera objetiva su poder cuando en una ocasión es invitado junto a su madre, la Virgen María, a acudir a la boda de su primo. En plena fiesta, los anfitriones se dan cuenta que el vino se acabó y la noticia llega a los oídos de María, quien ve de reojo a su hijo y éste le responde “Madre mi hora aún no ha llegado”, pero pese a esta advertencia María le dice a los sirvientes, “haced lo que os diga mi hijo”, coloca agua dentro de unos recipientes grandes y Jesús pronuncia algunas palabras y en el acto, el agua se convierte en vino. Este es el primer milagro que Jesús hace en las bodas de Canán.

Doce en total fueron los discípulos o apóstoles que lo acompañaron durante su vida en la Tierra hasta el momento mismo de su última reunión con ellos, momento que ha pasado a la historia como la última cena. Pero, ¿quiénes eran esos hombres que acompañaron a Jesús en su labor evangelizadora? Fueron personas de carne y hueso, del pueblo, pescadores, recolectores de impuestos, figurando entre ellos: Juan, Pablo, Pedro –sí, el de la negada tres veces antes que el gallo cantara-, Judas, no el malo, el bueno; Mateo, Felipe, Judas Iscariote, el malo.

La preocupación de Jesús antes de que pasara por su captura, flagelación, sentencia, pasión y muerte, fue la traición de la que fue presa por medio de Judas Iscariote, aunque no habían vídeos en esa época, Jesús ya sabía de su traición. Resulta ser que en el momento de partir el pan y luego de la consagración dijo el Maestro... “uno de los que está aquí me traicionará, el que metiera su mano al mismo tiempo que yo, ese es”. Al suceder esto, Jesús se voltea a ver a Judas -el malo- y le dice, lo que tengas que hacer hazlo de una vez.

Cabe mencionar que este famoso Judas Iscariote era un soplón de los poderosos de la época, y como Jesús se decía el Rey, el Mesías, las autoridades locales lo querían apresar para que se dejara de cuentos y se comportara como debiera de ser. Judas Iscariote les dice que él lo podría entregar, previo pago por “sus servicios”. Se llegó a la conclusión que treinta monedas de oro era lo adecuado y acepta el traidor y les dice que le pondrá un cuatro a Jesús cuando esté solo.

Después de la cena, Jesús decide orar en el Huerto de Getsemaní, acompañado por sus discípulos, menos el “cuatrero”, el que lo traicionaría. Jesús sube a lo alto de un montículo y empieza a orar. Entre las oraciones que pronuncia está la siguiente “triste está mi alma, con la tristeza de la muerte. Padre mío, si es posible, haz que pase de mí este caliz”. ¿Qué quería decir Jesús con esto, le estaba sacando al parche como dicen los jóvenes de ahora? No, desde luego que no, le pedía a su Padre que le diera la fortaleza necesaria para poder llevar esa “cruz” de los pecados del hombre y así redimirlos.

Regresando de orar y luego de darle un jalón de orejas a sus discípulos que se habían dormido mientras estaba en oración, se oyen pasos, ruido de personas caminando a prisa y el chocar de los escudos con las espadas, ¿y quiénes eran? Pues nada más y nada menos que los centuriones y el que le iba a poner un cuatro a Jesús, sí, el mismo Judas Iscariote. Les había dicho a los soldados, a aquel a quien le dé un beso en la mejilla, aprehendedlo, es Jesús, el que se dice el Mesías. Al llegar este momento Judas, el malo, se acerca a Jesús y le dice, la paz esté contigo Maestro, le da un beso en la mejilla y Jesús le responde, ¿con un beso entregas al hijo del hombre? Acto seguido, Jesús es apresado y empieza su calvario de humillación y vejación.

