Yucatán

Roldán Peniche Barrera

Yucatán Insólito

Corrida de Toros

Reproducíamos ayer unas notas pertinentes al siglo XIX.

La empresa de toros, obtenido el superior permiso, no ha omitido hacer ninguna clase de gastos para que esta diversión sea digna de la cultura de esta capital. El circo está preparado con toda la decencia posible, los toros son de los mejores, y la música militar tocará durante las funciones…

N. B. Las pasadas notas, aparecidas en la prensa local de 1864, nos dan una idea de la vida peninsular de hace casi siglo y medio. Como se ve, a la “Feria” de Santiago (que es antiquísima) la llamaban “Fiesta” entonces, e incluía corridas de toros “dignas de la cultura de esta capital” (sic). Por otra parte, la Feria (o “fiesta” como le llamaban en aquellos lejanos tiempos) se celebraba en los mismos meses de julio y comienzos de agosto, tal como la conocimos en el siglo pasado. El 6 de agosto significaba el final de la feria, pues tanto los Sres. Ordóñez como los Cáceres liaban bártulos y se trasladaban al puerto de Progreso, con objeto de aprovechar la temporada veraniega con cientos de meridanos y de otros pueblos gozando de sus largas vacaciones en el puerto. Según nuestros cálculos, la Feria de Santiago ya existía en la Epoca Colonial, posiblemente a partir del siglo XVIII, aunque no tenemos noticia de ello debido a la falta de periódicos y la poca imaginación de los cronistas de entonces (e.g. Cogolludo), que sólo aluden en sus libros y asuntos de tipo religioso y político, pero nada de la vida rutinaria de nuestros antecesores. Necesitábamos a un Sahagún, como lo tuvo la Nueva España, pero no lo tuvimos.

En el siglo XIX, con la introducción de la imprenta, nos es mucho más fácil documentarnos sobre la vida social de los meridanos de entonces.

Los refritos (3)

¡Es terrible labor la tarea del escritor! Trabajando constantemente bajo la inspección general, ¿qué diferencia hay entre él y esas señoritas que, detrás de una vidriera, toman café o escriben a máquina a la vista de todo el mundo? Uno se gana la vida en plena calle, y si por azar desaparece una temporada de la plaza pública, no faltará algún amigo que le reconvenga.

-¡Pero decano!, ¿por qué no trabaja usted? ¡Con el dinero que podría usted ganar!...

-¿Cree usted, en efecto, que si yo trabajase ganaría mucho dinero? No olvide usted la máxima de que si la literatura puede enriquecerle a uno, es únicamente a condición de que uno abandone la literatura.

-¡Disculpas! Pruebe usted a trabajar y ya verá si su trabajo le produce o no. En su pellejo de usted, a mí nunca me faltarían quinientos pesos para divertirme…

Esto suele decirle a uno el amigo y, por un momento, vamos a suponer que tiene razón. Vamos a suponer que metodizando su trabajo le fuera a uno siempre fácil el tener quinientos pesos disponibles para divertirse; pero ¿cómo se divertiría uno? ¿Viajando en automóvil?, ¿comprando antigüedades?, ¿comiendo pulpos?

Por mi parte, confieso que lo que más me divierte es el no hacer nada. Si yo tengo una verdadera afición en el mundo, es la afición a la pereza. La pereza constituye mi vicio central, mi pasión única. Y a fin de poder dedicarme a la pereza, ¿quieren mis amigos que yo me ponga a trabajar diez o doce horas diarias?

La pretensión resulta algo contradictoria, y por eso, cuando alguien me hace observar que, en mi pellejo, a él nunca le faltarían quinientos pesos con que divertirse, yo le contesto:

-A mí tampoco.

-Pero ¡si no gana usted nada! -me replican.

-¿Cómo que no? -exclamo yo entonces-. Yo gano mucho dinero, todo el dinero que puede rendir una labor intensa, y todo me lo gasto en mi deporte favorito, que es el ocio. Lo que me ocurre es que, en vez de realizar separadamente las dos operaciones de ganar y gastar, yo las ejecuto de un modo simultáneo. ¿Cuánto cree usted que me podría producir cada hora de trabajo? Pues es exactamente eso lo que me cuesta cada hora de pereza. Haga usted el balance y verá que en el término de un año, yo manejo, como tantos otros, muchos miles de pesos. Si no fuera por la pereza, llegaría hasta a hacer ahorros considerables; pero ¡hay vicios tan caros!... como si fuera en México.

Indudablemente, la pereza es un vicio mucho más caro que el de la langosta, sin contar que es también bastante suntuoso, y hay hombres que, de no estar dominados por la pereza, serían varias veces millonarios. ¿cuándo cesará la opinión de considerar a estos hombres como a unos pordioseros? Yo ya voy a dormir…

Jorge A. Mijangos H.