Víctor Salas
Debo confesar que este trabajo me ha tomado más horas de lo debido. Estaba a punto de renunciar a efectuarlo cuando la idea central llegó en mi auxilio.
En cada época, quienes resultan ser sus jóvenes o vanguardia, tienen el compromiso de realizar la continuidad cultural de su tiempo pero de distinta manera a como la realizaron sus predecesores. No se trata de ruptura ni de conflicto generacional, es simplemente lo que establece la propia biología: sangre nueva, cosas nuevas.
En ese marco, en una hermosa casona de la colonia García Ginerés convertida en cafetería oculta, se presentó la Batalla Poépica, que reunió a una enorme cantidad de jóvenes, evidentemente interesados en la cultura poética y en brindar apoyo a sus congéneres.
Para realizar este trabajo, tres muchachos acudieron a la idea de enfrentarse enmascarados como luchadores de lucha libre y teniendo a un réferi vestido como mesero.
La idea no era el absurdo, ni la comicidad, ni el vanguardismo por sí mismo, era notorio que la intención de esta terceta de muchachos era darnos a conocer textos poéticos de importantes escritores. No hubiera sido lo mismo poner una mesa enmantelada y detrás de ella sentar a tres lectores para recitar textos de afamados poetas.
Los jóvenes señalan el nuevo rumbo y salen de los tradicionales foros, tablado, teatros, galerías y van a una cafetería, a nivel de piso, casi en la penumbra y con micrófonos en las manos para ampliar sus voces. Esto denuncia, también, la miseria de su tiempo cultural, la resistencia de lo viejo para impulsar a lo nuevo. La dialéctica es ésa, y no se puede detener, va como el río hasta el mar abierto. Y la comunión sucede porque tanto actuantes como audiencia se rigen sin penas ni pudor en los pantalones embutidos, blusas ceñidas, tenis o chancletas y cabelleras despreocupadas. Es interesante observar su capacidad de concentración en el trabajo de los actores y es manifiesto, porque casi ninguno sostiene un celular en la mano.
Es cierto, estamos en la frontera de lo novedoso, pero no en el término absoluto. En el siglo pasado, la cultura de izquierda y aquellos calificados revoltosos utilizaron las peñas, los lugares pequeños o espacios domiciliares para dar prolongación a sus ideas. Y de esos sitios salieron artistas que hasta hoy gozan de fama.
En cada round de la batalla interpretaron a Octavio Paz (Trabajos del poeta); Oliverio Girondo (Al gravitar rotando); Federico García Lorca (La gallina idiota); Rubén Bonifaz Nuño (Los demonios y los días); José Joaquín Blanco (Confesión forzada); Juan Gelman (Preguntas); Rodrigo Solís (El dragón); Fernando Paredes (Aquí flotantes); Fernando del Paso (Palinuro de México); Abigail Bohórquez (Reincidencia); Leopoldo Panero (Para evitar a los ladrones de bolsos); Jorge Adoum ( It was the lark, bichito, no nigthingale); Abigail Bohórquez (Poema sin título Núm. 3) y Carta de los zapórogos, de autor desconocido.
¿Qué sigue, muchachos?