Cristóbal León Campos
I
Observa a sus espaldas la manera en que acomoda su cabello largo y castaño, la mano seduce la forma para procurar la silueta, blusa amarilla que hace juego con la piel sedosa que eriza los labios que la desean, amar tiene cierta forma de admiración, las piernas cruzadas mueven con una oscilación semejante al columpio donde niña jugaba al lado de su padre, recuerdos que florecen con el tacto, el aroma de su perfume acompaña las tazas de café, a sus espaldas el suspiro que reafirma el deseo, ojos que expresan el callado llamado a la locura, en esta tarde de lluvia observa cautivado la gracia que le ofrenda su amable presencia.
II
A través del cristal humedecido, pueden apreciarse los ritmos de quienes andan, la lluvia modifica las rutinas, aprisa se cubren los transeúntes, una pareja rompe con las formas urgentes y prefiere tomarse de las manos para sentir las gotas que harán de los campos lugares fértiles, se besan generando que se detenga el paso apurado de aquéllos que solamente buscan refugio, ellos disfrutan lo que ofrece la naturaleza, la tarde se pierde en el horizonte, el cristal ahora empañado apenas permite imaginar siluetas, la tormenta no apacigua las ganas de amarse, tomados de las manos continúan su paso despreocupados, unos jeans mojados y playeras ajustadas, las frases que al pecho llevan se resaltan con los pocos de agua que recorren sus formas, a través del cristal la vida pasa contando gotas.
III
Toca a la puerta por tercera ocasión, sus labios contienen el grito acallado por tanto tiempo, el silencio que le rodea formaba una densa capa que pesa a cada instante más; es de madrugada, cuando al fin la puerta se abre, comprende aquellas palabras que un día le dijera una anciana en las montañas de soledad: “Ante el orgullo sólo queda la humildad, aquél que lo comprenda se despejará de la flagelante e inútil carga de vanidad que rodea a los corazones temerosos. El que ama sin prejuicio ama de verdad”. El abrazo funde lo que se ama.
IV
Sentado, un hombre solloza bajo la sombra de un roble; una mujer, entre tanta gente, se interesa en él y se acerca para preguntarle el motivo de su tristeza, el hombre, con el rostro levantado, le responde: “Sé que es un hermoso día y no lo puedo ver”. La mujer, sorprendida y conmovida, acaricia el rostro de aquel hombre ciego, que le enseñó a ver la grandeza de la vida.
V
Un joven sonriente entra al café, ocupa en el rincón una mesa e indica a la mesera que espera a una persona, la sonrisa aumenta, su expresión es clara, los ojos ilusionados y llenos de ansiedad, mueve las manos nervioso jugando con el menú, baja el rostro para subirlo con un gesto más pronunciado, de pronto y aprisa ella irrumpe, busca con los ojos lo que el corazón llama, un giro a la izquierda y otro a la derecha, en el rincón inquieto encuentra aquello que ansía: un beso, las manos juntas, sonrisas que desbordan el rostro, conversan con tal naturalidad que claro queda que en el rincón del café la humanidad persiste, porque antes de cualquier otra cosa, la humanidad es amor.
VI
Se entretienen mirando el paso de los automóviles, juegan a contarlos y a adivinar los colores, nada de importancia tienen las marcas o los costos, ellos, simplemente juegan sentados en la banqueta de la avenida donde sus padres venden lo que han podido cultivar, de la mano se sostiene el uno al otro al momento de hacer piruetas para ganar unas monedas, la ropa desgastada y húmeda se acomodan después de cada acto, en una vieja lata algo oxidada colocan la ganancia, siguen jugando mientas esperan la señal, por el cristal que comienza a recibir las gotas de lluvia, una bella mujer los mira sonriente, a ellos les ha gusta el amarillo de su blusa, con un gesto confirman su amable humanidad.
Integrante del Colectivo Disyuntivas