Yucatán

orge Ibargüengoitia, un grande de la literatura mexicana que escribió para contradecir al mundo

Pilar Faller Menéndez“La verdad es que mientras más enojadoestoy con este país y más lejos viajo,más mexicano me siento”.- Jorge Ibargüengoitia

Muchas veces se ha dicho que para describir a México, es mejor escuchar y leer lo que otros han escrito sobre él, que para hablar de nuestro país, muchas veces es necesaria la mirada de un extranjero, ya que en este país conviven muchos países, los cuales están incomunicados entre sí.

Un ejemplo de esto es la novela de D. H. Lawrence “La serpiente emplumada”, quien describió a nuestro país como cruel y fascinante, o bien, por nombrar otro título de los tantos que existen como sus autores “Los detectives salvajes”, crónica impresionante del Distrito Federal contemporáneo cuyo autor es el chileno Roberto Bolaño, quienes se han inspirado en la historia y cotidianidad de nuestro país que ha resultado una maravillosa fuente de inspiración literaria.

Lo anterior no es un reclamo porque cada quien escribe lo que ve y percibe desde afuera, pero es justo nombrar a aquellos compatriotas que han tenido la responsabilidad de hablar de México desde una óptica nacional y analizar un país en el que nuestros sentimientos se vuelven ambivalentes en el momento en que queremos externarlos.

Cuando se escribe sobre la historia de México, es necesario conocer la tendencia del escritor, porque historias hay muchas y verdad solo una, es por esta razón que es de suma importancia que a través de nuestras lecturas podamos construir un pensamiento crítico que nos ayude como un lente o traductor de los pensamientos que el autor está exponiendo.

Hablar de Jorge Ibargüengoitia, dice otro escritor mexicano, Juan Villoro, ha logrado pasar de ser un autor de culto, y lograr captar ideas más profundas de aquél que se precie de ser un lector. Para Villoro, sin embargo, la obra de Ibargüengoitia no contiene suficiente material crítico en el material de este verdadero cronista de un México del ayer, que pudo alcanzar el presente con una agudeza y mirada amplia que mantiene su vigencia, lo que lo convirtió en uno de los grandes pensadores mexicanos para aquellos que busquen una reflexión de los cambios que han ocurrido en nuestro país. La opinión de Villoro es meramente eso: una opinión.

Jorge Ibargüengoitia Antillón nació el 22 de enero de 1928 en la ciudad de Guanajuato, y murió trágicamente en Madrid, el 26 de noviembre de 1983, en un accidente aéreo, probablemente en la mayor tragedia para las letras latinoamericanas, ya que a bordo viajaban varios intelectuales que se disponían a asistir al Primer Encuentro Hispanoamericano de Cultura que se realizaría en Bogotá, Colombia, entre los que se encontraban los críticos uruguayos Angel Rama, Marta Traba y Manuel Scorza, poeta peruano.

Ibargüengoitia fue dramaturgo, ensayista, narrador, traductor y periodista y solía decir que creció entre mujeres que lo adoraron, pero que nunca dejaron de lamentarse que no hubiera sido ingeniero.

De Ibargüengoitia se dicen muchas cosas, probablemente la principal, es que el mundo para él, estaba hecho para contradecirlo, y qué mejor lugar para ser un escritor de alto vuelo, en un país como México que no tiene fama de contestatario, motivo por el cual, su dramaturgia y ensayos tuvieron la característica de ir contracorriente sobre aquellas costumbres y tradiciones del país que lo vio nacer.

Sobre Ibargüengoitia, el periodista y poeta cubano Raúl Rivero escribió lo siguiente: “Este señor está registrado como un maestro del humor, la irreverencia, la mordacidad y el desparpajo. Con esa credencial entró directamente a un sitio solitario y único en la literatura de su país y en la del continente”.

“Su teatro, sus cuentos, sus novelas y las colecciones de crónicas y notas que escribió en su vida están cortadas con las mismas tijeras romas. Cada página suya tiene la marca de unos sablazos, la molestia de una parodia o la punta de su cuchillo en una superficie concebida para que fuera lujosa y a la que la mirada de Ibargüengoitia le descubre falsedades o podredumbres”.

Son tres los libros que destacan en su obra: “Los relámpagos de agosto”, que fuera la primera novela ganadora del Premio Casa de las Américas, la cual es una parodia de la Revolución Mexicana que expresa en sus memorias un militar caído en desgracia; “Estas ruinas que ves”, que narra la vida de un viejo profesor rural, cuyo relato está lleno de nostalgia e ironía. El tercero, “Dos crímenes”, trata de de un hombre acusado de un crimen que no cometió, y debido a la agitación y el desorden, acaba siendo acusado por dos crímenes.

Dos características imprescindibles en la obra de Ibargüengoitia, son la falta de solemnidad y el humor ácido con el que escribió y es, probablemente, uno de los pocos escritores mexicanos que, sin querer, enseñó a sus compatriotas a reírse de sí mismos, de una forma natural, sin pretender dar una cátedra cuando hablaba de México, y bajar de ese pedestal en el que muchos intelectuales pretenden estar, y convertirse con la calidez que lo caracterizaba en uno más de nosotros.

Desgraciadamente esta forma de escribir no perduró ni se convirtió en una tradición, pero ahí están sus obras como testigos de esta forma tan característica de escribir que las generaciones de México deberían rescatar, para leer obras que no sean tan solemnes y que más que comunicar, pretenden mostrarnos su erudición con palabras rebuscadas.