Yucatán

Juan Ramón Góngora, meridano de altura

Víctor Salas

Juan Ramón Góngora, con Víctor Argáez y José Luis Chan, van quedando como tres firmes bastiones del arte que cada uno representa: teatro, artes plásticas y música, respectivamente. ¿En el 2050, qué será de ellos? Ojalá que la fuerza por la batalla en pro del arte no se les escabulla y continúen como hasta hoy, dando ejemplares muestras de la dignidad a sus artes.

Juan Ramón, después de su retorno de México, tiene en su haber algunas obras que señalan una manera propia de hacer la escena y a veces con enfoque a lo yucateco, lo que resulta muy agradecible.

De un tiempo para acá ha estado haciendo soliloquios, circunstancia que puede interpretarse como apretadura material y/o económica, para ir más allá en la producción teatral. La verdad sea dicha, va bien, muy bien.

Ahora, el jueves 1 de agosto, en la sala Silvio Zavala del Olimpo, presentó “De Mérida, los Guapos”, una obra en diez escenas totalmente diferentes e interpretadas todas por él.

Se debe agradecer la voluntad que tuvo de entregar programas de mano, en los que uno puede enterarse de quiénes trabajaron cerca de él, para lograr la factura que tuvo su trabajo escénico. Me apresuro con los créditos: Jorge Álvarez Rendón en los textos; Tony Baeza, en la dirección adjunto; diseño de luces, Juan Carlos Durán; arreglos musicales, Alejandro Calixto Andrade; asesor coreográfico, Roger Pech Sansores. El espectáculo es del propio actor.

A Juan Ramón lo conocí desde que era estudiante en el CEDART- Mérida. Lo vi muchas veces en igual cantidad de obras y le perdí la pista durante su residencia en el Distrito Federal, donde se nutrió de una buena vida teatral que ahora proyecta en su ciudad.

Juan Ramón es una caja de sorpresas en “De Mérida, los guapos”, porque explota el polifacetismo sin ningún resquemor y sale bastante bien parado. Hace pantomima, baila y canta e interpreta diferentes personajes a los que le imprime matices corporales y vocales que los hace diferentes y nos muestran a un actor que sabe lo suyo y lo entrega todo.

Me sorprendió cantando. No tiene la voz de Alejandro Fernández, es cierto, pero es muy entonado y no se le va el gallo. En el momento de la música disco, le salió muy bien lo relacionado con Travolta y también se vio exquisito cuando baila con una marioneta.

Nada debe dejarse de lado. Ése es el valor de la crítica. La parte donde menos tuvo un trabajo bien logrado fue en la pantomímica. Curiosamente, la más larga. El mimetismo requiere de trabajo articular específico y dominio de cada uno de los huesos, sin una supra flexibilidad de las coyunturas, resulta un tanto superficial cualquier dramatismo pantomímico. Y no es que le haya salido, mal. No. En comparación con todo lo demás, ese fue su momento débil.

Como teatro brechtiano, todos los cambios son enfrente del público.

La obra es un recorrido histórico por decenios, hasta que en las cercanías de nuestra época, va por lustros hasta perderse en el tiempo moderno.

Igual que Tomás Ceballos, quien fuera su maestro, hace esfuerzos por no ahuachar su voz y personajes y por el contrario, se va por la ruta de la idiosincrasia local, haciendo un teatro nuevo, diferente a lo regional, pero emparentado con el de Conchy León y otras agrupaciones como aquella que hizo la obra del Festival del Cine, que fue maravillosa (recuerdo a Addy Téyer).

Tres beligerantes artistas nuestros mantienen sus banderas elevadas. Los felicito, Juan Ramón Góngora, Víctor Argáez y José Luis Chan Sabido. Urgen preseas y laureles para ellos.