Yucatán

Los fumadores del siglo XX; las marcas favoritas

Roldán Peniche Barrera

Yucatán Insólito

III

Marcas que fumamos

Nosotros comenzamos la “fumadera” (que nos valga el neologismo: la Academia no acepta “fumadera”, pero si “fumadero”: “Lugar o sitio para fumar”) en la adolescencia hurtándole a mi padre algunos cigarrillos de su cigarrera, generalmente “Embajadores” o “Delicados”, mas luego con los amigos, comprábamos diez centavos de Rialtos o de Monte-Carlo y más tarde cajetillas completas: eran cigarros baratos, “cigarros de estudiantes y desocupados”. Sin embargo, cuando a mi padre le obsequiaban paquetes enteros de cigarrillos yanquis, nos servíamos a manos llenas de ellos y les presumíamos a los “cuates”.

Un aroma exquisito

Cierta vez al llegar a casa, respiramos de pronto un aroma exquisito, como un humo proveniente de “Las noches árabes”. Venía de la biblioteca. Entramos en ella: mi padre tecleaba en su vieja máquina de escribir y en el cenicero, asentado un cigarrillo fino, el origen de aquel aroma. Luego descubriríamos la marca que era “Benson”, no sé a ciencia cierta si británico o norteamericanos. Venían los “Benson” en delicadas cajetillas metálicas y de veras que fumarlos era un placer, al decir de Sarita Montiel en la sensual canción “Fumando espero”. Creo que todavía existen los “Benson”.

En Estados Unidos

Durante nuestra estadía en la Unión Americana fumamos todas las marcas del país, algunas de buen sabor y otras nada del otro mundo. Fumábamos Camel (que tiene un dromedario en la cajetilla, no un camello), los muy populares Lucky Strike, Pall Mall, más largos que el común de los cigarrillos, Marlboro (que hoy se vende en Yucatán en cualquier estanquillo) y Hit Parade, marca que descubrimos y nos agradó, y que fumamos varios años.

(Concluye mañana)

Narrativa contemporánea

Los refritos (1)

Jorge Mijangos Herrera

Un día, estando yo sentado en una cantina, se me acercó un amigo a quien sus correligionarios habían hecho regidor en las últimas elecciones.

-¿Quiere usted sentarse? -le dije.

-Muy honrado -me contestó, aceptando.

-No, no -protesté-. El honrado soy yo…

Mi amigo insistía; pero yo sostuve calurosamente la tesis de que cuando un regidor y un escritor están juntos, el honrado es el escritor. Mi amigo transigió y empezamos a hablar de la comuna.

-Estará usted contento, ¿eh? -exclamé.

-¡Calle usted, hombre! ¿Ve usted este cigarro? Usted siempre me habrá visto fumar cigarros gringos, y ahora tengo que conformarme con cigarros chinos. ¿Ve usted estos zapatos de tela rotos? Antes de la regiduría yo no me hubiera atrevido nunca a salir así a la calle; pero hoy no puedo ponerme otros. Me los ha prestado el hijo del voceador. Y ¿sabe usted lo que cené esta noche? Pues frijoles refritos, sin nada de carne. ¡Con lo que a mí me gustan los panuchos con mucha carne y comer bien!… Verdaderamente, mis correligionarios me han hecho un flaco servicio al elegirme.

Yo estaba atónito.

-¿De modo que la regiduría es lo que le ha arruinado a usted?

-No -me repuso mi amigo-. Si yo no estoy arruinado… yo tengo mis ingresos de siempre; pero así como antes podía disfrutar tranquilamente de ellos, ahora no. ¿Qué diría el público de un regidor que fumase cigarros gringos? El público supone que los regidores lo sacamos todo del Ayuntamiento, y cuando nos ve fumar puros baratos se resigna; pero protestaría indignado si nos viese cigarros legítimos. Desde que yo soy regidor todos mis amigos me encuentran gordo.

(Concluirá mañana)