Yucatán

Jehová Dios… no está muy lejos de nosotros

Ariel Juárez García

“De un solo hombre creó todas las naciones humanas para que poblaran toda la superficie de la Tierra, y decretó los tiempos fijados y estableció los límites dentro de los que vivirían los hombres. Lo hizo para que buscaran a Dios, aunque fuera a tientas, y de veras lo encontraran, pues lo cierto es que él no está muy lejos de cada uno de nosotros” (Ver Hechos de los apóstoles 17:26, 27) –señaló el apóstol Pablo a los griegos atenienses.

En una de las visitas del apóstol Pablo a la ciudad de Atenas, en Grecia, ciertos atenienses lo agarraron y lo llevaron al Areópago –uno de los mayores centros culturales e intelectuales del mundo–, mientras le decían: “¿Podemos saber cuál es esa nueva enseñanza de la que hablas? Porque estás hablando de cosas que nos suenan extrañas, y queremos saber qué significan”. (Ver Hechos de los apóstoles 17:19, 20). En respuesta, el apóstol Pablo “se puso de pie en medio del Areópago”, y dijo: “Hombres de Atenas, veo que en todas las cosas ustedes parecen ser más devotos de los dioses que otros” (Hechos de los apóstoles 17:22). Después de exponer los argumentos citados al principio, hizo una cuidadosa exposición de hechos contundentes, desarrollando un argumento lógico, persuasivo y convincente,… predicándoles acerca del Dios verdadero.

Hoy día, quienes buscan a Dios pueden llegar a conocerlo. ¿Cómo? Una manera es “leyendo” acerca de las maravillas de la naturaleza que hay en derredor, y la expansión de los cielos, la cual contiene muchísimas enseñanzas acerca de la personalidad y el poder de Dios. Así es, uno puede aprender mucho sobre el Creador reflexionando con aprecio en su creación terrestre y la celestial. (Ver carta a los Romanos 1:20). También está a la mano la Santa Biblia, un libro en el que el Dios verdadero Jehová dice a todos muchas cosas acerca de sí mismo. (Ver la segunda carta a Timoteo 3:16, 17). Cuanto más medite uno en sus obras y más se interese en sus tratos, mejor llegará a conocerlo. (Ver Salmo 77:12).

El hecho de seguir los pasos de Cristo –aprender de sus enseñanzas y ponerlas en práctica– también ayuda a sus seguidores a acercarse más a Jehová Dios. “Antes de que el mundo existiera”, Jesucristo disfrutaba en los cielos de una posición muy gloriosa al lado de su Padre. (Ver Evangelio de Juan 17:5). Las Sagradas Escrituras enseñan que Jesucristo es “el principio de la creación por Dios”. (Ver Apocalipsis o Revelación 3:14).

Durante los millones y millones de años que vivió en el cielo con su Padre, “el primogénito de toda la creación” hizo muchísimas cosas. Era el compañero inseparable de Jehová y trabajaba gustosamente a su lado, de modo que entre ellos dos se forjó la amistad más íntima que existe. Jesucristo no se limitó a observar la manera de actuar de su Padre, sus sentimientos y sus atributos; también asimiló todo lo que observó. Como consecuencia, este obediente Hijo de Dios llegó a parecerse mucho a su Padre; tanto que la Biblia lo llama “la imagen del Dios invisible”. (Ver carta a los Colosenses 1:15). Está claro, pues, que siguiendo cuidadosamente los pasos de Cristo, quien lo desee puede desarrollar una estrecha amistad con Jehová.

Los seres humanos han sido hechos a imagen y semejanza de Dios, por lo que todos son capaces de reflejar sus cualidades (ver Génesis 1:26). El apóstol Pablo animó a los cristianos a hacerlo, al decir: “imiten a Dios, como hijos amados” (Efe. 5:1). Y algo que ayudará a imitarlo es seguir las enseñanzas y el ejemplo de Jesucristo. ¿Por qué? Porque él reflejó mejor que nadie los sentimientos, las cualidades y la manera de pensar de Dios. Además, nadie ha podido explicar de manera tan clara y sencilla las características del Dios verdadero Jehová como él lo hizo. Jesucristo no sólo dio a conocer el nombre de su Padre; también dio a conocer su personalidad (ver Evangelio de Mateo 11:27). Y lo hizo de palabra y obra, por sus enseñanzas y su ejemplo.

Con sus enseñanzas, Jesucristo mostró lo que Dios espera de los que le sirven con fe, sinceridad, y lealtad, y lo que siente por ellos. (Ver Evangelio de Mateo 22:36-40; Evangelio de Lucas 12:6, 7; y 15:4-7). Por ejemplo, aclaró un mandamiento de la Ley que habían malinterpretado los fariseos. Ellos decían que había que amar al prójimo y odiar al enemigo. No obstante, Jesús explicó lo que su Padre pensaba del asunto con estas palabras: “…amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen.” (Ver Evangelio de Mateo 5:43, 44; Exodo 23:4 y Levítico 19:18). Cuanto mejor se entienda la manera de pensar y sentir de Dios y lo que El espera de cada uno, más fácil será para todos imitarlo.

