Yucatán

Jorge A. Franco Cáceres

La criminalidad juvenil cerca de casa es uno de los fenómenos sociales más impactantes del mundo globalizado. Es también uno de los más importantes problemas criminológicos internacionales y nacionales. Desde luego que, dígase lo que se diga en otros sentidos, Yucatán no escapa a su inquietante influjo.

Los extremos de violencia de la conducta juvenil imponen condiciones intimidatorias a la convivencia ciudadana en los municipios, al igual que, paradójicamente, cautivan la atención social entre los mismos jóvenes y la población adulta.

La criminalidad juvenil es un fenómeno letal de los ámbitos regionales y locales en México, pues la violencia se hace patente desde los rincones más alejados de las comunidades abandonadas y las ciudades marginadas hasta los suburbios más exclusivos de las grandes urbes.

Desde las familias más ricas y poderosas, las más acomodadas y educadas, hasta las más pobres y relegadas de cualquier región o localidad de nuestro país, no cabe duda que es un problema de violencia con enorme repercusión en los círculos familiares y las esferas sociales. En Yucatán, se le padece en Mérida tanto como en Kanasín, Tahdziú u otros municipios.

La criminalidad juvenil cerca de casa presenta extremos nunca imaginados en las relaciones personales, o también como parte de las disputas territoriales entre grupos o bandas juveniles. Casos individuales así como grupos adolescentes de rateros, traficantes, sicarios, zetas, tratantes, etc., son ilustrativos al respecto.

Lo más visible públicamente de esta criminalidad es la patética agresión activa o la violencia extrema contra terceros, que comienza antes de la mayoría de edad y continúa después de ella, como parte funcional de la vida personal o de la convivencia informal de los jóvenes. Aprendieron a usarla en sus formas “inofensivas” desde la infancia, pero sin sanciones o sin controles efectivos de los entornos familiares y educativos.

Se trata de jóvenes agresivos y violentos que, sea que provengan de círculos atrapados en la pobreza o de ámbitos que gozan de confort, a menudo cuajan también como adultos agresivos y violentos. Se encuentran en un ciclo de desconcierto e inconformidad fuera de control de impulsos criminales que, sin manejos expertos y sistemas reguladores, perdura imponiéndose a los demás el resto de sus vidas.

Hay partidos políticos y élites conservadoras que consideran que la criminalidad es un problema moral más que social y cultural. En varios estados mexicanos bajo influjos religiosos se le reconoce de este modo, considerándola indicio de decadencia de la cultura creyente, o como algo que no puede aceptarse sólo por no sujetarse a la ética personal de sus credos religiosos. Nada es más peligroso en el combate a la violencia que esta visión advenediza de la criminalidad.

No tenemos duda de que, para la Presidencia de la República y el Congreso de la Unión, la criminalidad juvenil cerca de casa en los municipios, NO es nada de eso que pregonan las derechas reactivas, para que NO se proceda contra la corrupción estructural que la propicia y la delincuencia organizada que la aprovecha.

Ha quedado claro en lo que va del sexenio que, para el jefe del Estado mexicano y el nuevo partido mayoritario, la criminalidad juvenil es uno de más peligrosos rebotes de la violencia social que padecen los individuos en nuestro país, debido a las salvajes estructuras políticas y económicas impuestas desde el mundo globalizado. Esto no significa para ambos que los jóvenes no sean responsables de sus conductas criminales y que no acrediten por ellas a ser sometidos a procesos judiciales y reformatorios.

Sin lugar a dudas, las oportunidades sociales que AMLO y MORENA sigan abriendo desde los programas oficiales de educación, empleo, salud y deporte, igual que las acciones judiciales que emprendan contra la delincuencia organizada y, sobre todo, la efectividad del combate a la corrupción estructural, permitirán que los niveles de violencia social cerca de casa sean abatidos en los municipios, y la convivencia ciudadana avance hacia caminos equitativos y democráticos en las comunidades.

Resta señalar que los escudos de vigilancia con satélites, drones, cámaras, patrullas, etc., servirán de modo accesorio para reconocer algunos delitos y ubicar algunos delincuentes, pero lo sustantivo para la transformación republicana seguirá siendo acabar la criminalidad juvenil cerca de casa en los municipios.