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Alejandra Molina Rodríguez, coordinadora de la Fundación América por la Infancia, institución que promueve un cambio de paradigma basado en la enseñanza respetuosa, dijo ayer que hay evidencia neurocientífica de que son distintas las conexiones neuronales de un niño con maltrato físico o verbal, golpes o gritos y las de un niño sin maltrato, además de que están mejor integradas las del niño que no recibe maltrato.

El niño que recibe maltrato sufre estrés y lo que se produce frente al estrés es que sus conexiones neuronales no puedan estar desarrolladas al máximo. Entonces eso le da una estructura cerebral distinta a la de un niño crecido sin esas cosas, sin maltrato, sin gritos, sin castigos, sino con explicaciones y con respeto y con amor.

En el niño no maltratado el ambiente del cerebro está más disponible al aprendizaje. Y, por lo tanto, sus neuronas están más interconectadas, y tienen más ramificaciones para relacionarse y para comunicar información.

En otras palabras, educar a los niños con golpes afecta la estructura cerebral y daña sus conexiones, lo que los condena al fracaso escolar.

Dijo asimismo que, no dejar a los niños hablar “porque es plática de adultos”, hace que cuando lleguen a la adolescencia sean callados y tímidos, hace que no quieran salir de su cuarto y que no se atrevan a hablar en público.

Explicó también que los golpes no educan, sólo son un desfogue, un desquite, una venganza, para una mamá o un padre desbordado, que por falta de madurez ya no puede controlarse.

Y reveló algo terrible: que los niños que sufren por maltrato no dejan de querer a sus papás, pues el amor de los niños a sus papás es incondicional. Pero a quien dejan de querer es a ellos mismos, y eso les produce baja autoestima, depresión, miedo, fallas en su desarrollo e incluso los puede llevar al suicidio.

Este es el texto de la entrevista:

–Alejandra, ¿de dónde viene la Fundación América por la Infancia?

–Originalmente es de Chile, donde se fundó en el 2015, y llegó a México aproximadamente hace 2 años, pero se registró este año. La FAI se dedica a promover talleres y conferencias sobre los derechos de la infancia, y se dedica a promover el nuevo paradigma de ver a los niños como personas, como sujetos de derechos.

Adulto-centrismo

–¿Cómo se les veía antes?

–Digamos que a lo largo de la historia de la humanidad, los niños y las niñas apenas tienen 30 años de tener derechos. La Convención de los Derechos de los Niños de la ONU es de 1989 para acá, es muy reciente y hay mucho trabajo que hacer todavía para que esto se consolide.

–¿Y antes qué se pensaba?

–Se pensaba que eran poquito personas, es decir, como adultos en potencia, como que iban a desarrollar un potencial, se esperaba que desarrollaran un potencial, pero no se les tomaba en cuenta sus derechos como personas tal cual. La visión era como: en algún punto van a llegar a ser personas, cuando sean adultos. Entonces este paradigma es el adulto-centrismo.

–Todo centrado en el adulto y los niños no son importantes.

–Exacto, son como seres humanos de segunda categoría, porque no piensan, no pueden tomar decisiones, no tienen voz, y una serie de mitos que ya la evidencia científica ha negado.

–¿Qué mitos?

–Por ejemplo, que todo lo van a olvidar, que se les puede hacer cualquier cosa y cuando lleguen a ser adultos, eso va a quedar en el pasado, no va a tener impacto en su vida adulta.

–Y eso es falso, ¿no? Porque así es como los trauman.

–Exacto. Las generaciones que somos adultas ahora venimos de este paradigma, venimos de esa crianza, de ese estilo de crianza, donde no se te tomaba en cuenta. O sea, si tú querías hacer tal o cual cosa, si tu mamá no estaba de acuerdo, o tu papá, pues no se podía.

–Maestra Alejandra, por ejemplo yo veo en la familia que a los niños no los dejan hablar, cuando quieren hablar, les dicen: no interrumpas.

–Sí, o les dicen: es plática de adultos.

–Pero yo les digo, maestra Alejandra: déjenlos, qué bueno que intervengan, que vayan tomando confianza en sí mismos.

Repercute en la adolescencia

–Así debe de ser, porque luego esos mismos papás que no dejan hablar a los niños, cuando esos niños llegan a la adolescencia, dicen: es muy callado, es muy introvertido, no lo sacas de su cuarto, no convive con nadie.

–Así los hicieron.

–Sí. Se extrañan de que sean callados, pero cuántas veces lo callaste, cuántas veces en la infancia le dijiste: no, eso que estás diciendo son puras tonterías. Y a veces no tenías que decirlo, pero con tu actitud era como estar diciéndole: hablas puras sonseras, hablas puras tonterías.

