Yucatán

Incalificable estado del Cementerio General de Mérida

 

Ariel Avilés Marín

El Cementerio General de Mérida es un lugar de profunda entraña en la conciencia colectiva de la ciudad. Es el lugar donde reposan nuestros antepasados, ahí yacen personajes ilustres de toda índole, gobernantes destacados, todos los grandes de la canción yucateca, educadores de avanzada y la más heterogénea variedad de hombres y mujeres de todos los tiempos y que, como dice el poeta Jorge Manrique: “Allegados son iguales, los que viven por sus manos… e los ricos”.

Además, nuestro Cementerio General es una verdadera galería de arte, donde la arquitectura y la escultura se prodigaron en los monumentos levantados a la memoria de gente de recursos económicos, desde la segunda mitad del siglo XIX, hasta más de la mitad del siglo XX. El Cementerio General de Mérida es una joya de arte y tenemos la ineludible obligación de preservar para las generaciones venideras, pues da testimonio de más de un siglo de historia local. Ahí están como mudos testigos del paso del tiempo, los arcángeles del mausoleo de la familia Cámara Zavala; la viuda doliente que descubre parcialmente el rostro del esposo muerto, en el mausoleo de la familia Rivas; el niño llorando, con sus libros bajo el brazo, en la tumba del Mtro. Artemio Alpizar Ruz; la monumental iglesia gótica que es el mausoleo de la familia Medina; todo esto en el plano de la escultura y la arquitectura artística y estética. La belleza del mármol esculpido y el bronce fundido ponen una nota de arte a la elegíaca naturaleza de nuestro cementerio.

Hay, además, mausoleos dedicados a preservar la memoria de agrupaciones colectivas; así tenemos el mausoleo de la Colonia China; el del Sindicato de Cordeleros; el Monumento a los Creadores de la Trova Yucateca, que además posee una extraordinaria escultura de Rómulo Rozo. Mención aparte nos merece la tumba del Mártir del Proletariado Nacional, Felipe Carrillo Puerto y los socialistas asesinados ahí por la reacción yucateca, conocida popularmente como la Rotonda de los Socialistas Ilustres.

Hace exactamente un año, falleció mi hermano Jorge, se decidió depositar sus cenizas en la tumba colectiva de la familia en el Cementerio General; ahí reposan mis padres, mis abuelos, las hermanas de mi abuela, mi hermano José Raymundo, por lo que era el destino lógico para las cenizas de un integrante más de la familia. Para continuar la lógica, me dirigí a la Administración del Cementerio General, de donde me remitieron a la Dirección General de Cementerios, con sede en el Cementerio de Xoclán. Ahí supe lo que era encarnar en vivo y a todo color al personaje creado por un conocido editorialista, protagonista de la serie “El Sr. Pérez y su lucha contra la burocracia”.

La mencionada dependencia estaba repleta de gente que, como yo, tenía algún asunto que solucionar. Civilizadamente, hay un pequeño expedidor de papelitos con su número ordinal, para ser atendido en una ventanilla. La cantidad de solicitantes rebasa por mucho la capacidad de la dependencia, así que a esperar tu turno, primero de pie, y conforme va avanzando el turno te toca sentarte; al fin te corresponde pasar a la ventanilla y ahí te topas con un bloque de concreto que responde con una serie de frases que le han sido insertadas en el cerebro por medio de algún disquito electrónico: - Sección y número de la tumba – Los desconozco, señorita – Entonces, nombre del titular de los derechos – Guadalupe Benítez Santos. –Tiene que venir a firmar – Imposible señorita, falleció hace veintitrés años -Uh, pues no se va a poder! Consulta en un programa de cómputo y me dice: - Aquí aparece una tumba a nombre de Ana María Benítez Santos – Es hermana de la que le dije – Pues ella tiene que venir a firmar – Imposible, esta murió en 1956 - ¡Ah, pues menos se va a poder! ¿Quiere usted hablar con la del jurídico? – Si señorita. Sale la del jurídico y resulta junto con pegado, ninguna solución, todo son negativas burocráticas. Después de una épica jornada, se depositan las cenizas de mi hermano en la tumba familiar.

Transcurre un año preciso, se cumple el aniversario de mi hermano y la familia se da cita para depositar flores en la tumba. ¡Oh sorpresa, la hierba está crecida a una altura que rebasa la altura de los vehículos! Como protagonistas de una antigua película de Tarzán, de las de Johnny Weissmüller, para acceder a la tumba, nos tenemos que abrir paso a machete, en nuestro caso coa.

Tengo sesenta y seis años de edad, desde mi infancia he concurrido por múltiples causas al Cementerio General, a llevar flores, a desyerbar alrededor de la tumba, a lavar las placas de los deudos, a mil y un cosas, y nunca, nunca en la vida, me había encontrado el Cementerio en este estado de descuido y abandono. Si la Dirección General de Cementerios pusiera la misma atención y enjundia que pone al cumplimiento de sus requisitos burocráticos e irracionales, pusiera al mantenimiento y atención de las instalaciones que son de su responsabilidad, la imagen del lugar debiera ser impecable y funcional. Es una vergüenza y una injusticia que la ciudadanía sufra estas molestias, pero tenga que cumplir un sinnúmero de requisitos burocráticos para ejercer lo que por derecho le corresponde.

El Cementerio General de Mérida ha sido declarado Patrimonio Cultural edificado por el cabildo del Ayuntamiento de Mérida, y es por tanto una responsabilidad ineludible de la Dirección General de Cementerios velar por su conservación, de darle mantenimiento permanente y eficiente, de cuidar la conservación de las obras de arte que ahí se encuentran, así que, este asunto deja muy mal parada a esta dependencia que no está cumpliendo con su responsabilidad. El deterioro que las obras arquitectónicas y escultóricas sufran por la proliferación de malezas, cae sobre la multimencionada dirección y si no toma cartas en el asunto con la misma enjundia que pone al cumplimiento de sus requisitos burocráticos, estará incurriendo en una grave irresponsabilidad que se tipifica como: Daño patrimonial al acervo cultural de la ciudad.

Ojalá que este señalamiento no caiga en oídos sordos y el Cementerio General de Mérida recupere cuanto antes, su imagen de limpieza y su digno contexto artístico y patrimonial.