Yucatán

En tiempos del coronavirus

Tuuskeep Kasperchack

Las medidas gubernamentales para prevenir el contagio masivo por coronavirus, especialmente el aislamiento en casa, han trastocado sensiblemente la dinámica de la sociedad yucateca en general y de la meridana en particular.

Con excepción de supermercados, mercados públicos y tiendas de abarrotes, todos los demás negocios atraviesan por una situación difícil pues conforme avanza la cuarentena la gente tiende a permanecer más tiempo en sus casas.

Las cámaras empresariales, en marcada contradicción con su despiadado discurso neoliberal, sobre todo por lo que toca a la atención de las demandas de las clases populares, se han apresurado a exigir a los tres niveles de gobierno toda clase de estímulos y apoyos fiscales para enfrentar los primeros efectos de lo que se avizora como una auténtica crisis.

Sus exigencias son una especie de carta a Santa Claus, con una grave omisión: piden todo para ellos pero no ofrecen nada a cambio. Bueno, sí lo hacen: si reciben todo lo que reclaman mantendrán sus negocios abiertos y no despedirán a los trabajadores. Por lo pronto, acordaron adelantarles sus vacaciones a algunos mientras ven cómo evoluciona la epidemia.

La gente con casas en la costa aprovechó para ir a pasar el aislamiento en sus cómodas y acogedoras propiedades frente al mar, pues la agradable brisa, las chelas y la botana abundante seguramente harán más llevadero este periodo de reclusión que, por suerte, dicen ellos, es optativo hasta ahora y no como en España u otros países, donde las autoridades detienen y multan a quienes se atreven a salir de sus moradas cuando no cumplen ninguno de los requisitos justificatorios prevista en la ley. Aunque en menor número, la gente con poder adquisitivo sigue visitando los centros comerciales, donde empleadas y empleados se aburren la mayor parte de su jornada laboral porque la demanda ha caído sensiblemente.

Las calles, avenidas e incluso el periférico son más transitables que nunca. Se acabaron, por el momento, los molestos embotellamientos en horas pico. Y, como hay menos coches en movimiento, los accidentes también se han reducido notablemente. La petición de las autoridades para espaciar el servicio de transporte público presenta un grave inconveniente que es claro que no se previó: centenares de personas hacen colas en los paraderos, unas junto a otras, y por mucho más tiempo, en espera del arribo de alguna unidad. Si se hizo para que combis y camiones no vayan atascados, resulta obvio que es un auténtico fracaso, porque las aglomeraciones persisten.

Asimismo la disposición de cerrar bares, cantinas y centros nocturnos fue más mediática que efectiva: muchos de los negocios del rubro poseen licencias de “restaurante-bar”, de manera que sus propietarios no se consideran dentro de las categorías designadas por el gobierno estatal y, en consecuencia, permanecen abiertos y con buena asistencia de parroquianos. La sed y el espíritu gregario son difíciles de dominar, dicen.

En los hogares meridanos las horas transcurren lentamente. Los integrantes de las familias platican entre sí un poco más de lo normal, sobre todo a la hora de las comidas, pero pronto se agotan los temas de conversación y luego cada uno, si no tienen que salir a trabajar, se ocupará de lo suyo: llamar, escribir mensajes a familiares y amigos para saber cómo están, hacer las labores del hogar, ver alguna serie de televisión, leer, dibujar, tocar algún instrumento musical, escuchar música, inventarse un pasatiempo o, simplemente, dormir más tiempo por fastidio o para tratar de no pensar mucho en el miedo a contagiarse.

Las librerías, los únicos dispositivos culturales que permanecen abiertos hasta ahora, pues cerraron las bibliotecas públicas, los museos, los teatros, además de que se suspendieron todos los eventos culturales, lucen desoladas y sus ventas, cuando las hay, son ínfimas. Se salvan las que tienen servicio en línea o han implementado un sistema de entrega a domicilio.

Las personas que se ganan la vida de manera independiente, que suman miles en Yucatán y en Mérida, son las que más resienten la semiparalización de la vida social, pues la mayor parte de la gente se concentra ahora en adquirir únicamente lo básico para subsistir y difiere otras necesidades menos urgentes.

Y a propósito de lo básico, las compras de pánico que duraron aproximadamente ocho días, y que provocaron la escasez de diversos artículos, dejaron entrever lo peor de la naturaleza humana en tiempos de coyunturas críticas: primero debo acumular para mí y los míos y luego, si puedo, solidarizarme con los demás. Un hecho que confirma lo que todos sabemos y que pocos admitimos: el interés individual es lo que mueve a los seres humanos y no la idea abstracta del amor a los demás.

Si los tres niveles de gobierno van a otorgar apoyos a los damnificados por la epidemia de coronavirus, que no se limiten a los señorones de siempre –en las crisis generalmente se rescata a los gigantes y no a los liliputienses—sino que abarquen a los ancianos desprotegidos, modistas, sastres, músicos, actores, alarifes, meseros, plomeros, artesanos, pintores de casas y muebles, campesinos, pescadores, tianguistas, empleados cesantes, ciudadanos sin seguridad social, gente sin hogar… Eso sería lo más decente.