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Roger Aguilar Cachón

Una de las costumbres que tenían los mayores hace más de cincuenta años en esta nuestra blanca ciudad y de seguro en algunos municipios de nuestro Estado, era el de la hora de la Merienda, así es, con mayúscula, ya que representaba una manera de mantener la socialización familiar y prepararse para la cena. Era, porque hoy día no creo que se continúe practicando, pero las tías grandes del de la letra (Tina y Rita), desde que se tiene uso de razón, veía como cada día, a las 5 de la tarde (en algunos casos podía ser antes), una vez bañaditas, procedían a la costumbre de sentarse en las sillas que se encontraban en la cocina y mientras una calentaba el chocolate (nunca café) o el atole, la otra preparaba las galletas o el pan dulce, previamente comprado en la panadería La Ambrosía y si había suerte de alguna de las tradicionales panaderías de la época, La Vieja, La Mayuquita y una que se encontraba en los cruzamientos de la 65 y 60, creo que se llamaba La Principal.

Es posible que las tías Cachón tuvieran raíces británicas, por la famosa costumbre de tomar el té por esos lares. En la merienda se procuraba comer poco ya que horas más tarde se podía continuar con la ingesta de los alimentos a la hora de la cena.

La merienda casi siempre permitía que alguno que otro invitado, mis otras tías o bien el de la tinta, se colara hasta la cocina y probara un poco de café y degustara del pan, sin importar su procedencia. En ocasiones la llegada de la visita en el mayor de los casos eran los tíos (los hermanos de Tina y Rita), Manuel (Uelo) y su esposa Otilia (Oti) los artistas de la familia, uno escultor y la otra pintora y también se aparecía con su bicicleta y en compañía de su esposa mi tío Rosendo (Cheno) y Rosita.

Momento para conversar de los acontecimientos del día, de lo que ocurría en la casa o bien de los sucesos que a diario acontecían por la calle. Que si el precio de la carne que expendía don Chumín y el Mozo, sobre la calle 38 o bien de Amado en la esquina de la 36 estaba cara, que si las verduras de Pancho o de doña Irma no estaban frescas, que si la manteca ya estaba manida, en bien cosas de poca importancia pero al fin y al cabo eran temas del día.

Con el paso de los años y con la desaparición física de las tías, la costumbre de la merienda poco a poco comenzó a perderse y a dar paso a la hora del café, cabe mencionar que en aquellas épocas no se acostumbraba que las personas comunes y silvestres fueran a algún restaurante a tomarlo. En la casa del de la tinta esta costumbre no se seguía, pero en cambio con las otras tías Cachón (Bety y Tere) se mantuvo vigente hasta cuando las enfermedades propias de la edad se lo permitieron.

La hora del café (la que vino a suplir la de la merienda) fue muy importante en la casa de las tías ya que no sólo me permitió entrar al mundo del café, del cual soy asiduo consumidor de este líquido oscuro, sino que también dio pie a poder ver la transición que tuvieron los envases del café. Recuerdo que había un café muy fuerte al que se le necesitaba echar varias cucharadas de azúcar (ya con el paso de los años aprendí que el buen tomador de café no le pone azúcar al mismo, se toma derecho), tenía varias presentaciones, pero todas en envase de cristal.

Una buena técnica de mercadotecnia lo tuvo otra conocida marca de café, que en un momento de su evolución tenía presentaciones que al terminarla servían como especieros, vasos o licoreras, todas de muy buena calidad y tenían la apariencia de ser de cristal cortado. Hoy día son muy buscados por los coleccionistas.

Volviendo a la hora del café, las tías ya no se sentaban en la cocina para cumplir con el ritual, sino que sentadas en sus sillones y ante la mirada fija en la tele, procedían a tomar su café acompañados ya sea con bizcochitos, hojaldra o algún pan de buena calidad.

La hora del café también atraía a algunos invitados (enamorados) de la tía Bety, quien ante la llegada del galán, se trasladaba a la sala a atender al personaje, y no sólo era el café sino que también se acompañaba de alguno que otro cigarro. Recuerdo muy bien las visitas que llegaban a la casa, a la visita, siempre temprano, estaba el profesor Carlos y otro que cuando llegaba de la Ciudad de México pasaba a saludar a la tía y siempre le llevaba algún presente, también de nombre Carlos pero que se le conocía como el Panecito. Omito los apellidos para evitar algún tipo de escozor para los lectores que los conocían.

La hora del café –otrora de la Merienda- en los últimos años era motivo de reunión de la tía mayor (Bety) con los primos cercanos, los Cachón Escamilla, quienes llegaban a degustar el café de las tías, por ejemplo Miguel (el médico militar) solía llegar en la mañana o en la tarde al igual que José Luis (+) en cambio las primas Pilarcita (profesora) y Margarita (odontóloga) llegaban en la tarde, era una fiesta el verlas llegar ya que siempre habían ocurrencias y una buena plática y solían irse un poco entrada la noche.

Las meriendas le dieron al de la letra un momento propicio y el espacio para mencionar que esta costumbre que de seguro se practicaba en muchos hogares de la ciudad, ya que no sólo se remitió el de la tinta a sus años de la infancia sino que ya adulto fue testigo y partícipe de las pláticas de la hora del café. Sin lugar a dudas momentos inolvidables que las primas Cachón Escamilla recordarán con mucho agrado y nostalgia.

Así pasan los años, las cosas y las costumbres, de seguro alguno que otro caro y cara lectora habrán sido testigos de las meriendas que se realizaban en sus hogares. Un recuerdo y un suspiro por aquellos años.

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