In láake’ex ka t’aane’ex ich Maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e te’ Ma’alo’ob T’aanó Jesús ku ya’alik to’one’ ka j p’áatko’on jé bix le ta’ab lu’um yéetel u sáasilil yóokolka’abe’, u k’aat u ya’ale’ k’abet k bisik k oksaj óol ti’ tuláakal kuxtal, dsa’at u ti’al u kajóoltak Cristo. Te’ Jornada Mundial ti’ k’oja’ano’ob, ko’one’ex k’aat óoltik ti’ Yuumtsil ma’ u p’áatal mina’an tsa’ak u ti’al le k’oja’ano’obó.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este quinto domingo del Tiempo Ordinario.
En algún tiempo se puso de moda dentro de la Iglesia el discutir sobre qué cosa es primero, si la justicia o la caridad; algunos afirmaban que no se podía hablar de caridad mientras no se estableciera la justicia. Creo que ahora nos ha vuelto a quedar claro, que mientras el mundo sea mundo, siempre habrá injusticias. Sólo en el cielo se acabarán las injusticias, porque la injusticia es una de las manifestaciones y consecuencias del pecado.
Tomar la justicia en nuestras manos siempre implica riesgos, así como manifestaciones de injusticias peores de lo que se quiere corregir. Cuando las autoridades no cumplen con su responsabilidad de cuidar la paz y el orden, fácilmente pueden surgir ciudadanos que quieran hacer justicia por su propia mano, como los casos de linchamientos que se han dado en diversos lugares de México. Tristemente en ocasiones han linchado a personas totalmente inocentes.
Nosotros como cristianos que somos, hemos de aceptar que la única, verdadera y definitiva justicia está solamente en las manos de Dios, y que aquí en la tierra son las autoridades que nos gobiernan quienes deben ejercer la justicia. En lo personal lo que nos toca a cada uno, es una tarea doble: no cometer injusticias y hacer obras de caridad.
Esto es lo que el Señor nos dice desde tiempos antes de Cristo a través del profeta Isaías, en el pasaje que hoy escuchamos como primera lectura: “Cuando renuncies a oprimir a los demás y destierres el gesto amenazador y la palabra ofensiva; cuando compartas tu pan con el hambriento y sacies la necesidad del humillado” (Is. 58, 9-10), entonces brillará tu luz. En el mismo sentido se expresa el salmo 111, que hoy proclamamos, diciendo que son justos “quienes, compadecidos, prestan y llevan su negocio honradamente… y quien al pobre da limosna y obra siempre conforme a la justicia”.
Por lo tanto, el llamado que Jesús hace hoy a sus discípulos para “ser sal de la tierra y luz del mundo”, está en perfecta sintonía y continuidad con el llamado que los profetas hacían al pueblo de Israel de practicar la justicia y la caridad. No es primero la justicia y luego la caridad, ni al revés, sino de manera simultánea. Es más, el amor es primero, si por amor cumplimos con lo que la justicia exige, pues los cristianos hemos de evitar la injusticia, no por miedo al castigo de las autoridades, sino por amor a nuestro prójimo. Por ejemplo, poner a un trabajador en el seguro social y pagarle el salario justo, lo hemos de hacer no por miedo a las multas y recargos, sino por caridad cristiana. Es contradictorio que un cristiano falte gravemente a la justicia y luego ande haciendo obras de caridad.
Jesús nos llama a ser sal de la tierra, es decir, nos llama a darle sabor cristiano a nuestra ciudad, Estado y Nación, en una palabra, a nuestra sociedad. Si hacemos un sincero examen de consciencia de todas nuestras actividades, negocios y forma de trabajar, podremos concluir si le estamos dando al mundo un sabor cristiano o pagano.
