Pilar Faller Menéndez
“La esperanza es el sueño del hombre despierto”.
Aristóteles
Nos están tocando vivir tiempos difíciles en los que muchas veces la fe se tambalea y muchos de quienes creen en Dios se preguntan si nos ha abandonado, otros se preguntarán qué es lo que está pasándole al mundo que parece estar sin control en todos los niveles, pero olvidamos que las dificultades son casi tan comunes como respirar, y que éstas no se superan con el miedo y la desesperanza, sino con responsabilidad y prudencia, para poder dejar de preguntarnos lastimeramente ¿por qué yo? ¿Por qué nosotros?
La pandemia del coronavirus ha traído a la humanidad la incertidumbre y no sabemos si la intensidad crecerá o cuánto tiempo va a durar. Muchos dicen que vamos a estar bien, pero nos entra la duda de si esto será verdad. Es en estos momentos en el que necesitamos aferrarnos a algo o a alguien para poder mantener nuestra esperanza y que nos brinde seguridad, los creyentes buscan aliento en Dios, y los demás acuden a prácticas que los mantengan ecuánimes y positivos ante este fenómeno que prácticamente ha paralizado al mundo.
Muchos de nosotros no estamos viviendo los horrores por los que tanta gente está pasando, somos meros espectadores de un mundo que parece desmoronarse ante nuestra mirada y sentimos impotencia y muchas veces rabia, porque nuestro país también está sufriendo las amenazas de este mal, que por la falta de conciencia de muchos, puede afectarnos: mientras unos permanecen en cuarentena, otros se pasean despreocupados creyéndose inmortales, olvidando que en estos momentos este virus no reconoce clases sociales.
Pareciera que nos encontramos en un profundo pozo del que nadie nos puede sacar y probablemente esta desolación es la que sienten los que se encuentran en medio de una guerra para poder salvar su vida, o seres queridos que se encuentran en esta batalla que hoy se libra a pesar de quienes irresponsablemente esparcen noticias falsas, o quieren minimizar la contingencia que estamos viviendo.
Diariamente alguien escribe sobre los horrores de esta pandemia que muchos países están viviendo, y de cómo ha surgido la insensibilidad de muchos que han encontrado una forma de lucrar y mientras empresarios sufren de grandes pérdidas, otros han decidido continuar e incluso exponer a sus trabajadores que no pueden negarse a asistir a sus centros de trabajo, porque dependen del mismo para poder llevar el pan a sus casas.
Las precauciones que se han tomado y que se pretende que la población mundial adopte, parecen para algunos un grito en el desierto, porque quienes provocan tanto mal parece que se alimentan de él para seguir vivos y demostrar un poder que a costa de tanta injusticia, es un poder que debería ser un símbolo de vergüenza por la forma que se impone.
Es precisamente en estas dificultades por las que pasa el mundo, cuando necesitamos líderes que promuevan la paz, que nos devuelvan la esperanza que muchos hemos perdido, y que nos devuelvan la fe de que las cosas van a cambiar, probablemente ya nos está cambiando y nos hemos vuelto más maduros ante las adversidades que se presentan, estamos siendo testigos de hechos deleznables que seguramente han cambiado nuestra perspectiva de las cosas y tratando de encontrar bajo la superficie algo que nos reconforte y siga dándole sentido a nuestra vida.
No todos somos creyentes, y los que lo somos, no podemos pensar que se trata de un castigo divino, y si nos encontramos fluyendo en un río de desesperación, es momento de hacer un alto y pensar que no estamos desamparados: hay gente que está luchando por nosotros, que está rezando, que está cumpliendo el juramento hipocrático que hicieron al convertirse en médicos, en las autoridades que están buscando la manera de frenar este caballo desbocado que ha venido a cambiar el panorama mundial.
El dolor de los que hoy tantos sufren, debemos de hacerlo nuestro y solidarizarnos con aquellos que están poniendo en riesgo su vida por salvar la de otros ante un virus del que poco conocemos.
Hay quienes están apoyando observando las medidas impuestas para evitar la propagación, otros que se han acordado de lo vulnerables que son nuestros ancianos, y están apoyando a diversos albergues para que no se queden sin insumos. Apoyar aunque sea en sentimiento y guardar las medidas impuestas, hará que no nos volvamos indiferentes, porque si no ha tocado a nuestras familias, sabemos los alcances que tiene la empatía hacia los demás, que muchas veces se sienten solos y desamparados.
Vivir sin mirar a nuestro alrededor es no querer ver lo que está ocurriendo, nadie está exento de vivir una tragedia, y es cuando necesitamos que las manos se extiendan virtualmente para sacarnos de ese pozo del que pensamos que no podremos salir. Nos queda un recurso que muchas veces pasa de largo en nuestra mente: la esperanza de que las cosas van a cambiar en estos momentos apocalípticos que estamos viviendo.