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Yucatán

Cristóbal León Campos*

Hablar de la Paz es hablar de las condiciones para su garantía, decir que la Paz es un derecho debe ser siempre bajo la vigilancia de que ese derecho cuenta con las condiciones necesarias para poder ser respetado y disfrutado. La Paz es en muchos sentidos una utopía, pero entendiendo la utopía como algo posible, como aquello que nos hace poner en marcha los esfuerzos para alcanzarlo, es entonces una utopía posible, siempre y cuando los seres humanos comprendamos que depende de nosotros su real establecimiento, que vale únicamente el reclamo a los gobiernos sin la participación activa de la sociedad. Por supuesto esto abre un camino que se hace complejo, pues aquello que una clase social entiende por paz, no es necesariamente la forma en que las otras clases sociales defienden ese concepto, más aún si existen posiciones jerarquizadas basadas en privilegios, posesiones materiales y el lugar que se ocupa en la producción de los valores. La paz del poder no es la paz de los oprimidos, la paz de los oprimidos busca siempre poner fin a la paz de los opresores, por ser en discurso y en hechos una expresión de la dominación que se padece.

La paz es una necesidad urgente, de eso no hay ninguna duda, ¿cómo garantizar la paz en nuestras sociedades tan fragmentadas por la violencia, la injusticia, la explotación y la discriminación? La respuesta se antoja por demás difícil, pero puesta a la inversa la pregunta arroja las respuestas, es decir, si nos preguntamos ¿la discriminación, la injusticia, la violencia y la explotación son garantías de la paz? La respuesta inmediata de cualquier persona del mundo sería un NO rotundo, entonces, la pregunta tendría que ser ¿por qué seguimos construyendo sociedades marcadas por la violencia, la injusticia, la explotación y la discriminación si sabemos bien que ninguna de esas características pueden conducirnos a la paz? Cerrar los ojos ante la realidad es sumamente peligroso, hay que nombrar los síntomas para poder ubicar y sanar los males que hasta la fecha nos aquejan y nos deshumanizan.

El hecho de que Yucatán sea en términos estadísticos unos de los estados de la República mexicana con mejor índice de violencia eso no quiere decir para nada que acá, en las tierras del mayab, no tengamos diariamente episodios de violencia (doméstica, laboral, sexual, económica, psicológica y gubernamental), ¿acaso se nos olvida que Yucatán es uno de los estados con alto índice de feminicidios?, ¿ya olvidamos que una de las formas de violencia estructural es la negación del ejercicio de los derechos humanos y el establecimiento de todas las garantías necesarias para su disfrute tal y como sucede con la comunidad LGBTIQ? ¿Cuándo el despojo de tierras y la negación de ejercicio de los derechos internacionales de los pueblos originarios dejaron de ser violencia? ¿No es violencia la discriminación que todos los días padecen miles de personas?

La paz es urgente, es verdad, y debemos reconocer que en Yucatán hasta la fecha no existen las condiciones extremas de violencia que han degradado al máximo en otras ciudades y comunidades del país, eso es algo que todos celebramos y que a todos nos corresponde mantener, pero también es un deber social reclamar para que los temas pendientes sean atendidos, sean solucionados y sea la igualdad, la justicia, la equidad y los derechos de la humanidad los que guíen la vida diaria de nuestro Estado como la de todo México. No es posible construir la paz sin bienestar social, sin educación en las comunidades marginadas ni un trato digno para los trabajadores, no podemos creer que sin el apoyo indispensable a la cultura, a las artes y al deporte se fomenta la armonía, la paz no es discurso ni medalla, la paz es la lucha por y para que los seres humanos en condiciones lacerantes puedan sobrevivir y ejercer cada uno de sus derechos.

* Integrante del Colectivo Disyuntivas

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