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Yucatán

Mi viejo salón de Segundo Grado

Leonel Escalante Aguilar *

Cada mañana de ese ciclo escolar 1971-1972 fue de grandes aprendizajes, juegos escolares y por supuesto de tareas y lecciones compartidas con inolvidables compañeros.

Desde muy temprano y después de tomar un huevo tibio abotonado con su imperdible pizca de sal y una buena taza de chocolate recién batido, que con la sabiduría de la edad nos preparaba el abuelo Jacinto, ya con la mochila lista me disponía a salir corriendo rumbo a la Escuela “José María Iturralde Traconis”, que estaba ubicada justo en frente de mi casa.

En muchas ocasiones me era más fácil y aventurero entrar de un brinco por el balcón sobre la calle 43 procurando no ser visto y tomar así el mejor ubicado mesa banco en ese inolvidable rincón, justo al ventanal de blancas balaustradas que me permitía sentir y disfrutar el fresco y nostálgico paisaje callejero.

Desde ahí podía libremente, con un grito, pedir a doña Sabina, la cariñosa nana, que me “cruzara” a la hora del recreo, una rica torta de jamón y queso Deisy o una concha dulce que compraba en la panadería de don Simón .

Algo muy fresco aún en mis recuerdos era la hora de dar la lección, ahí junto a la mesa de la maestra. Hacíamos todos una larga fila y con los nervios habituales íbamos repitiendo uno a uno los planetas del Sistema Solar, las tablas de multiplicar, los ecosistemas, conjugaciones verbales, las capitales del mundo y si, hasta los huesos de nuestro bendito esqueleto.

Nuestra libreta de lecciones era algo sagrada para todos, debíamos mantenerla siempre limpia y en orden cuidando las faltas de ortografía y en muchas ocasiones con coloridas imágenes para ilustrar tan peculiares tareas.

Puedo asegurar que muchos de esos temas, tratados, por supuesto con gran empeño y paciencia por nuestra maestra, son los que hoy son parte del programa de Educación Secundaria.

Por supuesto que la Educación hoy en día va en declive. Fui maestro de primaria 36 años y soy testigo de ese retraso en las mal llamadas reformas a la Educación.

En fin y mejor aún no recuerdo estresarme a la hora de estudiar ni al hacer las tareas. Había tiempo y muy organizado para todo. Cómo olvidar a tantos y muy queridos compañeros que permitieron hacer más placentero el divertido recorrido lleno siempre de grandes aventuras y travesuras sin límites.

El siempre aplicado Javier Navarrete Correa, el inolvidable Alfredo “El Nene” Peniche Medina y los de espíritu aventurero: Julio Arceo Medina, Juan “Dzuyas” Núñez Gutiérrez y con quien jugaba a guerra de chinazos, –y siempre me ganaba- mi primo Luis Gustavo “El Baby” Cervera Vidal.

La hora del recreo era un tumultuoso ir y venir de rapazuelos. Corríamos por toda la terraza escolar y jugábamos pesca-pesca con la rapidez de un atleta olímpico.

No faltaba alguien que llorara como Magdalena al ver tirados sus recién comprados panuchos, por culpa de algún apurado corredor.

Los gritos eran ensordecedores, los maestros de reojo nos miraban e intentaban, sin mucha suerte, imponer el orden ante tanto bullicio.

Juan Pérez, el intendente, recogía enojado las bolsas de las fritangas que no llegaban a las cestas de basura dando severos pescozones a aquel que fuera descubierto.

El ruido de la campana daba aviso del fin del receso y nos hacía correr y formar una larga fila a la puerta del salón, esperando la orden de la maestra para tomar de nuevo nuestros pupitres y continuar con las clases y las respectivas tareas.

Fueron muchas aventuras e inolvidables recuerdos de ese mi segundo año de primaria que se quedaron por siempre en mi memoria.

Los trabajos manuales que lucíamos en la exposición de fin de curso, el tan ansiado cuadro de honor y los tenaces esfuerzos para ser parte de él.

El tradicional concurso de declamación el 10 de mayo, el alegre bailable para el festival alusivo en el que nos hacían ensayar con mucho esmero, incluso en las tardes en el amplio comedor de la casa cuidando, cual preciado tesoro, el disco de vinil de polkas norteñas, los coloridos contingentes en los patrióticos desfiles.

La preparación de la estudiantina en las alegres carnestolendas, los juguetes recibidos en esas tan esperadas fiestas del Día del Niño y Navidad y un sinfín de actividades que mi inolvidable maestra de segundo año preparó siempre con enorme emoción y compromiso.

Pero uno de esos más hermosos e imperecederos recuerdos que guardo con particular emoción era cuando anunciaba que a la mañana siguiente, si nos portábamos bien y cumplíamos con nuestras tareas, habría “cine” en el salón.

Y así era, en un viejo y gris proyector de filmes o transparencias (que al calentarse quedaba como brasa ardiente) vimos salir hermosas historias a través de coloridas fotografías que proyectadas en la pared, iban acompañadas del paciente y dulce relato de nuestra profesora, que nos transportaba a esos fantásticos y hoy lejanos tiempos de los cuentos infantiles.

Mis favoritos siempre fueron “El Patito Feo” y “El Gallito Desobediente”, sin olvidar la triste historia de aquella dolorosa infancia de don Benito Pablo Juárez García, que a muchos nos motivó para no dejar los estudios y a hacernos hombres de bien.

Mi maestra de segundo grado fue mi entrañable madre, la profesora Mildred Aguilar Bates, quien prodigó siempre, en nosotros sus alumnos, muy sabios consejos, lecciones de vida que hasta hoy, resuenan, cual consejos maternos, en nuestros oídos.

“La vida es una y hay que disfrutarla con el gozo de aprender algo nuevo cada día y ser bueno con tus semejantes”, nos repetía.

Fuimos niños muy felices en esos años escolares al lado de inolvidables maestros como Nicolasa Várguez, Layda Arceo, Conchita Medina Medina, Chonita González, Lulú Osorio Arce, Rosa del Alba Cetina Quiñónez, Mimí González Vidal, Rosita Mendoza Novelo, Nelia Loría Aguilar, Juan Arzápalo Rivero, Luis Pérez Alcocer, Delta Hernández y muchos más que dejaron profunda huella en tantas generaciones de niños.

Cuando recorro sin prisas la acera de mi ex Escuela, intento detenerme un momento en ese viejo balcón que me permite escuchar y así lo siento en los latidos del corazón, aquel alegre bullicio infantil y la voz de mi maestra de segundo grado que supo ganarse el cariño y el respeto de tantos alumnos a través de inolvidables lecciones, todas plenas de amor.

* Cronista de la ciudad

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