Hablamos de igualdad de género, pero, tal vez, en esa pequeña expresión falta la palabra “derecho”, lo cual es, en realidad, lo que nos hace falta porque hombre y mujer hemos sido creados diferentes, y las mujeres no buscan ser iguales a los hombres, porque estamos orgullosas de nuestro género, lo que queremos es igualdad de derechos de género.
Quiero ser reconocida como una persona pensante que tengo voz y que puedo defender mis puntos de vista, sin que por ello se me menosprecie por ser mujer. Soy el sexo débil únicamente porque en mi naturaleza no poseo la fuerza física de un hombre, no por ser alguien que asiente y que obedece sistemáticamente por el hecho de ser mujer.
Quiero romper los estigmas de quien se rebela ante los esquemas que han establecido, en los cuales las mujeres no tienen cabida y, las que se atreven a salir del rol en el que nos han etiquetado, nos tildan de lunáticas, o profieren alusiones ofensivas que ponen muchas veces en duda nuestra femineidad.
Todavía existen ciertas zonas de silencio, que forman parte de ese remanente machista en las cuales tanto nuestra palabra como nuestras inquietudes tratan de ser calladas por el simple hecho de ser mujeres. Pareciera muchas veces que no tenemos derecho a pensar, o que la voz de los hombres tiene más peso por el simple hecho de ser hombres.
No quiero escuchar y guardar silencio ante decretos masculinos que me parezcan injustos o faltos de sustento, tampoco quiero que se dude de la capacidad intelectual que tenemos, ni de los conocimientos que hemos adquirido durante la vida sobre temas que quieren volver exclusivamente masculinos.
Quiero que mi camino y mi palabra tengan su propia perspectiva, la cual muchas veces puede que camine al lado de la de los hombres, o que se aleje pero que sea escuchada por el hecho de ser un ser humano que merece el mismo respeto, aunque la mujer ejerza algunos roles propios de su género, como la maternidad.
Esa es la diferencia que tenemos hombre y mujer, una diferencia que se reduce solamente en nuestras partes físicas, pero que en lo intelectual nos pone al mismo nivel, que muchas veces superamos y que queremos que se reconozca.
Estoy harta de que la narrativa tradicional favorezca a los hombres, y que acaben siendo sus discursos y sus perspectivas las que acaparen las voces; quiero un espacio equitativo para pronunciarme, para desarrollarme, y dejar de tener que demostrar que sí puedo, porque así se viene dando, como vulgarmente se dice. A las mujeres nos toca muchas veces demostrar nuestra capacidad para ser tomadas en serio, cuando a los hombres se les da por sentada ésta.
No quiero que me maten con el fin de acallarme, ni que tampoco lo hagan con quienes luchan y lloran por las mujeres que han sido asesinadas víctimas del odio y resentimiento tan sólo por el hecho de ser mujeres, por increpar en sus hogares, por defenderse del maltrato, por alzar la voz y denunciar, y hacerse grandes ante la adversidad.
La lucha que nos toca vivir, no es la del protagonismo, es la que quiere que nuestra voz sea pública y escuchada, que se haga justicia, sobre todo, que nos hagan caso, porque el camino para poder entablar un diálogo equitativo todavía es distante, y los reclamos son justos cuando encontramos tantos oídos sordos que no entienden que no queremos ser hombres, queremos respeto, y que en la lucha que esto implica, no se nos mate o viole cobardemente.
Por Pilar Faller Menéndez