Una vez que es capturado es llevado a un patio donde será despojado de sus vestiduras y en donde recibirá latigazos como castigo, los soldados haciendo mofa de él, le hacen una corona de espinas, la colocan en su cabeza y el sufrimiento es tal, que según como nos dicen las Escrituras, él sobrellevó el dolor con dignidad. Los soldados le ponían la corona, le daban una vara y se burlaban de él diciendo, salve rey, entre otras cosas. De este lugar lo trasladan ante la presencia de la autoridad de Poncio Pilatos, a la postre, procurador de Judea, quien al no encontrarle algún delito que mereciera la muerte, ordena castigarlo para mandarlo ante Herodes, él tampoco quiere ser el que decida sobre la muerte de Jesús y lo regresa de nuevo ante Poncio Pilatos, quien en esta ocasión y ante la presión del pueblo piensa que debía tomar una decisión y decide llamar a un reo de nombre Barrabás, ya que era costumbre perdonar a un reo. Poncio Pilatos pensó que de esta manera Jesús sería salvado. Pero no fue así, la gente deja en libertad a Barrabás y le piden a Poncio Pilatos la muerte de Jesús. Una vez sentenciado Poncio Pilatos realiza la siguiente acción “Me lavo las manos de la sangre de este inocente, que caiga sobre ustedes y sus hijos”, de esta manera él se desajenaba de lo que le ocurriera a Jesús.

Y qué pasaba con el traidor, con el cuatrero de Judas Iscariote, que viendo lo que había hecho y en un arranque de desesperación decide quitarse la vida, ahorcándose y tirando las treinta monedas que le habían pagado por la entrega de Jesús. Pero no fue sólo Judas Iscariote el que obró mal en contra de Jesús, sino que también Pedro, ya que éste negó conocerlo antes que el gallo cantara tres veces.

Una vez sentenciado, se le da a Jesús una gran cruz para que cargara y llevara ésta hasta el lugar donde sería crucificado, el Monte Calvario, el Gólgota o el de la Calavera. Mucho fue el sufrimiento de Jesús antes de su muerte, pesada era la cruz, pero era más el deseo de redimir a los hombres que sacando fuerzas logra llegar hasta el Gólgota. Una persona lo ayuda a cargar la cruz; en su caminar se topa con las mujeres que lo conocían, una de ellas, Verónica, se acerca a limpiarle el rostro que tenía sucio y ensangrentado, posterior a esta acción, ella y las demás mujeres se dan cuenta que ha quedado impregnado en el paño el rostro de Jesús.

En cada caída y en cada levantada, los latigazos, los insultos y el escarnio no se hacían esperar, sufre mucho antes de llegar a su punto de muerte. Una vez que llega al Gólgota, lo acuestan en su cruz, y empieza otro sufrimiento, el de ser clavado, primero sus manos, los clavos no perdonan piel y hueso y con dolor reflejado en su rostro recibe los dos clavos, sus pies son juntados y también clavados. Antes de poner de pie la cruz, le ponen en la parte superior de ésta un letrero que decía Rey de los Judíos, una vez levantada la cruz, los centuriones se empiezan a sortear las prendas de Jesús, y al pie de la cruz está la madre, María, quien contempla con dolor y llanto el cuerpo que exánime espera la muerte.

Mientras llega la muerte de Jesús, los centuriones están pendientes para corroborar este momento, llega la hora nona, el cielo se oscurece, la Tierra tiembla, Jesús, ante la mirada de sus dos compañeros de suerte Dimas y Gestas, ladrones, lanza un grito al cielo diciendo Padre, ¿por qué me has abandonado?, los truenos y la lluvia caen sobre el Gólgota y se escucha nuevamente la voz de Jesús, casi imperceptible que dice, todo se ha consumado, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Para comprobar su muerte, un centurión le traspasa el costado con una lanza. Una vez muerto, es bajado de la cruz y entregado a su madre, en ese momento José de Arimatea ya había realizado los trámites para que Jesús fuese sepultado en un lugar que pertenecía a su familia. Se lo entregan, lo limpian, le ponen un sudario y lo colocan en una pequeña cueva que le serviría de sepulcro, la cual es tapada con una gran roca.

Se cuenta que después de tres días se presentó el milagro de la resurrección de Cristo, quien entre asombro de los discípulos se les presentó y les dijo que su misión era el de propagar la palabra de la Verdad. Acto seguido se despide y ante la mirada de ellos sube al cielo. Terminando de esta manera una de las historias más bonitas de la religión católica.