Yucatán

Nos decían Tupiles (los apagados)

José Antonio Cutz Medina

Retazo histórico que narra Don Sixto Kim, maya-coreano que trabajó bajo las órdenes de don José y Anita Peón, propietarios de la antigua hacienda Yunku de Peón, comisaría de Sacalum, Yucatán.

Es la tarde del 1 de enero de 2020, las ansias de saludarlo y saber si continuaba con vida motivaron ir a su encuentro; la última vez que nos saludamos fue durante la fiesta patronal de la hacienda, lugar donde nació y vive. En esta ocasión, me acompañó don Marciano Cutz, ex henequenero, y doña Neyda Medina, mis padres y Bernarda Rosado, mi esposa, juntos fuimos a su encuentro. Lazos laborales, como peones en la hacienda Yunku, unen a mi padre y suegro (+) a él. Según cuentan, los tres fueron grandes peloteros llaneros. Entre plática y plática, don Marciano recordó que a don Sixto le decían “El Coreano”, su posición era el jardín central –yo era pitcher, me pegó varios jonrones–, comentó mi padre. Su nombre es Sixto Kim, uno de los últimos maya-coreanos que vive en la comisaría de Yunku (Dios supremo), antigua hacienda henequenera que empleó a numerosos coreanos que llegaron a Yucatán durante el auge del llamado “oro verde”.

En nuestra última plática, hace 5 años o poco más, pude percibir su gran lucidez para recordar su vida laboral como peón henequenero en el sur del Estado. Su vivienda se ubica en la periferia de la antigua hacienda, hoy comisaría de Sacalum, Yucatán. La puerta estaba cerrada, dos perros cazadores que se encontraban en el solar anunciaron mis gritos, minutos después la ventana de la puerta lentamente fue abierta, y una cara espigada con ojos rasgados apareció en ella. Por un momento pensé que no iba a recibirme, debido a que tardó en abrir la puerta:

–Bix a beel don Sixto (cómo estás don Sixto) –lo saludé.

Fue entonces cuando decidió abrir.

–Máaxech (quién eres) contestó poco más en confianza, dije mi nombre y lugar de procedencia –Aaaaaaah teech u ja’an sáabel (eres el yerno de Isabel) –bey– le respondí. Nos sentamos en la puerta, mi padre lo saludó con afecto, dado que los dos trabajaron en la misma hacienda, al igual que mi suegro Isabel Rosado (+).

Comenzó diciendo Táantik in suute’ (acabo de regresar), me invitaron a comer relleno por mi vecino, aquí continúa la tomadera por el fin de año, yo hace años que lo dejé, fui un tremendo borracho y fumador, una cajetilla de Alas Extra o Fragantes no era nada para mí en un día, gracias a mi esposa lo dejé, no me da vergüenza decirlo.

La memoria de don Sixto continúa intacta:

–Muchas veces mi esposa salía a buscarme en las calles aquí, de Yunku, había veces que de la hacienda me sacaba totalmente borracho, recuerdo que la regañaba porque me molestaba que saliera a buscarme, mis amigos me burlaban, pero gracias a ella estoy vivo, también ya me dio tres infartos, fue así como me alejé del alcohol y del cigarro.

–Te recuerdo bien –me dijo–, una vez platicamos en la capilla de la hacienda, eres yerno de Isabel, me contaron que ya se murió. Aquí vivo con mi esposa, la pensión nos ayuda.

–La primera vez que platicamos, me contaste un poco sobre la vida de tu abuelo y papá ¿lo recuerdas? –le dije.

Respirando hondo, respondió:

–Mi abuelo, según contó mi padre, llegó a México porque les dijeron que aquí había buen empleo, a él lo llevaron a trabajar en Izamal, después lo mandaron a trabajar aquí en Yunku, aquí conoció a mi madre, mis hermanos y yo aquí nacimos, los patrones nos decían “tupiles” –mi padre asentó con la cabeza–, que porque éramos los más pobres y humildes.

En mis adentros, recordé parte de la historia henequenera y sus indignantes niveles sociales en esa época, Tupil es un término peyorativo que los hacendados pusieron a los peones henequeneros o servidumbre, significa “los apagados, los que no pueden pensar, los que no saben nada” tuup=apagar, il=prefijo

El dueño de la hacienda fue don Joaquín Peón, después pasó a ser propietaria Anita Peón, una solterona, nunca se casó, semanal venían a la hacienda para pagarnos, recuerdo que los encargados y mayocoles tampoco sabían escribir mucho, el mayocol apuntaba nuestro trabajo en las pencas del henequén, ahí rayaba los días trabajados y nunca se confundían, hoy con todo y calculadora o computadora se confunden –sonríe don Sixto.

–Hubo un tiempo que nos juntaron a todos los peones para llevarnos a Arizona para trabajar en los campos de algodón, recuerdo que conocí tres lugares en Estados Unidos, luego nos regresaron.

–Aquí, frente a mi casa, existen todavía los rieles del xtruck, plataforma donde se transportaban los trabajadores y pencas de henequén después de procesarlos, aquí conocí a tu suegro, él hacía kolichkij (chapear entre pencas), otros hacían xotkij (cortar las pencas del henequén), también hacíamos molta’kij (los que recogen el bagazo de las pencas después de procesarlos), también había los que sacaban la “borra” del bagazo (tipo de fibra fina que se saca del bagazo), los fogoneros eran los que quemaban los desperdicios, las chimeneas de las haciendas echaban humo durante días. Con facilidad podías distinguir dónde había haciendas, por el humo de las chimeneas.

–Fui cazador, cacé venados y serpientes de cascabel, tengo una foto donde tengo alzado una tremenda culebra con 16 cascabeles, de 16 años. Pero hace muchos años que regalé mi rifle a un sobrino, yo ya no puedo cazar, hoy vivo de mi pensión, mi primera casa donde viví con mis padres hace muchos años que se derrumbó, es aquí al lado, recuerdo cuando viniste la primera vez, le tomaste fotos.

En la plática apareció doña Celia, esposa del maya-coreano, saludando y sonriéndonos, en sus manos tenía una palangana con fritangas, se la dio a don Sixto para invitarnos. En un rincón de su casa se encuentra un altar católico con varias veladoras encendidas.

–Los presbiterianos que me visitan, siempre preguntan que cómo me hice católico, ellos no entienden que todos los que trabajábamos en las haciendas nos impusieron desde pequeños la religión católica, quieras o no tenías que ir a misa, los patrones nos daban doctrina, nos enseñaban la religión, el padre que oficiaba misa venía de Muna, entonces nos juntaban a todos los peones y cocineras para entrar en la capilla de la hacienda, así nos hicimos católicos, no te preguntaban si querías.

–Estoy cerca de cumplir 90 años, me sobreviven dos hermanos, uno vive en México y otro en Mérida, a veces viene el de Mérida a visitarme, el otro no, aquí en Yunku vivo tranquilo, tengo mis animales y una tienda Conasupo (así le dicen a Diconsa), sólo así vivimos aquí.

Durante varias horas disfrutamos la plática y buen gesto de aquel mayahablante coreano que resguarda en la memoria su vida henequenera. Las primeras sombras de una inmensa ceiba que se encuentra frente a su vivienda nos avisó del ocaso del atardecer, eran cerca de las seis cuando nos despedimos, nos pusimos de pie mi padre y yo, madre y esposa hicieron lo propio con doña Celia. Su lúcida memoria indica que de tupil nada tiene.