Yucatán

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

José Jacinto Milanés (Primera Parte)

Fue el más notable de los poetas del grupo de Domingo del Monte, tuvo una vida artística muy breve.

Nació en Matanzas, el 16 de agosto de 1814.

En su antología de “Las cien mejores poesías cubanas”, José María Chacón y Calvo nos dice: “Un sentimiento ingenuo y directo de la vida y una percepción honda de la naturaleza son los caracteres esenciales en el arte legítimo de Milanés”. “Posee el don de ver al ambiente, de sorprender el momento idílico de la naturaleza, de sentir ese minuto único con fina y honda sensibilidad”.

Escribió versos criollistas que se caracterizan por su dulzura y sencillez.

Murió en Matanzas, en 1863, después de haber vivido más de una década padeciendo su pérdida de razón.

546

El sinsonte y el tocororo

(Glosas cubanas)

Entre las aves del monte

ídolo que ardiente adoro

billa más el tocororo

canta mejor el sinsonte.

Los monteros te adoramos,

linda flor de Canasí,

dos esperamos tu sí,

y esperándolo penamos.

Mientras el sí no gozamos

que hasta el cielo nos remonte,

a escuchar, mi amor, disponte

la idea que concebí

de mi rival y de mí

entre las aves del monte.

Una tarde en mi rosillo,

que mi tristeza remeda,

me entré por una arboleda,

donde perdióseme el trillo.

En un alto caimitillo

vi que cantaban a coro

un sinsonte, un tocororo,

y en mi rival cavilé,

y de este modo exclamé:

Idolo que ardiente adoro.

Aunque la gracia me sobre

y aunque no tengo mal pico,

él es tocororo rico

y yo soy sinsonte pobre.

¿Quién hay que paciencia cobre

muerto de amor, y sin oro?

¿Quién no se deshace el lloro

al ver, al considerar

que, aunque no sabe cantar,

brilla más el tocororo?

Mas yo espero linda flor,

linda flor de Canasí,

que tú buscarás en mí

no dinero, sino amor.

Mi esperanza no es error,

y aunque el tocororo apronte

su pluma, que alegra el monte,

tendrás su canto por ronco,

porque siempre en cualquier tronco

canta mejor el sinsonte.

(Segunda Parte)

547

Amor que aguarda

Por más que el suelo pateo

y por más que yo suspiro,

tus bellos ojos no miro,

tormento de mi deseo.

Al pie de estos naranjales,

cuya espesura me ampara,

estoy viendo hermosa cara,

si te asomas o si sales.

Dando suspiros mortales

al potro retinto veo,

pues corrió, como el deseo,

seis leguas para mirarte;

y aun no quieres asomarte

por más que el suelo pateo.

Mi cabello se espeluza,

mientras que no vienes tú,

de oír cantar el sijú

y responder la lechuza.

Ni el cocuyo el aire cruza

con resplandeciente giro,

ni más que la noche miro;

a la cual te pido en vano,

por más que alargo la mano

y por más que yo suspiro.

Mas no me iré, dueño mío,

ni es bien que este medio elija,

mientras brille una rendija

en tu cerrado bohío.

Y bajo el cielo sombrío

enlazaré mi suspiro

con el silbido que admiro

de un grillo lamentador,

mientras bañados de amor

tus bellos ojos no miro.

Pero en mi frente, que ufana

soñaba un bien celestial,

ha puesto un beso el terral,

precursor de la mañana.

El oriente es nieve y grana,

y a su lumbre fuera feo

proseguir mi galanteo…

Adiós… ¡mas triste de mí,

que no logré verte a ti!

¡Tormento de mi deseo!

548

La caza y la sorpresa

Salí a coger un zorzal

cierta mañanita a pie:

pero ¡qué cosa encontré

dentro de un cañaveral!

Allí donde está aquel buey

de rojo y negro manchado,

con tanta pereza echado

a la sombra de un jagüey,

donde ahora tiende sin ley

su cabello vegetal

un bejuco desigual,

hay un trillito… y por él

un día, sin ser cruel

salí a coger un zorzal.

Este, por costumbre antigua,

en todas las estaciones,

tras de saquear mis limones

se escondía en la manigua.

Y como más que una nigua

me duele, y me ofende, a fe,

que apenas en flor esté

pique el zorzal el limón,

salí a cazar al ladrón

cierta mañanita a pie.

Puse liga, de camino,

a una vareta ligera:

el ave emprendió carrera

a un cañaveral vecino.

Yo, que no tengo mal tino,

de la liga me cansé,

con un guijarro me armé

y corrí al cañaveral:

busqué y no encontré el zorzal,

pero ¡qué cosa encontré!

Vi una hermosura campestre,

fresca como la mañana,

cuya cara soberana

no era de mujer terrestre.

Dejé mi casa pedestre,

volé a aquel ángel mortal;

pero huyó entre el manigual

como corre y se extravía

y se escabulle una hutía

dentro de un cañaveral.

(Tercera Parte)

549

Amor y esperanza

Si pagas mi amor, bien mío,

manda con dominio entero

en el alma de un montero,

y sé reina en mi bohío.

El tomeguín volador

busca la flor del granado,

y en el punto que la ha hallado

silba y vuela alrededor.

Tal te busca con ardor

mi enamorado albedrío;

y aunque lloro tu desvió

más que si comiese ají,

oye lo que haré por ti

si pagas mi amor, bien mío.

¿No ves sobre aquella lomas

una casita, no fea,

sobre la cual aletea

una nube de palomas?

Si a su comedor te asomas,

verás un vasto potrero

donde siembro lo que quiero,

el cual te lo ofrezco yo:

que en mí la que me prendió

manda con dominio entero.

Todo aquel paño de tierra

lo he de alfombrar de maíz,

si el año sale feliz

y agosto no me hace guerra.

¡Ojalá, flor de esta tierra,

que de este cielo hechicero

descienda tanto aguacero

sobre todas mis labranzas,

como hay amor y esperanzas

en el alma de un montero!

Si la seca y tu desdén

se ausentan, como yo espero,

¡Qué bien irá mi potrero

y mi corazón también!

¿Qué rey tendrá tanto bien

con todo su poderío?

Haz tu reino el sitio mío,

tus vasallos yo y mis bueyes;

dame en tus gustos mis leyes

y sé reina en mi bohío.

José Jacinto Milanés