Entonces después quieren que sean grandes pensadores, grandes platicadores, cuando no tienen practicado eso.

–Se les enseñó a callar, ¿no? Y en la escuela también. El maestro o la maestra no admiten opiniones propias de los niños y menos una crítica. Eso también nos afecta como ciudadanos, que creemos que estamos hechos para obedecer.

Paradigma de obediencia ciega

–Exactamente. O sea, el paradigma en el que fuimos nosotros crecidos fue el de la obediencia ciega, en donde portarse bien, es obedecer: si no obedeces, automáticamente eres un niño malo, que no hace caso, que no se porta bien, que no se calma con nada, que es muy caprichoso, cuando es nada más que los niños tienen derecho a expresar sus necesidades, a decir sus opiniones. Entonces el nuevo paradigma, es tomar en cuenta todas esas cosas. Y otro ámbito fundamental es el de la escuela. La parte de los maestros y de todo el sistema educativo que también tendría que ir hacia el respeto, hacia el respeto de los niños. De que todos aprendemos unos de otros: los adultos de los niños, los niños de los adultos, pero estamos en una interrelación que nos hace eso: crecer a los dos sentidos.

Creces inseguro

–Claro porque de otro modo todo se hace vertical, la parte de arriba, del que manda, es el adulto siempre, el maestro, el papá, todo es obedecer.

–Todo es obedecer, y entonces luego cuando ya un niño criado bajo estas reglas es adulto, todos esperan que tengas seguridad, autoestima, que puedas pararte frente a un escenario y decir cosas, o decir tu punto de vista o defenderte. Pero nunca ejercitaste eso. Son habilidades que se entrenan, que se ejercitan. Entonces si no tuviste el ambiente, el entorno para desarrollar eso, es muy complicado.

–En el Centro de la República los hijos besaban la mano del papá, como se le besa todavía a veces al cura. Y se les habla de usted también. Entonces la gente que tuvo esa educación, la trata de reproducir, ¿no?

Aprendemos a criar como nos crían

–Exacto, exacto, cuando nosotros somos criados, estamos aprendiendo a criar también. Entonces mucho se dice que para ser papá o mamá no hay manuales y la realidad es que sí, sí se aprende a ser papá o mamá con la crianza. Lo que recibiste tú es lo que le vas a dar a tus hijos.

–Entonces se aprende, pero en forma equivocada.

–Así es. ¿Y qué alternativas hay en esta etapa, en este momento histórico en el que estamos viviendo? Que ahora hay demasiada información para no repetir eso: ahora hay cientos de evidencias, de estudios, de información muy al alcance de todos los papás y mamás que quieren hacer un cambio, que quieren criar a sus hijos de manera diferente, sin dolor.

–Sin dolor físico y emocional, ¿no? Porque por ejemplo yo viví en la época que a todos los chamacos nos daban palizas nuestros papás. Mi padre no era de golpearnos, pero mi mamá era muy pegona, nos daba cintarazos.

–Los padres, como dices, a lo mejor no eran pegones, como dices, pero estaban ausentes.

–Claro, porque estaban en su trabajo. Fíjese, Alejandra, que en los pueblos todavía existe ese criterio de que para educar hay que pegarle a los niños. Incluso compañeros periodistas y otras personas que se supone que saben aprueban ese método.

–Y también compañeros míos psicólogos. Sí, gente digamos que no tiene preparación en el desarrollo mental y emocional, puede cometer muchos más errores.

–¿Y cómo afecta en su desarrollo emocional y mental a un niño al que golpeen? Primero que no lo escuchen, que no lo tomen en cuenta, que no le respeten derechos y que lo golpeen, porque no solamente hay golpes físicos sino emocionales, a veces se les ofende. Los gritos, las miradas amenazantes, son como golpes, o son golpes emocionales. La mirada intimidante, que también tuvimos en nuestra crianza. Muchas veces hacía falta una mirada de mamá para que supieras que cuando llegaran a la casa iba a estar la cosa terrible.

–Sí. Yo he visto eso, que a veces hay señoras que controlan a sus hijas o hijos con una mirada. Yo decía: es una habilidad, pero es una habilidad respaldada por una enorme violencia.

–Una enorme violencia, y eso hace que tu comportamiento esté dirigido como por el miedo, no por el entendimiento, no por la razón ni por la reflexión. Lo que hace la crianza respetuosa es no dejar que el niño haga lo que quiera, sino enseñarle, explicarle la consecuencia, la causa, el efecto y ponerle límites, por supuesto, porque los niños están en desarrollo, tienen muchas carencias todavía a nivel estructural en su cerebro.

