Delfín Quezada Domínguez
Hace 35 años, en La Habana, Cuba, se publica un primer informe de un famoso barrio que fue parte de la historia de esa histórica ciudad: El barrio de Campeche. Es Eusebio Leal Spengler, historiador de la ciudad, quien en una de sus varias facetas da a conocer la historia de este barrio tan simbólico en su momento para La Habana. Posteriormente, en el Centro de Estudios del Caribe (ya desaparecido) de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY, se profundiza sobre el tema y se logran varios productos académicos, por ejemplo, “Habanero Campechano” de Enrique Sosa Rodríguez, Carlos Bojórquez U., y Luis Millet Cámara, así como excelente libro “Barrio de Campeche: tres estudios arqueológicos” de Karen Mahé Lugo Romera y Sonia Menéndez Castro. Tres investigaciones sobre el barrio de Campeche, ubicado desde mediados del siglo XVI en el área Este de la otrora ciudad amurallada para devolver a la parte más antigua de la capital cubana el esplendor acumulado por más de cuatro siglos y medio de existencia. Comencemos con nuestro relato.
En las primeras décadas que sucedieron al incendio de La Habana por el pirata francés Jacques de Sores, resultan frecuentes en las actas capitulares de su ayuntamiento las citas y referencias a una amplia zona, barrio o cuartel, que al Sureste de la villa llamábase de Campeche. El 2 de enero de 1559, un vecino al solicitar se le ratificara la posesión de un solar en el Ancón, próximo a un pequeño portezuelo en el seno de la bahía, lo situó cercano al humilladero; así se denominaba a una cruz que, como la que hoy se conserva en la esquina de las calles de Amargura y Mercaderes –la cruz verde–, señalaba el paso de las antiguas procesiones. En este lugar, años después, se erigió una ermita que desapareció al construirse la iglesia y el hospital de Paula.
El nombre de Campeche está dado por el hecho de haber sido traídos por los conquistadores a La Habana muchos indios de ese lugar, cuyas casitas, entre huertas, corrales y estancias estaban diseminadas por toda esta área de La Habana antigua. Ya Jacobo de Pezuela conjetura que el nombre de Campeche tenía su origen en la presencia en la villa de gente de México, lo cual queda demostrado al leer el acta del 11 de febrero de 1569, en la que al tratar sobre la tasación de algunos terrenos afirma que “…están situados estos solares en donde los indios de Campeche tienen sus casas…” Las mismas estaban construidas de guano y paja, lo que provocó en el barrio sucesivos incendios que culminan con la catástrofe del viernes 22 de abril de 1622, en que un fuerte viento alentó las llamas surgidas en la calle del Molino –actual Luz-, y a pesar del esfuerzo de los vecinos, esclavos y la guarnición, las centellas esparcidas en menos de dos horas lo arrasaron todo, desde la orilla de la playa hasta los montes del ejido.
Apenas ocho días antes había partido la flota con destino a España, llevando, seguramente, entre sus ricos cargamentos y tesoros, el Palo de Campeche, madera de un árbol de gran tamaño oriundo de allí que hoy se cultiva en América, Asia y Africa, y que al hervirse produce, además de un delicado perfume, el tinte negro o azul añil empleado para colorear el algodón. Los indios de Campeche, como los de la Florida, y los propios aborígenes cubanos residentes en la villa, debieron de tener como principales actividades económicas el nutrir las filas de los constructores, la extracción y corte de piedra, la tala de árboles, la faena de la agricultura, la carpintería de ribera y la pesca; es probable que existiesen además alfarerías que contribuían a abastecer el mercado de todo tipo de cazuelas, porrones, etc., de lo cual algunas evidencias arqueológicas han dejado constancia.
Las relaciones con Yucatán y particularmente con el puerto de Campeche se conservaron durante siglos; estos vínculos permitieron la existencia de una gran familiaridad entre las costumbres de ambos puertos, entre los que llegó haber una relación directa. El barrio de Campeche en La Habana, adquiere en el siglo XVII una señalada importancia, lo cual queda probado por la construcción de numerosos edificios, entre los que se pueden citar la preciosa Iglesia del Espíritu Santo, las iglesias y hospitales de San Isidro y de Francisco de Paula, respectivamente, el monasterio de Santa Clara, etc.
En los años de la lucha por la independencia del pueblo cubano fueron muchas las familias que emigraron a Yucatán y disfrutaron de la hospitalidad que México, hasta ahora, no ha dejado de prodigar a los cubanos. Entre nosotros –señala nuestro amigo y autor Eusebio Leal– quedó, como símbolo de sencillez y la jovialidad de una persona, el decir que es “campechana”; y en el mobiliario cubano, las sillas reclinadas tapizadas con cuero, en algunos casos con orejeras laterales para apoyar la cabeza, son también llamadas “campechanas”. José de Jesús Macías, en su diccionario cubano, publicado en 1885, las define y reitera como “asiento de cuero sumamente cómodo al que llamaban campechanas los ancianos de Cuba. A principios del siglo XX aún existían grandes tiendas de víveres donde se podían adquirir las “campecherías”.
Por último, aún se conservan en varias casas de la ciudad de La Habana metates de piedra de aquellos habaneros de Campeche.