Ariel Juárez García
Es difícil encontrar una cultura o una religión en que la gente no practique la oración. Varían los lugares –iglesias, sinagogas, mezquitas, pagodas o santuarios– y los instrumentos –rosarios, devocionarios, iconos, alfombras, tablillas y cilindros de oraciones–, pero en cualquiera que sea el caso, solos o acompañados, todos los creyentes oran.
La oración sirve de puente entre las personas y el mundo espiritual; es un modo de entrar en contacto con lo que la gente considera sagrado y eterno. Según la Biblia, ese interés por lo espiritual forma parte de la naturaleza humana. El Señor Jesucristo lo expresó así: “Felices son los que tienen consciencia de su necesidad espiritual” (ver evangelio de Mateo 5:3).
Sólo esa necesidad espiritual explica el porqué de la multitud de templos y objetos religiosos que existen y las incontables horas que las personas devotas se dedican a orar.
En momentos difíciles, como al morir un ser querido, al tomar una decisión crucial o al cometer un grave error, muchos han sentido que no les basta el consuelo, la dirección o el perdón que reciben de cualquier persona. Casi todos perciben la necesidad de buscar la ayuda de alguien en especial. A veces suelen recurrir a un amigo ideal que tenga experiencia en el problema que les preocupa y que sepa ponerse en el lugar de ellos, mostrando compasión.
Hay personas sinceras que cuando necesitan orar, se sienten más cómodos dirigiéndose a los santos porque piensan que como estos han pasado por las pruebas y dificultades propias de los seres humanos serán más comprensivos que Dios, porque el Creador les parece demasiado grandioso e inaccesible.
Por ejemplo, quienes han perdido algo que aprecian mucho oran a San Antonio de Padua, quien, según la tradición, es el patrón de las cosas que se pierden o son robadas. Otros rezan a San Francisco de Asís cuando tienen a un animal enfermo, o a San Judas Tadeo cuando se sienten desesperados por alguna causa perdida.
Es cierto, una gran cantidad de seguidores de Jesucristo, el Hijo de Dios, verdaderamente necesitan ayuda, pero la Palabra de Dios muestra que muchas de las oraciones no reciben respuesta porque no se dirigen a quien es debido. Sirve de ejemplo recordar, años atrás, cuando se escribió la Biblia y era habitual dirigir plegarias a los ídolos. En aquellos tiempos, Dios advirtió en repetidas ocasiones a su pueblo que no lo hiciera.
En el Salmo capítulo 115 versículos 4 al 7 se dice, entre otras cosas, que los ídolos “oídos tienen, pero no pueden oír”. Este hecho sacaba a relucir la pregunta: ¿Qué sentido tiene orar a un Dios que no puede oír las oraciones, ni hacer otras cosas más que los seres humanos sí pueden?
Por otra parte, quienes oran a Jehová Dios están orando al Creador, el Padre de todos los seres humanos. “Tú, oh Jehová, eres nuestro Padre”, dijo el profeta Isaías en una oración (ver Isaías 63:16). A él se refería Jesucristo cuando dijo a sus seguidores: “Asciendo a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes” (ver Juan 20:17). De modo que si Jehová es el Padre de Jesús, también es el Dios a quien Jesús oró y a quien tenían que orar todos los discípulos cristianos (ver Mateo 6:9).
Pero ¿manda la Biblia orar a Jesús, a María, a los santos o a los ángeles? En ninguna parte de las Santas Escrituras se menciona que se les haga oración. Los sagrados escritos dejan claro que sólo se debe orar a Jehová y dan dos razones importantes. Primero, porque la oración es una forma de adoración y, según las Escrituras, todo siervo de Dios debe adorar solamente a Jehová (ver Éxodo 20:5). Segundo, porque la Biblia declara que sólo él es el “Oidor de la oración” (ver Salmo 65:2).
“Las oraciones que sólo Dios escucha”…
En efecto, aunque el Dios Todopoderoso ha delegado muchas de sus responsabilidades a gran parte de su creación, como puede ser el caso de las criaturas espirituales –ángeles, serafines, querubines–, o de siervos suyos aquí en la Tierra –profetas, apóstoles, etc.–, hay una seria responsabilidad que no ha encomendado o cedido a nadie: “escuchar las oraciones”.
La Biblia asegura que Jehová Dios es el único que les responde a sus siervos fieles, pero también explica las razones por las que a veces Él no escucha todas las oraciones. Por ejemplo, en una época en la que abundaba la violencia en la antigua nación de Israel, Dios le ordenó al profeta Isaías que dijera a los israelitas: “Aunque hagan muchas oraciones, no escucho; sus mismas manos se han llenado de... sangre” (ver Isaías 1:15). Como resultado, quienes desprecian las leyes de Dios o le oran por motivos inapropiados no deben esperar que Él los escuche (ver Proverbios 28:9 y Santiago 4:3).
En especial, la Biblia no manda colocarse de una manera concreta para que las oraciones sean oídas (ver 1 Reyes 8:22 y Nehemías 8:6; del Antiguo Testamento; ver Marcos 11:25 y Lucas 22:41 del Nuevo Testamento). Lo importante es orar a Dios con sinceridad y con la debida actitud (ver Joel 2:12, 13).
A diferencia de lo que hacen numerosas religiones, la Biblia no da mucha importancia a la postura, las palabras y los aspectos ceremoniales de la oración. Por ejemplo: no indica que sólo deba orarse a ciertas horas o en un lugar específico. A través de sus páginas se revela que los siervos de Dios oraban a cualquier hora y en cualquier lugar.
Jesucristo dijo: “Cuando ores, entra en tu cuarto privado y, después de cerrar tu puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto; entonces tu Padre que mira en secreto te lo pagará” (ver Mateo 6:6).
Además, en las Sagradas Escrituras se describe a siervos fieles de Dios orando en función de las circunstancias, unas veces oraron sin pronunciar palabra, y otras, en voz alta. Algunos dirigieron la vista al cielo, y otros inclinaron el rostro a tierra; en ningún caso utilizaron imágenes ni rosarios ni devocionarios. Simplemente expresaron lo que sentían en sus propias palabras.
Cabe mencionar que Jesucristo nunca enseñó la oración del “Padrenuestro” para que se dijera de memoria cada vez que alguien quisiera orar. No, pues él mismo acababa de decir que no se repitieran las mismas cosas vez tras vez al orar (ver Evangelio de Mateo capítulo 6 versículo 7). De hecho, más adelante volvió a decir esta oración, pero con palabras distintas (ver Evangelio de Lucas capítulo 11 versículos 1 al 4). Su intención era que sus discípulos la usaran como un modelo. Quería que cada seguidor suyo supiera qué cosas pedir y cuáles tienen prioridad. Les daba una idea.
No hay que olvidar… El registro bíblico indica que es apropiado concluir las oraciones con la palabra “Amén”, sobre todo si son públicas (ver Salmo 72:19 y 89:52). El significado básico de la voz hebrea amén es “ciertamente” o “así sea”. Por eso, al terminar con un sincero “amén”, la persona manifiesta que sus expresiones nacen del corazón.
En el Evangelio de Juan, Jesucristo dijo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (ver Juan 14:6). Y también: “Lo que pidan al Padre en mi nombre él se lo concederá” (ver Juan 15:16, La Biblia de Nuestro Pueblo). Jesús no dijo que debían hacer oración a él y que luego él hablaría a Dios por sus discípulos. A fin de que las oraciones de todo cristiano sean escuchadas, se tienen que ofrecer a Jehová Dios, hacerlo en el nombre de Jesús y… de nadie más.
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