Yucatán

Ricky Martin cautivó a miles en Paseo de Montejo

 

Sería muy difícil precisar con cuál de los sentidos se ve el show de Ricky Martin porque él, además de ser un humano Alfa, es una energía desbordante ante los miles de yucatecos que se reunieron en la glorieta del Monumento a Justo Sierra y del Monumento a la Patria, para disfrutar de un espectáculo conformado por seis bailarines de una rítmica corporal encomiable, de coreografías que dibujan toda la sonoridad instrumental y de un bailar tan espontáneo como elaborado.

Junto con ellos, los músicos, tres metales, dos cuerdistas, un baterista y un tecladista, nos dicen que se las saben de todas-todas y, ante esta realidad, el cantante les da oportunidad de realizar un lucimiento personal, permitiendo que cada uno haga un solo.

En eso del bailar con acentos fuertes, reproducir los acentos de la música, Ricky Martin lo hace de manera estupenda, pero con toda la mesura porque tiene que estar en el escenario durante muchos minutos. Su aparición inicial es de flus oscuro que le va al pelo debido a su estatura idónea para lucir esas prendas y su cuerpo trabajado al detalle en el gym, para destacar tal o cual músculo del brazo, el tórax o el abdómen. En esos momentos la gente no le aplaude, le aúlla, le aúlla y no para de hacerlo como una manifestación de su contento y de “la felicidad y la paz” a la que ha convocado el artista.

Mensaje de paz

Cambia de atuendo y sale en una camiseta sport. Es fácil suponer el alboroto que ocasiona con esa breve prenda. Miles de celulares se elevan para captar esa imagen que se convertirá, en un rato, en miles de reproducciones en las redes sociales. Por fin habla. Da las buenas noches. Manifiesta el agrado de estar en nuestra ciudad y ofrece un mensaje de paz y solamente ella como forma de resolver parte de los problemas del mundo. Canta e invita a todos a hacerlo. El Paseo Montejo se convierte en una sola voz, elevada, entonada, emocionada y cómplice con el cantante que va, viene, levanta los brazos, poncha el espacio o sacude la mano o baila brevemente con su grupo de bailarines y bailarinas.

Pese a esa enorme masa humana, la organización del evento es perfecta. No hay un solo sobresalto, exabrupto o inconformidad. Los que tuvieron boletos entraron y se sentaron. Los que no, tuvieron que permanecer de pie, ahí donde les alcanzó la hora a la que llegaron.

El público llegó desde muy temprano. Entre él hubo una gran cantidad de personas vestidas de blanco, otro grupo ondeó la Bandera de la Patria Gay y, por unanimidad, escucharon con respeto el mensaje que envió Ricky en la clausura del evento por la paz. Pidió respeto a la diversidad y una enorme expresión de placer se escuchó, allá por los cielos. Cosa rara, no hubieron venteros de fritangas, marquesitas o perros calientes.

Poder de convocatoria

Todos los rumbos de alrededor del Paseo Montejo contaban con fuerte presencia policial, que coadyuvaron al orden de todo el evento. Y eran notables camionetas de la Comisión Federal de Electricidad. Todo, pero todo este flujo de seguridad debido a la capacidad de convocatoria de un solo hombre, un cantante popular que sabe integrar a las mayorías, metérselas a la bolsa con una enorme sonrisa y una voz que se guarda en la memoria colectiva.

Faltan casi ochenta años para que concluya el siglo XXI. Con seguridad, a lo largo de ese tiempo por correr no habrá otro evento igual al Concierto de la Paz efectuado por Ricky Martin en nuestra ciudad capital.

Es que para la presentación de un evento de tal naturaleza, todo es elevado, esplendoroso. La tarima se levanta varios metros del piso, la estructura escénica es tan alta como la boca escena de una gran sala teatral. Es techada, de donde cuelgan enormes cubos que sostienen las lámparas y son pantallas que proyectan la imagen del cantante para aquellos que se encuentran a 500 metros de distancia de ese escenario que es una caja oscura que sostiene la brillantez, la energía y el encanto del mensajero de la paz, Ricky Martin.

(Víctor Salas)