Acaban de llegar al mundo

Entonces si está en un proceso de conocer el mundo, y en eso puede cometer muchísimos errores, porque un niño de tres años, o de cuatro, o de cinco, acaba de llegar al planeta. Es como si tú llegaras a Japón, y todos los letreros estuvieran en japonés. ¿Qué vas a entender de ese lado del planeta? Te vas a equivocar muchísimo. Así los niños, cuando llegan al mundo, vienen sin saber el idioma, vienen sin saber cómo se leen estas cosas, vienen sin saber cómo es la interacción unos y otros. No saben nada. Entonces los papás, nuestro trabajo como papás y como mamás, es interpretarles el mundo, hacer que lo conozcan. Es decir, que ellos entiendan las reglas del mundo para que puedan confiar y explorar.

Golpes afectan el cerebro

–¿Pero que las entiendan de manera pacífica. ¿No? Sin violencia, sin amenazas, sin ofrecimiento de golpes.

–Claro. Me habías preguntado cómo afectan los golpes, cómo afectan los gritos y todo esto. Afecta –ya está comprobado–, hay evidencia neurocientífica de que afecta la estructura cerebral. O sea, las neuronas de un niño con maltrato y un niño sin maltrato son distintas las conexiones neuronales. Es decir, lo que sucede frente a un golpe, frente a unos gritos, el niño ya sabe que va a pasar eso, lo mantiene en una situación de estrés, y lo que se produce frente al estrés, hace que sus conexiones neuronales no puedan estar desarrolladas al máximo. Entonces eso le da una estructura cerebral distinta a la de un niño crecido sin esas cosas, sin maltrato, sin gritos, sin castigos, sino con explicaciones y con respeto y con amor. El ambiente del cerebro está más disponible al aprendizaje. Y, por lo tanto, sus neuronas están más interconectadas, y tienen más ramificaciones para relacionarse y para comunicar información.

Niños maltratados

–¿O sea que maltratar a un niño es condenarlo al fracaso en la escuela, en su preparación académica?

–Exactamente, exactamente. Entonces ese es el cambio de paradigma, tomar en cuenta la evidencia científica para pasar de los malos tratos a los buenos tratos. En este momento histórico que estamos viviendo es el parteaguas, donde vamos a dar el brinco o no, pero yo creo que sí, que va a tardar, a lo mejor un cambio de paradigma a veces tarda entre 30 y 50 años, y en la fundación lo que tratamos de hacer es tratar de disminuir ese tiempo, de llegar a más personas, de dar los más cursos posibles, las mayores charlas, las mayores conferencias que se puedan para enviar este mensaje a los papás, hacer accesible esta información, en vez de que tengas que leer como mamá o papá 70 mil libros, hacer estos cursos y estas conferencias donde sea más accesible esta información.

Cero golpes

En esta parte, nuestra entrevistada señaló:

–Este miércoles 31 de julio va a dar una conferencia Gaudencio Rodríguez Juárez. Es un psicólogo que vive en León, Guanajuato, todo su trabajo, su trayectoria ha sido mayormente ahí, y ahora, desde que escribió un libro que se llama Cero golpes, ha recorrido toda la república prácticamente y el continente americano. El es parte de la Fundación América por la Infancia también y va a dar la charla de “Criar niñas y niños en el siglo XXI”. Va a darla en el Auditorio Meridiano, en Altabrisa. Tiene un costo de 200 pesos la entrada, es a las 8 de la noche, de 8 a 10, y se tiene programada una parte de interacción con preguntas. Ese día de la conferencia va a estar ahí en venta el libro, que cuesta 250 pesos.

–¿Qué aporta el libro?

–Tiene 100 ideas que son alternativas para no pegarle a los niños. Otras cosas que hacer, en vez de pegar. Entonces es como un manual muy accesible para cualquier papá y mamá, lo pueden entender perfectamente, está en palabras muy sencillas, y tiene 100 maneras de erradicar el maltrato completamente, de erradicar el castigo físico, de llegar a Cero golpes.

–Muchas mamás que son pegonas tienen un alto grado de estrés, un alto grado de trastorno por todas las situaciones difíciles que viven. ¿Qué se hace en esos casos?

–Bueno, siempre acceder a información ayuda. Leer, pedir ayuda, comentar el punto. El asunto es que esas mamás pegonas, cuando fueron mamás ellas y sus hijos eran pequeños, no había esta información. Entonces no se preguntaban si estaba bien o no, pegarle a sus hijos. Simplemente lo hacían como una repetición de esta conducta a través de las generaciones.

Si los golpeas, se dejan de querer

–Alejandra, había incluso muchos dichos que propiciaban o afirmaban esa idea de “educar” con violencia como “la letra con sangre entra”.

