Yucatán

Delfín Quezada Domínguez

Las abejas también tienen derecho a tener un día festivo, y ese día es hoy, pues como cada 20 de mayo se celebra la importancia y necesidad de cuidar a estos bellos insectos a nivel mundial. Como ejemplo histórico, podemos remitirnos a la Biblia, donde podemos encontrar 68 referencias a las abejas, a los panales y a la miel, donde es muy común la frase “una tierra que mana leche y miel” para significar la prosperidad y la abundancia de alimentos, refiriéndose a dos de los más valorados por los hombres de todos los tiempos. Las sociedades mesoamericanas, sobre todo la maya, tenía gran respeto y solemnidad por las abejas.

No es para menos, pues en el mundo hay unas 20 mil especies, de las cuales 500 habitan en América. Varias de estas especies nativas domesticadas por las culturas, originarias de Mesoamérica, son aún cultivadas en territorio mexicano desde periodos antiguos, como la Melipona beecheii y la Scraptotrigona mexicana. Como explica el antropólogo del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, Mario A. Castillo Hernández, “ambas han tenido un gran valor cultural en Mesoamérica, y cada vez adquieren un mayor valor comercial en el México de hoy. Su miel, producida con técnicas ancestrales, se cotiza mejor en el mercado internacional que la miel de la abeja europea (Apis mellifera), la cual fue introducida de nuestras americanas por los invasores europeos en el siglo XVI” (16/02/18). 46 especies se han registrado en la biodiversidad de estas abejas meliponas o abejas sin aguijón, lo cual se expresa también en la diversidad lingüística y cultural de las etnias originarias que practican esta actividad en América Latina, o mejor dicho, en Nuestra América.

La más conocida y criada por los mayas –en Yucatán habitan 16 especies sin aguijón– es la conocida melipona becheii, llamada entre los productores yucatecos como Xunáan Kaab, cuyo significado podemos traducir como “dama real o señora abeja”. Su importancia en el medio ambiente de estas abejas sin aguijón que habitan en zonas tropicales y semi-tropicales radica en la polinización, pues si la región donde habitan queda devastada por empresas o plantas hidroeléctricas, será difícil mantener la biodiversidad y, en consecuencia, la viabilidad del ecosistema.

Respecto a la llegada de los españoles a estas tierras en el siglo XVI, éstos se sorprendieron por las bondades de las abejas mesoamericanas, pues señalaba uno de ellos: “Hay muchas abejas que crían en las hoquedades de los árboles, y son pequeñas, del tamaño de las moscas, o poco más, y las puntas de las alas tienen cortadas al través, de la fación o manera de las puntas de los machetes victorianos, y por medio del ala una señal al través, blanca, y no pican ni hacen mal, ni tienen aguijón, y hacen grandes panales, y los agujerillos de ellos hay en uno más que en cuatro de los de acá, aunque ellas son menores abejas que las de España, y la miel es muy buena y sana, pero es morena casi como arrope” (Fernández de Oviedo, G;190;1979). Por otro lado, en los eventos religiosos de Mesoamérica, la miel jugó un papel siempre preponderante, pues se dice que “A las veces daban pulcre que llaman iztacoctli, que quiere decir pulcre blanco, que es lo que mana de los magueyes, y otras veces daban pulcre hechizo (hecho) de agua y miel, cocido con la raíz, al cual llaman ayotli, que quiere decir pulcre de agua (Segunda Relación de Hernán Córtes; 65; 1972).

A nivel económico, la miel de abeja era considerada de suma importancia y necesidad en el sistema tributario mesoamericano, pues “En lo que los súbditos tributaban había orden y concierto, y cada provincia y pueblo tributaba según su calidad y gente y tierras que tenían, porque cada pueblo o provincia tributaba de lo que en ella se cogía y labraba, sin que fuese necesario salir a lo buscar fuera de su natural, ni de tierra, caliente a fría, ni de fría a caliente. El común tributo era sementeras de maíz, ají, frisoles, algodón, miel y cera y para ello tenían cada pueblo señaladas tierras, y en ellas tenían los señores cantidad de esclavos que las guardaban y labraban..” (Zorita, A; 187; 1973).

Para los mayas, la miel fue un recurso principalmente utilizado para la fabricación del “balché”, bebida que incluía, además de miel, corteza del balché (Lonchocarpus longistylus pittier) y agua, y que se utilizaba en festividades religiosas. El documento más antiguo sobre aspectos relacionados con la apicultura en la península es el códice Troano, en el cual hace mención a las festividades religiosas de los apicultores; festejos similares fueron descritos por el obispo Diego de Landa, quien comenta que durante los meses de Tzec (mes de noviembre) y Mol (mes de diciembre), los apicultores mayas celebraron fiestas dedicadas principalmente al dios Ah-Muzencab para asegurar un buen flujo de néctar.

Lo fundamental de la apicultura dentro de las ceremonias religiosas puede atestiguarse en referencia a Eric Thompson (1972) “son también los Bacab’oob dioses de las abejas y el colmenar. De hecho Hobnil, Bacab jefe, era el principal patrón de los apicultores, y su nombre es seguramente síncopa de hobonil, “de la colmena”. Es posible que sean los mismos que Ah Munzecab, los dioses abejas de los mayas yucatecos actuales”.

En la isla de Cozumel, tenemos conocimiento que uno de los pueblos de la isla era conocida como Oycib, en donde cib en lengua maya significa “cera”. De la Historia General y Natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, tenemos de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés una cita de los comentarios de Grijalva, en su corta estancia en la isla. “Hay en aquella isla de Cozumel (alias Santa Cruz) muchas colmenas, como las de Castilla, pero menores, é mucha miel é cera”. En uno de los comentarios de Chilam Balam de Chumayel y en referencia de los itzaes con la isla, se asienta que: “Cuando se multiplicó la muchedumbre de los hijos de las abejas, la pequeña Cuzamil fue la flor de la miel, la jícara de la miel, el primer colmenar y el corazón de la tierra”

En el pensamiento psicoanalítico moderno, la miel simboliza el “Yo superior”, última consecuencia del trabajo interior sobre sí mismo. Resultado de una transformación del polvo efímero del polen en suculenta comida de inmortalidad, simboliza la transformación iniciática, la conversión del alma y la integración consumada de la persona.

Cuidémoslas, porque sin ellas nuestros días están contados.