Yucatán

Las jóvenes son la esperanza de México

“El deber de la juventud es desafiar la corrupción.”Kurt Cobain.

Como dijo un día el “Che” Guevara: “La arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud, en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera”.

Desde los principios de la historia de la humanidad existieron grandes mujeres que lucharon por la igualdad de la mujer, a las que agradecemos el camino que nos abrieron para seguir alcanzando nuestros sueños de libertad y respeto hacia nuestros derechos.

Recordamos también a grandes feministas del siglo XX que salieron a las calles a protestar y exigir la igualdad de género en todos los ámbitos, defender nuestros derechos como ciudadanas y tener acceso a una vida libre de violencia y discriminación. Entre ellas están: Mary Wollstonecraft (1759-1797); Virginia Woolf (1882-1941); Simone de Beauvoir (1908-1986); Concepción Arenal (1820-1893); Clara Campoamor (1888-1972); Victoria Kent (1889-1987), por nombrar algunas.

Seguimos sus senderos porque han sido nuestra fuerza y nuestro ejemplo para no darnos por vencidas, de ellas aprendimos a salir sin tener miedo, levantar la voz, exigir que se cumplan las leyes, que se haga justicia, que no estamos ausentes y que, siendo mayoría, siempre vamos a dejar un precedente en la historia del mundo.

Ahora las jóvenes de México son la mayor fuente de nuestra esperanza, en ellas depositamos la fuerza, el coraje y el valor para enfrentar cualquier adversidad. Porque su pasión y determinación para luchar y encontrar soluciones, nos inspiran.

La juventud de hoy se encuentra al frente de la acción climática, de la lucha por la igualdad de género, de la justicia social y los derechos humanos. Son un presente y una realidad. Son la riqueza de México, porque su anhelo es vivir en paz, comprometidos a vencer la tibieza y el conformismo, a vencer los miedos, a pensar más allá de sus circunstancias individuales para ser jóvenes activos.

En ellas vemos el rostro de la esperanza que nos hace creer que llegarán a conquistar una tierra donde reine el amor, la hermandad y fraternidad.

Ellas saben que no todo está perdido, que valen y valen mucho a pesar de las circunstancias que las discriminan, las cosifican, las minimizan hoy en día. Ya se atreven a salir, a gritar, a dar la cara, para poner fin a la destrucción y muerte que están viviendo. Porque ya no quieren, ni se resignan, ni ven normal que sigan matando y pisoteando a sus abuelas, madres, primas y amigas.

Después de los acontecimientos vividos, nos hemos dado cuenta que la presencia femenina es más fuerte y determinante. Que las jóvenes tienen más preparación, van a las universidades porque saben que la ignorancia les va a cerrar todos los caminos y serán presas fáciles de muchos detractores.

Pero con la educación y el conocimiento van a escalar puestos que les abrirán muchas puertas para tener un México más justo y equitativo. Las jóvenes de México están trabajando duro, se están preparando para hacer la diferencia, el parteaguas que acabe con la corrupción e impunidad, los feminicidios de mujeres de su edad que fueron aniquiladas en el camino pero que hay muchas más que gritarán para que no sean olvidadas.

Para las jóvenes de México el premio mayor es vivir como se piensa, construir un mundo mejor, porque la vida no tendría un significado si les quitaran su esperanza que es la nuestra.

Por eso tenemos una gran responsabilidad y compromiso con ellas, por eso hay que seguir siendo su ejemplo, porque ellas nos están mirando y observando y si queremos que sigan nuestros pasos para que tengan un futuro mejor, hay que seguir luchando por las causas justas, por las más desprotegidas y vulnerables.

Tenemos que hacerlas partícipes de nuestras batallas, de nuestras protestas, de nuestras marchas, para dejar en ellas la huella del amor que no se debe pisotear, del respeto que merecemos, de que la vida es un don sagrado que se defiende levantando la voz. Sólo así estaremos forjando guerreras que enarbolen la bandera de la paz y la unión.

Por Ana María Ancona Teigell