Con su propio ejemplo, Jesucristo también mostró la manera de ser de su Padre. Los Evangelios enseñan que Jesucristo sintió compasión por los necesitados y los que padecían toda clase de sufrimientos, y que se indignó con sus apóstoles cuando impidieron que los niños se le acercaran. (Ver Evangelio de Marcos 1:40-42 y 10:13, 14; Evangelio de Juan 11:32-35.)

Las acciones de Jesucristo permiten percibir las cuatro virtudes principales de Jehová Dios. Por ejemplo, los milagros que realizó dejan ver el gran poder que tenía a su disposición, poder que nunca usó para beneficio propio o para perjuicio de los demás (ver Evangelio de Lucas 4:1-4). Por otro lado, cuando echó del templo a los mercaderes codiciosos, mostró su sentido de la justicia (ver Evangelio de Marcos 11:15-17; ver Evangelio de Juan 2:13-16). Su inmensa sabiduría superaba incluso a la del sabio rey Salomón, como bien lo muestran sus enseñanzas y las palabras que empleaba para llegar al corazón de la gente (ver Evangelio de Mateo 12:42). ¿Y qué se puede decir del amor que demostró al dar su vida por la humanidad?... Hoy día, muchísimas personas concuerdan en que no hay “mayor amor que ese”. (Ver Evangelio de Juan 15:13.)

El Hijo de Dios imitó a su Padre a la perfección en todo lo que dijo e hizo. Por eso pudo afirmar: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (ver Evangelio de Juan 14:9-11). Como se ve, seguir el ejemplo de Jesucristo equivale a imitar a Jehová.

Vale la pena añadir lo que sucedió –en el otoño del año 29 de la Era Común–, cuando Jesús tenía 30 años y fue a ver a Juan el Bautista. La Biblia dice: “En cuanto Jesús fue bautizado salió del agua, y en aquel momento los cielos se abrieron y él vio el espíritu de Dios bajando como una paloma y viniendo sobre Jesús”. En ese momento Jesús se convirtió en el Cristo, o Mesías. Jehová Dios mismo confirmó que Jesús era el Ungido, o Elegido, al decir: “Este es mi Hijo amado; él tiene mi aprobación” (ver Evangelio de Mateo 3:13-17). ¡Esta es una excelente razón para seguir el ejemplo de Jesucristo!

A veces a Jesús se le llama en las Sagradas Escrituras “Jesucristo”, “Cristo Jesús” y “el Cristo”. Cuando el título “Cristo” aparece después del nombre, se destaca a la persona que porta el título, es decir a Jesús, quien fue enviado por Dios y llegó a ser el Ungido de Jehová. Jesús mismo fue el primero en utilizar esta fórmula al decirle a su Padre: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo” (ver Evangelio de Juan 17:3). Cuando el título “Cristo” aparece antes del nombre, como en “Cristo Jesús”, el énfasis recae, más bien, en la posición que él ocupa (ver la segunda carta a los Corintios 4:5). Y cuando a Jesús se le llama “el Cristo” (el título precedido del artículo definido), se recalca también su papel de Mesías. (Ver Hechos de los apóstoles 5:42).

En cualquiera de los tres casos, el título “Cristo” destaca una verdad fundamental: aunque Jesús vivió en la Tierra como humano y dio a conocer la voluntad de su Padre celestial, no fue un hombre común y corriente ni un simple profeta. El fue el Ungido de Dios.

“Este es mi Hijo, el que ha sido escogido. Escúchenle” (Ver Evangelio de Lucas 9:28, 29, 35)… pronunció una voz que provenía del cielo. Estas palabras fueron escuchadas por los apóstoles Pedro, Juan y Santiago quienes fueron testigos oculares de la transfiguración de Jesucristo. Desde entonces, es muy importante que todo tipo de persona que quiera aprender de las enseñanzas de Jesucristo y ponerlas en práctica con un corazón sincero y honrado, obedezca este mandato y “escuche” a quien se ha identificado claramente como el Mesías (ver Hechos de los apóstoles 3:22, 23).

Así, el Hijo de Dios –Jesucristo– abrió el camino para que todas las personas de este mundo, que han incurrido en errores o maldad a causa del pecado y ahora están arrepentidas, puedan reconciliarse con el Padre –el Dios verdadero Jehová– (ver carta a los Romanos 5:8-10). Ahora es posible que cada una de las personas que ejerzan fe en Jesús, y le obedezcan, puedan asimismo tener una buena relación con Dios. Pues, de hecho,… “No está muy lejos de nosotros”.