Conrado Roche Reyes
Tomé la decisión de ir en combi al trabajo para así ahorrar dinero. No obstante, no puedo decir que me arrepienta de esta decisión porque, realmente, es una aventura viajar en combi en Mérida.
Todos los días pasa algo: el conchudo de cachucha y audífonos se sienta en el asiento reservado, y no se levanta cuando sube un anciano o mujer embarazada, por lo que lo comienzan a fastidiar. La señorita con perfecta salud pide al tipo que le ceda el asiento sólo porque es mujer. El señor amablemente se niega (pobre, está cansado) y la señora de al lado lo comienza a tildar de machista. La señora que está parada se queja con el conductor cobrador por lo pésimo que maneja y el bullying hacia ellos se extiende por todos los pasajeros.
Pero aparte de ésta y otras aneadotas, existen las que cada uno forman como por ejemplo, elegir quién será su compañero de viaje.
El escenario es el siguiente: alzas el brazo para la combi, te fijas desde afuera si hay asientos libres (si puedes darte el lujo, porque si no, subes sin importarte lo llena que esté), confirmas que sí, te subes y observas que hay tres sitios libres en tres asientos de a cuatro. Sabes que sólo cuentas con algunos preciosos segundos para tomar la decisión antes de que el carro se llene, así que te dispones a escanear rápida y prejuiciosamente a los tres posible compañeros de viaje y descartas a los que crees no te dejarán sentarte cómodamente, te molestarán con ruidos fastidiosos o perturbarán tu paz con cualquier otra acción.
Una vez tomada la decisión, te acercas a tu próximo sitio, pides al otro viajero que te deje pasar (si fuera el caso) y acomodas tu cuerpo en el asiento, pensando que tomaste la decisión correcta y que por fin podrás descansar del largo día que has tenido, pues este viajero parece tranquilo, silencioso y amable.
Pero te equivocaste. Está indigesto y es una máquina de sonoras y no olorosas flatulencias.