–Sí. Se creía vehementemente que para que el niño se porte bien, había que hacerlo sentir mal. Que como para sacarlo de ese estado de crisis, había que hacerlo sentir mal, humillarlo, culpabilizarlo, supuestamente porque mientras más mal se sintiera el niño, más iba a reaccionar. Entonces las mamás de ese entonces desarrollaron muchas estrategias para eso: para herir emocionalmente a los niños y lograr que hicieran lo que ellas, las mamás, o los papás, quisieran. Es muy importante tener en cuenta que los niños que sufren eso no dejan de querer a sus papás, el amor de los niños a sus papás es incondicional. A quien dejan de querer es a ellos mismos.

–¿Y eso a qué conduce?

–A una baja autoestima, a inseguridad, a temores, a muchas fallas en el desarrollo sano.

–¿Puede conducir al suicidio?

–Sí, puede conducir al suicidio, a estados depresivos en la vida adulta, a tener miedo a todo. Y no hay peor cosa para estar en este mundo que tener miedo, porque para todo se necesita confianza. Muchos venimos de esa crianza de los golpes. Lo que fue pasando de esa cuestión de los golpes, es que, por ejemplo, a usted y a muchos les han de haber pegado con cosas, con cables.

Golpes son un desfogue

–Bueno, a un compañero de juegos le tiró su mamá una tijera y se clavó en la puerta junto a él, porque su mamá ya estaba fuera de sí.

–Exacto: esa es la clave: los golpes no educan, no son para eso. Son un desfogue o es un desahogo para el adulto, porque los golpes nunca son pedagógicos, no son educativos, no hay un golpe que sea por tu bien, o porque te estoy educando, o porque me duele más a mí que a ti. Eso no es verdad. Los golpes siempre, siempre son un estado de desborde emocional del adulto, o sea que ya rebasó todos sus límites y se desbordó, como usted dice. Estaba fuera de sí. Eso es lo que nos pasa. Nos desregulamos emocionalmente, se nos vuela la tapa de los sesos, y ya no pensamos, y entonces es desquitar un coraje, mi falta de regulación, en el cuerpo de otro, que es mi hijo, pero no es porque sea algo pedagógico, sino es una carencia que yo tengo para manejar mis emociones. ¿Por qué la tengo? Porque tampoco recibí esa educación emocional en mi infancia, entonces se viene repitiendo. Una manera de evitar esto es asistir a terapias. Si me estoy dando cuenta de que esto me daña, que me duele, si me puedo conectar con mis emociones, aunque sean desagradables, y puedo tomar un poco de conciencia de ellas, debo pedir ayuda. Nada más que tenemos también un lío con eso muchas veces ¿no? Decimos que yo no estoy loca, que no es para tanto, que no es para que vaya a terapia. Una serie de mitos que hay alrededor de la terapia psicológica que a veces nos impiden aprender cosas nuevas.

Por eso este momento histórico es importante, porque hay muchísima información: te metes al Facebook y pones crianza respetuosa y te van a salir cantidad de páginas con tips, sugerencias, artículos etcétera, muchísimas cosas que puedes leer y que son serias, así como hay un montón de basura también. Entonces a eso es a lo que nos dedicamos principalmente: a difundir los efectos negativos de los malos tratos.

Otro mito

–Otro de los mitos es que es mi hijo y yo lo educo como quiera, porque es mi propiedad. Y eso no es cierto. Los niños no son propiedad de los padres. Los niños son como de esos patrimonios de la humanidad. Es decir, todos los adultos estamos involucrados en la educación de todos los niños de todo el mundo.

–Eso es lo que hay que enseñarles a los medios electrónicos que explotan las series de violencia.

–Es verdad, porque eso hace que se normalice la violencia. Siempre hay esa cuestión de que: si no le das unas nalgadas, al rato se va a volver un delincuente. Y no nos ponemos a pensar que hemos tenido en la humanidad exceso de nalgadas, exceso de violencia contra los menores, y por eso estamos cosechando eso que sembramos. Si tú maltratas a tu hijo lo que vas a cosechar en la adolescencia, es que te rete, que te desafíe, que no te escuche, que no venga hacia ti cuando tenga un problema, que no te tenga confianza. Esa desconexión entre papás, mamás e hijos, hace que los niños tengan que buscar otras alternativas para buscarse esa identidad que no tuvieron en el entorno familiar, y lo van a encontrar en el grupo juvenil, en la pandilla, las drogas.

Los niños que tienen menos autoestima, menos seguridad, menos confianza, van a probar cosas que les hagan sentir emociones que no tuvieron de manera natural, para olvidar los traumas, o para sentir rico, o bonito, experiencias gratas, aunque sea a través de sintéticos que dañen su salud, y ese es el problema de las drogas.

(Alejandra Molina Rodríguez es Psicóloga con Maestría en Psicología Clínica y Psicoterapia, y coordinadora de la Fundación América para la Región Península).

(Roberto López Méndez)

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