También Jesús nos llama a ser luz del mundo, es decir, a vivir de tal manera que nuestra conducta ilumine a otros orientándolos sobre lo que es correcto. Hay tantas cosas malas que se hacen “en lo oscurito”, en lo escondido. En cambio, lo bueno no debe presumirse, aunque tampoco debe esconderse, ya que es muy conveniente que propongamos a los niños y jóvenes los muchos ejemplos de gente honrada y buena, que a lo mejor nadie ha tomado en cuenta en los libros de historia, pero que son verdaderos héroes. Las vidas luminosas las encontramos en nuestras familias y, desde luego, en la Iglesia, no sólo en los santos canonizados. Hay que poner en alto todos los buenos ejemplos.
Pasando a la segunda lectura, tomada de la Primera Carta a los Corintios, San Pablo da testimonio de lo nervioso que estaba al llegar a predicarle a esa comunidad, porque ellos conocían la elocuencia y sabiduría de sus grandes filósofos y hombres ilustres. De todos modos, San Pablo no quiso competir contra aquellos sabios, sino que se propuso predicar el Evangelio “por medio del Espíritu y el poder de Dios” (1Cor., 2, 4) y no por medio de la sabiduría humana. Tengamos mucho cuidado de que todo lo que hemos leído o estudiado no se nos vaya a subir a la cabeza, porque nada hay más sabio que el contenido del Evangelio, así como las buenas enseñanzas de nuestros padres y demás antepasados.
El próximo martes 11 febrero es la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, en la que se celebra la Jornada Mundial del Enfermo. Hoy en día, el Señor sigue mostrando grandes prodigios de curaciones que se realizan en el santuario de Lourdes por intercesión de María, y en todo el mundo por intercesión de los santos del cielo o de la tierra. Siguiendo el ejemplo de Cristo, muchos cristianos acuden con amor al encuentro de los enfermos para confortarlos con su compañía y oración.
La Pastoral de la Salud está trabajando muy bien en nuestra Arquidiócesis, pero no le dejemos toda la tarea a esta pastoral, sino que cada sacerdote acuda con prontitud, amor y gozo al encuentro de Cristo en la persona de los enfermo; de igual modo, que cada familia vea por sus enfermos y que todos oremos a diario por ellos.
Es preocupante el desabasto de medicamentos, sobre todo en el tema del cáncer de los niños. Ojalá que nuestras autoridades federales puedan ir más allá de las palabras, aceptando con humildad las críticas, correcciones e informaciones sobre un tema tan delicado. No se trata de que pierda una persona o un partido, sino de que ganen nuestros enfermos, sobre todo los niños y los más pobres de México. Dios guíe a nuestras autoridades para que se resuelva el tema de la atención que requieren nuestros hermanos enfermos. Dios quiera que pronto se pueda resolver el grave problema del coronavirus que amenaza al mundo entero.
El próximo viernes 14 de febrero, la sociedad de consumo nos invita a celebrar el “Día del Amor y la Amistad”. Recordemos aquella historia que nos narra cómo el emperador Claudio II prohibía a sus soldados contraer matrimonio y de qué modo el sacerdote Valentín celebraba este sacramento para aquellos soldados que lo deseaban; por lo cual el emperador, al enterarse de esto, condenó a muerte a Valentín, convirtiéndolo en un mártir. Ojalá que esta historia hoy nos haga revalorizar la vida matrimonial, pues ya sabemos que en la actualidad cada vez son menos los que se casan y muchos los que abandonan la vida matrimonial con cierta facilidad.
De todos modos aprovechemos esta celebración social para cristianizarla, dándole gracias a Dios, fuente del amor, por todas las personas que queremos y que también nos quieren. Bendigamos a Dios por habernos creado a su imagen y semejanza, capaces de amar; así como por todos los legítimos afectos que nos ha concedido tener.
Pidámosle al Señor que sepamos ir más allá de nuestros sentimientos, para sobreponernos con amor y humildad ante las dificultades que a veces surjan con las personas que amamos; pero sobre todo pidámosle que vayamos más allá de ellos, encontrando a su Hijo en todas las personas, pues si amamos solamente a quienes nos aman ¿qué recompensa merecemos?, “porque también los pecadores aman a quienes los aman” (Cfr. Lc 6, 32).
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán