Yucatán

Víctor Salas

En nuestros días hay un deterioro cultural que viene de atrás, de la época cuando se hizo el planteamiento de masificar, de democratizar la cultura. Ese planteamiento trajo aparejado el descenso en la calidad de los productos culturales y el de las acciones artísticas más descabelladas, pero aplaudidas y aceptadas por sectores sociales, críticos de arte y periodistas culturales. Fernando Pertruz, en una galería, defecó ante sus invitados para luego, con solemnidad, deglutir sus excrementos; desde Marcel Duchamps, se estableció que el arte podía ser juego y farsa, y estableció que un excusado era también una obra de arte. Desde entonces, ya todo fue posible en el ámbito de las artes plásticas, quienes se adelantaron a todas las otras expresiones de la vida cultural, al sentar las bases de la cultura del espectáculo.

La exaltación y euforia artificiales que producen la cultura del espectáculo acarrean una ficción no benigna sino maligna que aísla al individuo, exigiéndole cada vez mayores dosis de aturdimiento y sobreexcitación que produce el vacío espiritual.

Como producto de la civilización del espectáculo y del entretenimiento comienzan a proliferar las sectas, los cultos y toda clase de formas alternativas de practicar la religión, desde el espiritualismo oriental hasta el rosacrucismo, la Iglesia Unificada, la Cienciología e iglesias todavía más epidérmicas.

Esa cultura de superficie y oropel, de juego y pose, es la que ha llevado a la sociedad de nuestro tiempo a los estupefacientes y el alcohol que les suministra tranquilidad momentánea del espíritu que antaño brindaban a los hombres y mujeres los rezos, la confesión y la comunión.

En la civilización del espectáculo, el cómico es el rey, porque un hecho singular de la sociedad actual es el eclipse de un personaje que hasta hace pocos años desempeñaba un papel importante en la vida de las sociedades: el intelectual. Pero la verdadera razón de esa pérdida total de interés de la sociedad en su conjunto por los intelectuales, es la ínfima vigencia que tiene el pensamiento en la civilización del espectáculo. Otra razón sería el empobrecimiento de las ideas como fuerza motora de la vida cultural. Hoy

vivimos la primacía de las imágenes sobre las ideas. Por eso el cine, la televisión y ahora internet han ido dejando rezagados a los libros. Los organizadores de la cultura actual privilegian el ingenio sobre la inteligencia, las imágenes sobre las ideas, el humor sobre la gravedad, la banalidad sobre lo profundo y lo frívolo sobre lo serio. En nuestros días, lo que se espera de los artistas no es el talento ni la destreza, sino la certificación, el diplomado, la maestría, la máscara de un nuevo conformismo. Lo que antes era revolucionario se ha vuelto un ácido sutil que desnaturaliza lo artístico y lo vuelve función de Gran Guiñol. La confusión reina, pues ya no es posible discernir qué es tener talento o carecer de él (lo que importa son los título y mientras más títulos, mejor), qué es bello y qué es feo, qué obra representa algo nuevo y durable y cuál no es más que fuego fatuo. Esa confusión ha convertido a las artes en un carnaval, en un espectáculo, en el entretenimiento de la civilización actual.

Cuál es el problema de esta situación. Mario Vargas Llosa dice: “Si la cultura se vuelve un mero entretenimiento va a ver un empobrecimiento general de la vida, ya que podría tener consecuencias muy graves en muchos aspectos de la vida social, la política, las relaciones personales, la vida espiritual, la sexual, porque la cultura es algo que impregna, abarca prácticamente todo.

Y todo lo dicho hasta aquí lo he sustraído del libro “La Civilización del espectáculo”, de Mario Vargas Llosa. Me pareció importante, porque todo ello se vive en la contracultura meridana de hoy: Paseo de las Ánimas, Eventos en el Cementerio General como la entrega de una medalla al Alcalde Renán Barrera Concha, los concursos de la CIAD donde se premia el pago a la participación y, en lo más mínimo al conocimiento, la Gala de Danza llamada la Jota Jarana en el Peón Contreras, el Delirio Teatral del Día de Muertos, el travestismo en lo que insisten en llamar Teatro Regional, los programas de radio como La Frutería, las estridentes comicidades de algunos bares, y la obcecación de la OSY de no contribuir al conocimiento y divulgación del legado musical yucateco, consistente en óperas, suites infantiles, ballets, sinfonías, misas mayas y etcétera.

Estoy seguro que todos los temas ideísticos plasmados en este trabajo, son conocidos por el encargado de la cultura de la ciudad y el por el director de la escuela de artes. Pero, van felices por la calle sin preocuparles poner condiciones adyacentes a esta terrible realidad.