Roger Aguilar Cachón
Hace más de medio siglo que el de la tinta nació en esta ciudad, la entonces llamada Ciudad Blanca, por el color de sus albarradas y por su tranquilidad, pero en estos más de diez lustros, mi ciudad ha cambiado, no sólo en lo que respecta a lo físico y a sus nuevas avenidas y edificios, sino hasta en algunos aspectos conductuales y de costumbres familiares que formaban parte de nuestra cultura y que hoy solamente podemos recordar.
Aquella ciudad de las veletas, cuando éstas tenían la función de proveer de agua a los grandes aljibes y depósitos de nuestra ciudad, ahora no sólo han desparecido sino que han caído en el olvido de las nuevas generaciones. Mérida era conocida también como la Ciudad de las Veletas. Proporcionaba un paisaje bucólico y era una de las características de nuestra provincia. ¡Te extraño Mérida!
Las albarradas, que nos daban la imagen de pueblo dentro de la ciudad, que limitaban las propiedades de los yucatecos, no sólo han desaparecido en ésta, sino que en algunas poblaciones del interior son difíciles de encontrar. La modernidad y la necesidad de seguridad han hecho que se yergan muros altos para nuestra protección. En algunos casos, recordará algunos de mis cohortes, que les ponían en los mismos pedazos de botellas quebradas para asegurarnos una mejor protección contra los amigos de lo ajeno. Veíamos en las calles los muros adornados como coronas, de vidrios de diferentes colores. Ahora ya se usan alambres electrificados o una especie de rulos de metal. Recuerdo las leyendas y cuentos de los mayores que nos comentaban que en las blancas albarradas se colocaban las velas para indicar el camino de las ánimas en los días dedicados a los fieles difuntos. ¡Dónde quedaron las blancas albarradas!
Aquellas tardes para “tomar fresco”, cuando las tías, mamás y abuelas sacaban a las puertas de la casa sus sillas y sillones, han quedado en el recuerdo. Cómo olvidar a las vecinas de por la casa, desde las cinco de la tarde, meciéndose y viendo pasar a las personas en su ir y venir y saludando a cada una de ellas, sin importar si las conocían o no. Estamos pagando el precio de la modernidad, uno porque ya casi no se puede ver esta imagen y dos porque el tráfico y la polución de las calles ya hace imposible esta práctica. ¡Te añoramos “tomada de fresco”!
La siesta, la que todo yucateco acostumbraba tomar, antes de que se tenga la necesidad de otro trabajo, con las ventanas y puertas abiertas, es una práctica que de seguro los jubilados y las madres de familia podrán tomarse, pero con sus ventanas y puertas cerradas y si tienen protectores mucho mejor. Esto ha variado mucho porque ahora ya los yucatecos nos hemos ahuachado, muchas personas optan por dormir en cama. Esto hace que no hayan experimentado la sensación de patear la pared. Aparte que las nuevas casas tienen los hamaqueros alejados de las paredes. En el caso del de la tinta en su infancia y juventud practicó con entusiasmo y ahínco aquello de “patear la pared”. ¡Se extraña esa sensación!
Los viajes a la playa de Progreso, en tren, que era el destino familiar, era una aventura esperada, no solo por lo que representaba ir en ese medio de transporte, aunque había camiones para tal destino, la mamá del de la letra optaba por el anterior, seguramente por su bajo salario que recibía siendo maestra y por lo que representaba llevar a tres hijos y a una tía. Salíamos a las seis de la mañana rumbo a Progreso, destino final, muelle, donde después de un baño, se disfrutaba el pescado frito y entre las bolsas siempre había un plátano, por aquello de la posibilidad de tragarnos un hueso. ¡Esos viajes en tren ya no volverán!
La llegada de los celulares, la posibilidad de los whatssApp y de las pláticas virtuales han dejado atrás una de las costumbres que caracterizaba a los niños de ayer, las visitas de los familiares y amigos de la familia. Era costumbre las visitas sabatinas o dominicales de familiares y amigos que a partir de las cinco de la tarde llegaban a platicar y tomar café o chocolate. Recuerdo las visitas de mis tíos Cheno y Rosa Escamilla, normalmente él venía en bicicleta o de los artistas mi tío Manuel (escultor) y la tía Otilia Carrillo (pintora). Siempre bañaditos y oliendo a talco o perfume de mujer. Esta bonita costumbre, que de seguro muchos meridanos compartían, ha caído en desuso, ya que la tecnología privilegia las llamadas y mensajes que las visitas personales. ¡Aquellas visitas, ya no se acostumbran!
Hay una costumbre desde hace muchos años, pero que el de la letra aún recuerda, era la de la hora de la merienda, en punto de las cinco de la tarde o más temprano, las tías acostumbraban preparar una taza de chocolate acompañada de algún pan u otro alimento, de manera ligera para aguantar la cena. Hoy día se llama colación, pero el espíritu de la merienda ya no se acostumbra, ¡Aquellas meriendas!
Para concluir con algunos recuerdos de costumbre que antes se realizaban en los hogares, mencionaré la costumbre de la preparación de algunos dulces que las mamás acostumbraban hacer, por ejemplo el dulce de ciricote, de cuyo árbol no sólo se utilizaban los frutos sino también las hojas servían para limpiar las ollas para quitarles el cochambre; se elaboraban también de grosella, en que había que tener cuidado de no pasarse de cocción ya que podían quedar culimonas, es decir, se arrugaban mucho.
Hasta aquí mis caros y caras lectoras, un breve viaje a los recuerdos, que hoy día no sólo se extrañan sino que se añora vivir en aquella Mérida de ayer.